ELCHE. En las estanterías hay pequeños drones, pistolas de silicona, juguetes con artefactos tecnológicos; en la pared, esquemas de conexiones, de baterías, un plano del primer avión de aeromodelismo, o pilotas de aviación del siglo XX. En la sala, máquinas de coser, un téster, cantidad de inventos, LEDs, placas de Arduino o dos portátiles en los que hay dos niñas de unos ocho o diez años programando videojuegos y animaciones con Scratch, un software de programación en bloque. Ellas son las protagonistas, niñas y niños de entre ocho y doce años experimentando con la tecnología y creando todo tipo de inventos. Una pequeña maravilla que ocurre en el Laboratori Secret, un lugar secreto, claro está, en el barrio del Raval. Un espacio de la ingeniera de automoción Cristina Navarro en el que los y las pequeñas aprovechan para inventar y hacer sus primeros pinitos con la tecnología y la ciencia.
Algunas de las alumnas ya han tocado algo de tecnología en el colegio, pero sin duda aquí explotan unas destrezas que quedan lejos en el colegio. En el Laboratori experimentan libremente con la ciencia, juegan con el voltaje, sueldan, cosen o entran de lleno en la robótica, lo que les ayuda a despertar nuevas inquietudes, quién sabe si para la vida adulta. Como comentan Rocío o Estefanía, quieren ser profesora de infantil y científica o pianista respectivamente, aunque sin dejar de lado la robótica. Con estos pequeños inventos y con la programación, entre otros factores, aumentan sus capacidades en matemáticas, aprenden a solucionar problemas y a ser creativas. El año pasado incluso participó una niña de 5 años puntualmente, con cosas muy básicas de programación, aunque sobre todo absorbía la experiencia, fijándose y copiando lo que hacían sus compañeros. Siempre dentro de sus posibilidades.
Desde pequeñas estrellas que se iluminan y hacen música, hasta tartas con LEDs para felicitar cumpleaños, pasando por robots, ingenios con imanes o muñecos ensamblados con otros, siempre de la mano de Arduino, idean todo tipo de artefactos. Y libremente, aunque cuando lo necesitan, Navarro les echa una mano y les explica soluciones o alternativas. Además, el hecho de que sea un grupo reducido, ahora mismo de cinco niños y niñas, hace que todo sea más fácil. El proyecto empezó a caminar en septiembre de 2016, una idea que se hizo realidad por la necesidad de Navarro de poder tener un espacio propio en el que cacharrear con el alumnado, ya que había estado haciendo algunos talleres de tecnología en varios colegios. Pero era complicado por el traslado continuo de herramientas y materiales para trabajar.
Este espacio fijo, el Espacio Maker, abre de lunes a viernes por las tardes y los niños y niñas que están matriculados en él van cuando quieren para trabajar en sus inventos, a su ritmo. “Lo que más me gusta es que estén trabajando cada cual con sus inventos”, explica. El año pasado hicieron el taller de robotas los sábados por la mañana durante tres meses, para exponerlos después en el Fecitelx de la UMH. Por otra parte, algún fin de semana también se ha hecho algún taller suelto para teclados e instrumentos musicales o el de “robots absurdos” con los que hacían una competición en un tatami. Eso sí, con reglas diferentes para deconstruir el concepto de competición.
Aunque no todo es lo tangible. En el Laboratori también se trabajan otros conocimientos. Una línea que tiene que ver con el concepto de tecnología apropiada y la soberanía tecnológica. “Aunque intento que sean conscientes del nivel de tecnología actual, trabajando con proyectos que no son alta tecnología pero tienen cierto nivel como como Arduino y robótica, para que no pierdan de vista tecnología más tradicional: máquinas de coser, agujas… herramientas que tienen mucha relación con la perspectiva de género. Aquí la aguja es una herramienta más, no es un útil de las mujeres”, indica Navarro. Así pues, combinan conocimientos de tecnología más tradicionales y que tengan criterio para que el día de mañana vean qué utilizan y qué no, “porque en algún momento habrá que reflexionar sobre a dónde vamos”, refexiona. Esta idea tiene que ver con la tecnología apropiada, explica Navarro: “tendemos a centralizar una tecnología que resuelve todo en todas las partes del mundo y alejándonos de los recursos de la zona, de sus conocimientos, eso se ha perdido. Se trata de buscar la tecnología en ese momento para resolver un problema pensando en los recursos que utilizas, de dónde los consigues… tomando decisiones no sólo basándote en lo que quieres hacer, sino teniendo en cuenta el contexto social y medioambiental que te rodea”.
En cuanto a la soberanía tecnológica, esta tiene que ver con el hecho de tener una tecnología de la que la ciudadanía pueda tener el control, “no impuesta como la de ahora, en la que grupos de poder y quienes tienen los conocimientos tecnológicos, que además son hombres la mayoría, son quienes deciden qué tecnología se desarrolla”. Por eso trabajan con tecnología de código abierto como Arduino, una línea en la que van también las impresoras 3D, en auge hoy. Y quién sabe si potenciando a los y las grandes mentes tecnológicas del futuro.