Los hechos son más que conocidos a estas alturas. Un joven de 20 años denunció en sede policial que en la tarde del pasado cinco de septiembre a las 17:00 horas, ocho encapuchados vestidos con sudaderas y pasamontañas le habían asaltado en la puerta de su casa en Malasaña. Aseguró que le cortaron el labio inferior mientras le llamaban “maricón”, “asqueroso” y “comemierda” y que le tatuaron con un cúter la palabra “maricón” en el glúteo.
Las declaraciones, descalificaciones, apoyos, rechazos, condenas, lamentos y hasta lágrimas en algún programa de televisión, no se hicieron esperar. El Gobierno convocaba la comisión contra los delitos de odio. Las redes sociales ardían con mensajes como que la sensación de libertad en España se estaba perdiendo, que esto iba ir a más, que habíamos sido muy tolerantes con los delitos de odio, que no era justo que se produjera una brutal agresión a un chico simplemente por el hecho de amar, que esto lo estaban planeando hace tiempo porque algo así no se improvisa.
Y de buenas a primeras, el joven lo desmiente todo en una segunda declaración a la Policía que no veía clara esta agresión. La realidad es que este joven se dedica eventualmente a la prostitución masculina y que para que no se enterara su novio, el tema “se le había ido de las manos” y que “sólo quería tapar lo ocurrido”, fruto de una relación sadomasoquista consentida, para continuar la relación con su pareja. Por el momento, el Juzgado de Instrucción número 52 de Madrid ha abierto diligencias previas por una posible infracción de simulación de delito, que contempla una multa de seis a doce meses de cárcel.
Y mientras, los periodistas nos hacíamos eco del rifirrafe político sobre esta agresión, es decir de casi todos contra casi todos. Podemos contra Vox, Vox contra la inmigración ilegal, el PSOE contra el racismo, el PP pidiendo la dimisión de Marlaska, Marlaska acusando a otros partidos de generar odio, colectivos LGTBI de Malasaña cargando contra la seguridad en Madrid… Más crispación, más tensión, más colocarnos en polos opuestos.
No creo que este joven fuera consciente de la que se iba a armar. No sólo por este revuelo (últimamente los políticos aprovechan cualquier tema para arrear al contrario), sino que la simulación de un delito no es un hecho menor. Una denuncia falsa es muy dañina para los que sí que han denunciado agresiones que realmente tuvieron lugar.
Y sí, los periodistas, por no contrastar los hechos, nos hemos tirado a la piscina en este tema. Titulares rotundos que no dejaban lugar a dudas. Reporteros que insinuaban a los vecinos qué respuestas debían dar a las preguntas que les hacían para arrimar el ascua a su sardina, artículos directamente inventados imaginando lo que podría haber sido. Los periodistas nos olvidamos del “presunto” o “posible” o “está bajo investigación policial”.
En los tiempos que corren, si el periodismo quiere mantener su credibilidad, algo puede y tiene que hacer para volver a su esencia: verificar los datos, consultar las fuentes, no publicar rumores, ser objetivos con los hechos que se relatan. Es el momento de que los medios de comunicación sepamos estar a la altura de las circunstancias y que los ciudadanos confíen en que lo que les vamos a dar es información rigurosa y veraz. Vamos a aplicarnos el cuento.