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ANÁLISIS AP

El PP autonómico se agarra al comodín de Aznar como ariete para desbancar a la izquierda

7/04/2019 - 

ELCHE. Más de 300 personas esperaban impacientemente el sábado por la mañana al expresidente José María Aznar en el Centro Cívico de Candalix de Elche —más conocido como el Bailongo, que se quedó pequeño—, la figura más relevante que ha tenido el Partido Popular en su historia reciente. Algo que todavía se nota. Y mucho. Después de las diferencias que hizo palpables con Mariano Rajoy cuando este aún era presidente, con la renovación que ha traído Pablo Casado, heredero del aznarismo, de ese PP "de siempre", "sin complejos", el expresidente tiene vía libre para acudir como faro moral cuando el partido requiere de sus servicios. En este caso, el 28-A, que se antoja decisivo no sólo para el país y la Comunitat Valenciana para dirimir su futuro; también para el de parte de la plana mayor del PP valenciano

Con la tradicional comitiva —formada por el presidente de la Diputación y cabeza de lista por el Congreso César Sánchez, el cabeza de lista por el Senado y alcaldable ilicitano Pablo Ruz, el diputado Pepe Salas, la candidata a la presidencia de la Generalitat Isabel Bonig o aspirantes a un asiento en el Congreso de los Diputados como Sergio Rodríguez— que espera a los cabezas de cartel, juntos se acercaron al Bailongo al paso de Aznar, confiado, con la mano en el bolsillo cual sheriff, marcando el paso de sus compañeros de filas —como hace a otros niveles en sus apariciones públicas—, parco en palabras antes de entrar en acción. Un poso de tranquilidad que contrastó con su posterior subida al escenario, donde le esperaba una gran bandera de España y una multitud ansiosa que se había puesto en pie para recibirle y escucharle. 

Entre ellos, los integrantes de la primera fila, repleta de candidatos; de candidatos y cúpula sorayista en Valencia y Alicante. Bonig, Pepe Císcar, Eva Ortiz, José Juan Zaplana, Raúl Dalmau... El día 28 de abril también juegan un partido por su futuro político. Por eso es importante insuflar moral a su electorado y dentro de las propias filas internas del partido por la cuenta que les trae. Para ese cometido, José María Aznar sigue estando en forma. Toda la poca gestualidad —que con poco dice mucho— que muestra fuera del ring, pronto se va transformando en ese ariete que desbancó a Felipe González en 1996. De hecho, la renovación del partido ha sido más de caras que de ideas. No hay nada nuevo en este PP. Es el nuevo-viejo PP: "el PP de siempre". Tras los panegíricos recibidos por los candidatos, sin guiones, y después de una introducción a modo de sparring, más desenfadada de lo habitual, hablando de la boda de Pablo Casado y deseando suerte entre comentarios cercanos a los candidatos, a Bonig y "al otro Pablo (Ruz)", empezó su combate. 

Finalizada la perplejidad por los minutos de sorprendente desenfado —acostumbrados a la mueca seria y a expresiones maníqueas—, Aznar caldeó pronto el ambiente, elevando el tono y desplegando toda su oratoria, que por supuesto pasó por los lugares comunes esperados: el PSOE "no constitucionalista" de Pedro Sánchez, "los pactos con Bildu", las arengas contra el secesionismo y una férrea defensa de la unidad de España y por encima de todo, defendiendo su gestión al frente del Gobierno, y la de su partido frente a los "incompetentes socialistas". Su arenga fue a más, entre aplausos, calentando el ambiente con varias sentencias en momentos clave contra Pedro Sánchez: "con el PSOE hay dos, tres, cuatro... las Españas que hagan falta", "Sánchez protege identidades y no derechos" o "lo que se suma al PSOE y a la izquierda le resta a España". Progresivos ganchos para rematar siempre con algún axioma de esa guisa. Como el propio Aznar explicó, las elecciones de abril marcarán el rumbo del país de forma decisiva, por eso dedicó unos minutos a incidir en la responsabilidad del voto, apelando a "no vengarse del pasado" ni a votar "por rencor", en referencia a casos de corrupción que han provocado importantes fugas de electorado. 

Una vez sacado el látigo, Aznar prosiguió en clave autonómica para tocar uno de los ejes que ya se habían mentado anteriormente y que será cuestión de campaña electoral: el de los trasvases de agua, donde sacó pecho de su Plan Hidrológico Nacional. Fue la parte final tras culminar su intervención con ese PP de siempre, "de ayer, de hoy y de ahora", para engrasar la maquinaria de un partido, en sus palabras, "seguro y deseoso —como él se presentó— de ganar". Y si hace unos años era el momento de que sonara el himno del PP, al grito de "¡Viva España!" empezó a sonar el himno nacional. Porque el PP ya no está ahora para su himno, ni siquiera para el de bachata. Ahora se juega mucho más que su electorado; también su hegemonía ideológica. Tiene mucho que pelear porque tiene bastante que recuperar a su derecha, hacia donde le están 'obligando' a desplazarse. De hecho, el expresidente no dedicó mención alguna, ni implícita ni explícita, para aquellos que hablan de la derechita cobarde, sabedor de que para el partido de Santiago Abascal, aquel que no debe ser nombrado, toda la publicidad que se le haga es buena —o puede caer en la mofa, como el comentario sobre aguantar la mirada—. 

Con el himno y la gran bandera detrás, los cinco speakers, con el sheriff en el centro, se despidieron con aplausos y otro pequeño baño de masas. Con la misión cumplida; un chute de moral para los suyos. Ahora, la pelota vuelve al tejado de los sorayistas y la cúpula autonómica y provincial. Todo, eso sí, de nuevo sin mentar a Rajoy. ¿Quién es Mariano Rajoy? —debe pensar cuando se mete la mano en el bolsillo—.

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