A pesar de su larga vida y prolífica carrera, Carlos Saura nos acaba de dejar con más incógnitas que certezas sobre sus películas. Como reconoce ahora el director de la Filmoteca de Catalunya, Esteve Riambau, quizá el motivo haya que encontrarlo en su reticencia a tomarse en serio su propia obra, que no ha ayudado a propiciar estudios académicos que la reivindicaran. Apostilla el historiador que «los franceses que en su día lo alabaron ya no recuerdan la trilogía sexo-religión-ejército que reprime a la protagonista de Ana y los lobos», seguramente tampoco en España donde esa película, junto con otras como La prima Angélica o Cría cuervos, marcó a la generación que caminaba hacia la transición, oprimida por la carga simbólica que Saura utilizó para sortear la censura en aquella película sobre la represión que ejercía el poder burgués.
Interesado en otras disciplinas artísticas, Saura alcanzó su fama de cineasta críptico gracias al contacto con otros artistas de la denominada «fábrica Querejeta», inclusión que le permitió contar con extraordinarios colaboradores que forjaron en gran medida el reconocimiento de su estilo. En Ana y los lobos volvió a utilizar la música del Misteri d’Elx −la grabación realizada por Óscar Esplá para Hispavox− con el fin de remarcar la espiritualidad ancestral del personaje santurrón que encarnaba Fernando Fernán-Gómez. Ya había utilizado la música en Peppermint Frappé, el trago de algo diferente en el cine español de su momento, alabado incluso por cineastas tan dispares como Kubrick o Almodóvar. La celebrada contribución, como ha refrendado en alguna ocasión Vicente Molina Foix, se debía al compositor Luis de Pablo, conocedor de nuestra Festa, sobre la que había escrito en la revista Triunfo.
El Ternari sonaba durante los títulos de crédito, que fueron interrumpidos durante la presentación de la película en Cannes en mayo de 1968, porque los cineastas franceses, con Godard y Truffaut a la cabeza, reclamaban la suspensión del festival en solidaridad con los obreros y los estudiantes en huelga. Saura les acompañó corriendo las cortinas para ocultar la pantalla mientras se iniciaba la película sobre la afición fetichista de su protagonista. José Luis López Vázquez (apartado de su vis cómica) interpretaba a un médico apegado a la tradición religiosa, no en vano ponía el disco de Hispavox en su casa para escuchar esa misma pieza durante sus quehaceres domésticos, después de encender un cirio ante un altar dedicado a la coronación de la Virgen. Sin embargo, era seducido por las modelos femeninas de las revistas, que recortaba y pegaba en un cuaderno íntimo, incapaz de relacionarse con las mujeres, en especial su joven enfermera (Geraldine Chaplin). Hasta que un día regresa a Cuenca un viejo amigo (Alfredo Mayo, otro acierto de Saura al reconvertir a un actor muy pegado a las películas filmadas sobre la gesta franquista) que había hecho fortuna en el extranjero. Junto con su nuevo nivel de vida, trae del brazo una rubia que se ciñe al arquetipo de mujer que coleccionaba el médico desde las páginas de moda, y con un parecido asombroso con la enfermera (de nuevo Chaplin) y que recordaba a la rubia que mató y resucitó una vez Hitchcock.
Con la referencia en el título al color en recuerdo de la escena de Vértigo en la que el detective James Stewart obliga a Kim Novak a convertirse en la mujer que había suplantado, el médico urde un plan, botella de licor mediante, para apoderarse del alma de la mujer de su amigo y resucitarla en el cuerpo de su joven enfermera. En la escena clave, en el balneario de los Baños de Valdeganga, el médico vuelve a recurrir al disco del Misteri d’Elx, al canto del Araceli, que la chica extranjera censura por la ocurrencia de una música que parece de iglesia. En el guion, de acuerdo a la copia que utilizó López Vázquez y que su hijo mostró durante la presentación de la película en la sesión especial que el Cineclub Luis Buñuel de Elche dedicó al centenario del actor madrileño, se puede leer que el médico le contesta que «es el misterio de Elche. Los coros son muy hermosos. El texto es del siglo XIV...». El atrevimiento de Saura se amplió con los tambores de Calanda, en un final apoteósico para rendir tributo a su maestro Buñuel.
Saber que la utilización de la música está insertada en la misma escritura del guion, en el que, además de Rafael Azcona, participó Angelino Fons, que se había criado muy cerca de Elche, en Orihuela, y quizá podía conocer también el Misteri, incrementa el enigma, que no pudo descifrarse durante los últimos años del cineasta, si llegó a verlo, como se podría deducir de la escena tramoyística de Mamá cumple cien años. Según le describe Carlos Reviriego, director de programación de la Filmoteca Española, «era un militante contra la nostalgia», que nunca veía sus películas una vez terminadas, y que cuando lo había hecho, se arrepentía porque solo veía sus errores. Sin embargo, sus películas tienen grandes virtudes, aun en sus obras menores, en las que reconocemos a la gran figura que ha sido para entender la evolución del cine español entre la tradición y la posmodernidad, base del Nuevo Cine Español, en la estela de la nouvelle vague y el free cinema. El cineasta aprovechó los resquicios que permitía la apertura liberal del régimen franquista para realizar un cine que ahora la juventud descubre con asombro, gracias a que su obra se ha visto revitalizada por los esfuerzos de su hija, a pesar de la modestia del cineasta. Esperemos que a partir de ahora se acrecenté el interés por una obra sobre la que necesitamos desvelar sus misterios.
* José F. Cámara Sempere es autor de 'El cinema a Elx'