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ciencia ficción retro

El futuro ya es historia

Andrés Massa ha convertido su afición a la ciencia ficción del siglo XIX y principios del XX en un ‘hobby útil’ y ya ha publicado más de veinte obras, al tiempo que se ha abierto a relatos contemporáneos. Todo con la ayuda de su socio Enrique Gaspar y Rimbau, diplomático, escritor y viajero en el tiempo

15/06/2021 - 

VALÈNCIA.- Por increíble que parezca, la vida de Andrés Massa cambió cuando conoció a un auténtico viajero espaciotemporal. Como diseñador gráfico, y con veinte años de experiencia al frente de su empresa Bluminson, nunca se imaginó la importancia que tendría su vida el cruzarse con el escritor madrileño Enrique Gaspar y Rimbau quien, fallecido en Francia en 1902, se ha convertido en el codirector de un proyecto editorial (Gaspar & Rimbau) que comenzó casi por casualidad y que va camino de convertirse en la referencia de la ciencia ficción del tránsito del siglo XIX al XX. La historia, tan extraña como real, se explica fácilmente: Gaspar y Rimbau fabricó en 1887 la primera máquina capaz de viajar en el tiempo.

Todo empezó hace unos años cuando, por casualidad, Massa descubrió que los viajes temporales (como género literario) no nacieron ni en Inglaterra ni de la imaginación de H. G. Wells en 1895, sino que el pionero fue un escritor y diplomático español quien, en 1887, publicó El anacronópete, una novela concluida por él seis años atrás y que pasó sin pena ni gloria. El libro (en realidad, una zarzuela que nunca se llegó a estrenar) seguía las andanzas del inventor zaragozano Sindulfo García y su sequito (que incluye a una escolta de húsares y varias francesas de «vida alegre»), que van remontándose en el tiempo hasta el día de la creación, y en el que no faltan las paradojas temporales o reflexiones sobre cómo afectaban al presente los cambios en el pasado.

«La primera vez que oí hablar del libro lo quise leer… ¡y no estaba disponible! Al final conseguí una versión en la Biblioteca Nacional y como aquí [se refiere a su empresa] estamos acostumbrados a hacer libros decidí hacer una edición por si a alguien más le apetecía leerlo», explica. Pero pensó «si lo voy a hacer, voy a hacerlo bien» y, por trescientos euros, consiguió una primera edición de una tienda de libros antiguos en Argentina.

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«Lo que quería hacer no era solo reeditar el texto sino recuperar el libro, es decir hacerlo lo más parecido al original, un facsímil. Soy muy obsesivo y quería que quedara clavado. Había otras ediciones, pero no tan fieles». Y así, con la ayuda de sus colaboradores habituales, una nueva versión de El anacronópete vio la luz.

Aunque se trata de un relato corto, la edición original incluía otros dos textos (La Metempsícosis y Viaje a China) que permiten entender por qué García viajaba al lejano oriente del siglo III. «Gaspar y Rimbau estuvo destinado en Macao y luego en Hong Kong y la China que él conoció y describe era un desastre. Pero cuando sus personajes viajan allí en el pasado es una cultura en todo su esplendor». Este punto no es baladí. El autor escribe en el contexto de una España que pierde su grandeza a marchas forzadas y en el que el descontento que dará lugar a la Generación del 98 está empezando a germinar. En otras palabras, la novela usaba el pasado para hablar del presente. Y fue entonces cuando Massa, que siempre había sentido fascinación por el siglo XIX, empezó a aficionarse a lo que un día se conoció como novela de anticipación.

Recuperado el libro, Massa decide ponerlo a la venta por si había alguien más interesado en leerlo. En eso que, en 2017, llegó una invitación de la Hispacon (el encuentro anual de la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror), en la que le invitaban a dar una charla, «a la que acudí pensando que sería yo y dos personas más, pero luego la sala estaba llena». Allí conoció a Alberto García, escritor y divulgador (tiene el podcast Verne y Wells ciencia ficción), y resultaron ser almas gemelas. Tras la charla, y desafiando al frío, se pasaron varias horas hablando de su común afición. El resultado fue que García acabó por incorporarse al proyecto.

«Lo que tiene de fascinante la ciencia ficción de esta época es que se plantea cuestiones en un momento de cambio. Durante siglos, el tiempo avanzaba lentamente, pero de repente llega la electricidad, los coches, empiezan a caer las monarquías, el movimiento obrero... y de telón de fondo, El origen de las especies de Darwin, publicado en 1859, que abre la puerta a un mundo sin Dios. La gente se queda sin un suelo que pisar, por eso el futuro se vuelve tan importante. La ficción se convierte en una forma de dar sentido a todo», apunta Massa.


‘El Ministerio del tiempo’

Tras El anacronópete fueron sumándose nuevos títulos como La guerra en el siglo XX, publicada en 1887 por el ilustrador francés Albert Robida y precursor del cómic, una maravilla visual en la que fantaseaba sobre una guerra que asolaría el mundo en 1945 y en que se utilizarían máquinas voladoras, tanques, lanzallamas... luego Cuentos ilustrados (1895) del político y periodista catalán Nilo María Fabra. Luego la lista fue creciendo con títulos como El paraíso de las mujeres (Vicente Blasco Ibáñez, 1922) o Ayer y mañana (Julio Verne, 1910) o Lilina (1907), la obra maestra del catalán Apeles Mestres jamás editada al castellano.

