Me he vuelto un poco desconfiado. Más que receloso, prudente a la hora de jurar por los que conforman mi camarilla vital. Como le dijo José María Aznar a Gonzo en el programa Salvados al ser preguntado por si pondría la mano en el fuego por Rajoy, “Yo solo pongo la mano en el fuego por mí”. Actitud prepotente, puede, pero la experiencia te demuestra que si quieres tener cubiertas las espaldas esa es la única forma de protegerte.
Mi experiencia vivida en política ha hecho que adquiera este rol existencial. En Ciudadanos me encontré con personas que creía íntegras, pero el tiempo terminó por ponerles en el sitio de los clásicos chanchullos de la vieja política. Admiraba profundamente a Emilio Argüeso cuando los acontecimientos le tiraron del pedestal en el que le tenía puesto. Sus comportamientos caciquiles, semejantes a los de las películas de mafiosos, mostraron la verdadera cara del senador que manejaba los hilos de Ciudadanos en la Comunidad Valenciana. Mandos que continúa controlando a su antojo pese a estar ya fuera del partido. El tener a individuos dependientes de su mano que les da de comer es lo que tiene. Es lo que ha pasado con los cuatro diputados de las Corts Valencianas de la formación naranja que han dejado Ciudadanos sin ceder el acta parlamentaria. Entre ellos se encuentran buenos amigos como Jesús Salmerón y José Antonio Martínez Ortega, cuya actitud, desgraciadamente, sin sorprenderme, aún aguardaba cierta esperanza en que fueran coherentes y por lo menos devolvieran el acta. Lo digo porque es un tanto paradójico que ahora se hayan convertido en los tránsfugas que antes odiaban. Recuerdo cuando como consecuencia de mi inocencia, propia de un novel en la política, quedaba a tomar cafés con algunos ex concejales de Ciudadanos que no habían devuelto el acta y al subir la estampa a las redes sociales no pasaba una hora para que me llamaran los jefes pidiéndome explicaciones de por qué me había reunido con ellos. ¿Es que acaso ellos son diferentes a esos que antes criticaban? ¿Qué diferencia hay entre Emilio Argüeso y Alexis Marí? Ninguna, ambos han cometido fraude contra la democracia.
Una de las cosas que me ha enseñado la política es cómo la corrupción es innata en el ser humano y cómo esta es ejecutada u obviada a partes iguales. Están los que roban y los que hacen la vista gorda con el choriceo compadreando con los caciques aún a sabiendas de su deshonrosa figura. Ocurre en la política, en la universidad, en las clínicas, en los despachos, en cualquier lugar habitado por la corruptible carne humana. Hasta el hombre aparentemente más virtuoso puede sorprenderte apoyando los desaires de algún personaje. Por miedo o por interés se aplauden determinados comportamientos deleznables como el de Álvaro Asencio, presidente del Consejo de Estudiantes de la Universidad de Alicante (CEUA), que no deja de dejarse en evidencia insultando a dirigentes socialistas en redes sociales o fotografiándose con símbolos franquistas mientras su camarilla, en la que se encuentran allegados míos, calla obedientemente. Actitudes que, pese a no ser corruptas, si deterioran la institución que representa. Todo lo que ensucia los organismos debe de ser perseguido, sea corrupción o falta de decoro institucional.
No hace falta tener un puesto de responsabilidad para luchar por la integridad de las instituciones o de la sociedad, cada decisión, palabra o hecho puede constituir una pequeña revolución. Tampoco hace falta crear una asociación feminista para serlo, tan sólo se necesita valentía para en una conversación llamar la atención a quien perpetra ciertos comentarios. El problema es que la mayoría estamos callados ante la infamia y la injusticia, somos valientes en nuestro fuero interno pero cobardes de puertas para fuera. Del mismo modo que algunos son cómplices de las fechorías institucionales, otros son cooperadores necesarios con sus silencios cuando, por ejemplo, un amigo suelta determinados comentarios en un grupo de WhatsApp. El otro día, sin ir más lejos, unos colegas en un grupo destilaban comentarios machistas y mientras un servidor los criticaba en público, un miembro de ese grupo antes de escribir la onomatopeya de una carcajada me escribió condenando los mensajes vertidos por nuestros amigos. ¿Qué hubiera pasado si todos hubiéramos dicho lo que pensábamos? Pues que seguramente esas tendencias machistas se hubieran cortado. Sólo hace falta que el bien no haga nada para que el mal triunfe. Revélate.