 Piano, piano crecía el catálogo; con cuidado y sin prisa iba todo hasta que llegó mayo de 2020 con el cuarto capítulo de la cuarta temporada de El Ministerio del tiempo y se lio la mundial: ¡uno de los protagonistas había descubierto el anacronópete! «Esa noche veía la bandeja del mail y no me podía creer el ritmo al que entraban las peticiones», recuerda Massa. Como ya sabían que el programa se iba a emitir, habían aprovechado para acelerar los proyectos pendientes para que el lector se familiarizara con el catálogo.

Y aquí entra en juego el gran secreto de Gaspar & Rimbau: la impresión sobre demanda. «Por suerte, gracias a la experiencia que tenemos en Bluminson sabemos que hacer el libro como queremos, cuidando hasta el último detalle, era lo más fácil. Solo faltaba la cadena de distribución, y la impresión por demanda ha evolucionado mucho en poco tiempo. No es como antes, que trabajaban en rústica y poco más. Ahora, buscas una buena imprenta y el resultado es perfecto», apunta. 

con cuidado y sin prisa iba todo hasta que llegó mayo de 2020 con el cuarto capítulo de la cuarta temporada de El Ministerio del tiempo y se lio la mundial

Todo son ventajas: si alguien descubre un error o una errata, se puede corregir en minutos y, además, elimina tanto el doble problema de los stocks (ocupan espacio, ergo dinero, y si se acaban los ejemplares el libro no se puede vender) como el de la distribución. De hecho, sus libros se pueden comprar en toda Latinoamérica y EEUU.

Pero, ya que se trataba de recuperar la versión más fiel posible al original y, en la medida de lo posible, mejorar hasta los fallos, Massa tuvo una idea que, a la postre, se ha demostrado brillante: contratar al propio Gaspar y Rimbau como codirector. «Queremos que los autores originales se sientan orgullosos de lo que hacemos, y eso nos lleva a tomar muchas decisiones como el tipo de papel, de letra, el tamaño, actualizar el castellano antiguo al moderno... La única forma de hacerlo es enviarle a él en su anacronópete y que les pregunte». De hecho, el escritor se encarga muchas veces de responder a los mails de los lectores, y les avisa de cuándo llegará el carruaje con su pedido o les remite a la ‘página eléctrica’ para que estén al día sobre las novedades.

Otro efecto de El Ministerio… fue que empezó a crearse una comunidad de lectores. «La gente mandaba títulos por si nos parecían interesantes para publicar y, sobre todo, muchos escritores se ofrecían», dice. Así, se añadió una nueva colección en la que han visto la luz títulos como Las hojas de Riemann (Leonardo Roy), El club del tigre blanco (Dolors Fernández), Sucesos del otro lugar (Eduardo Moreno)...

El poder de las máquinas

«A partir de 1850» —explica el divulgador y colaborador Alberto García— «las máquinas se popularizan y se convierten en sinónimo de progreso y la gente empieza a hacerse preguntas de hasta dónde podrán llegar y cómo afectará a nuestro futuro. Y esto llega en un momento en el que la idea de Dios, gracias a Darwin, se empieza a cuestionar. Por primera vez, el hombre se siente dueño de su futuro y eso se traslada a la literatura de la época». 

Así, aparecen obras como las de Julio Verne, de anticipación científica, por parte de un autor que se iba al registro de patentes de París para ver qué se estaba inventando, y otras como las de Edward Bellamy que escribe una de las novelas más influyentes de la historia de EEUU: Mirando atrás. Desde el 2000 a 1887 «Bellamy describe un futuro que es una utopía socialista, en la que hay tarjetas de crédito, transporte aéreo, conciencia ecológica... y el impacto es tal» —apunta Massa— «que incluso florecen clubs en los que se debaten sus ideas».

El problema, como siempre, es que hay un pero. «Muchas de las preguntas que se hicieron entonces sobre el futuro o nos las seguimos haciendo o son descendientes de ellas. Pero es una literatura que cree en el hombre, y en su capacidad de ayudarse y progresar. Además, estamos en un contexto de guerras que se suceden y, por primera vez, se empieza a creer que algún día serán cosa del pasado. Pero el problema es que olvidan que, en la naturaleza humana, también está el mal, la capacidad de odiar y de hacer daño», añade García.

Pocas novelas reflejan esta tan bien dualidad como La raza futura (1871) de Edward Bulwer-Lytton. El también autor de Los últimos días de Pompeya imagina el viaje de un joven que se adentra en un mundo que existe dentro de la Tierra y que resulta ser la sociedad perfecta: no hay pobreza ni guerra, las máquinas hacen el trabajo... «pero han perdido su humanidad», explica García. «En realidad Bulwer-Lytton quiere advertir de los problemas de soñar con utopías y olvidar la esencia de las cosas, pero en la Alemania de finales de los años 20, se toman esa sociedad Vril como un ideal y se incorpora al imaginario nazi a través de la sociedad Thule o la Ahnenerbe».

Pero Gaspar y Rimbau no solo fue un pionero de la ciencia ficción sino uno de los introductores del espiritismo en España, y de ellos un buen ejemplo es el relato de La Metempsícosis. En la época en la que estuvo destinado en Francia como diplomático conoció a Camille Flammarion, autor de obras fundamentales como El fin del mundo o Lumen. Escritor y fundador de la Sociedad Astronómica Francesa, Flammarion fue uno de los grandes amigos de Allan Kardec, padre del espiritismo con El libro de los espíritus (1857). A diferencia del espiritismo circense americano —originado en 1848 por las hermanas Fox—, el de Kardec tiene un importante componente filosófico, es muy progresista (de ahí que maride tan bien con el socialismo o el feminismo) y presume de un enfoque científico. De hecho, Falmmarion dedicó mucho tiempo a buscar pruebas científicas de la existencia del alma... que nunca llegó a encontrar. Incluso Ramón y Cajal, presente en la colección con Cuentos de vacaciones (1905), coqueteó con el mundillo de lo paranormal, pero también con mentalidad racionalista y escéptica (de ahí que se desencantara).

En las novelas ‘de anticipación’ se hablaba de ciencia, pero a la hora de reflexionar sobre el futuro también se colaron el espiritismo o la teososfía

Según la autora de Espiritistes i lliurepensadores (Angle Editorial, 2018) Dolors Martí, la simbiosis entre ciencia, espiritualidad, utopía y la literatura de anticipación es un claro reflejo del momento. «Desde siempre el espiritismo como lo entiende Kardec tiene un ojo puesto en la ciencia y, sobre todo, en la astronomía. Cuando Copérnico saca a la Tierra del centro del universo, la Iglesia se lo toma muy mal, pero para los seguidores de Kardec es fundamental. Además, miran al cielo y se preguntan ¿a dónde van las almas? Pero también se interrogan sobre esos seres —los selenitas, los marcianos...— que viven en otros planetas y se preguntan qué les une a ellos, y eso que les une es el alma». 

«A esto» —añade— «se unen otros elementos que también aparecen en esas obras, como la creencia en que tiene que haber otra existencia mejor, y no hay que esperar necesariamente a la otra vida. Hay también una profunda reflexión sobre el futuro del ser humano y cómo superar la guerra, el racismo y otras barbaries». Para esta experta en el movimiento espiritual que empieza a mediados del XIX y se prolonga hasta mediados del XX «no tiene nada de extraño que alguien con mentalidad científica como Flammarion dejara obras que son referencia tanto en la ciencia ficción como en el espiritismo como son Lumen o El fin del mundo; tampoco que Helena Blavastky y la Teosofía tomaran ideas de La raza futura, aunque Bulwer-Lytton no tuviera nada que ver con este mundo».

Andrés Massa y sus colaboradores siguen pensando nuevos títulos, al tiempo que han nacido nuevas ideas, como abrir una colección sobre relatos góticos contemporáneos ilustrados por el magnífico argentino Hernán Conde De Boeck. Ahora y hasta final de año, seguirán incorporando títulos y, ya entonces, empezarán a darse a conocer a un público más generalista. «Lo que ha pasado es que yo tenía una afición, y se ha convertido en lo que llamo un ‘hobby útil’: hago libros que me gustan para gente a quien también les gusta. Lo que venga después, bienvenido sea». 

Gaspar y Rimbau y el mayor fracaso de su historia

VALENCIA.- Lejos de ser un gran éxito, El anacronópete fue uno de los grandes fracasos en la historia de Enrique Gaspar y Rimbau (1842-1902). Niño prodigio, pierde a su padre a muy temprana edad y se traslada a vivir a València donde, con apenas trece años escribe su primera zarzuela. El cap i casal es muy importante en su biografía ya que aquí empieza a publicar sus primeros artículos, una relación que mantendrá incluso en su época de diplomático (colaboró en Las Provincias o La Ilustración Valenciana, donde entró como redactor con solo 14 años). Aunque El anacronópete se ha convertido en su obra más recordada, se puede decir que fue uno de sus grandes fracasos. «El suyo no fue el primer viaje en el tiempo —otros escritores ya lo habían hecho antes— pero sí el primero con una máquina. Ni siquiera eso llamó la atención de los críticos literarios que ignoraron la obra», explica Andrés Massa. Conocido por sus obras teatrales y sus zarzuelas, esta incursión en la literatura se vio como una rareza. Y lo es: al principio, concibió su obra como una zarzuela para ser representada en un gran teatro. Por aquella época triunfaba en París una monumental versión de La vuelta al mundo en 80 días (había hasta elefantes en escena) y quiso lo mismo para su anacronópete. Pero no encontró a nadie que la financiara, así que acabó por publicarla como relato.

* Este artículo se publicó originalmente en el número 80 (junio 2021) de la revista Plaza

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