La vida de las personas, de los pueblos, se construye sobre un armazón de fechas y lugares que sirven para situarnos en coordenadas espacio-temporales. Es un mecanismo más o menos rápido para ser localizados y archivados en ese timelapse que llamamos Historia. El día que nacemos y que morimos queda registrado como la prueba más palpable de que hemos existido, más allá de los recuerdos que sucumben al paso del tiempo hasta convertirse en memoria amarillenta o leyendas populares donde realidad y ficción juegan al corro. Esa es una de las razones por la que tantas personas siguen buscando a sus familiares por las cunetas de España, para dejar constancia de que las personas que amaron no serán, en un años, cuentos de Calleja, producto de la chochez de los abuelos.
Las ciudades también tienen historia, lugares y fechas para recordar, aunque durante largos años hayan permanecido en el más riguroso olvido oficial. Hoy es 31 de marzo. Quizá este día no signifique nada para muchos de ustedes, un día de primavera como otro cualquiera, pero Alicante debería haber marcado hace tiempo esta fecha en su almanaque como el Día de la Ignominia. El 31 de marzo de 1939 nació el Campo de los Almendros. Un improvisado campo de concentración, tan efímero que apenas aparece en los libros de texto, en el que miles de hombres y mujeres perdieron su vida, su libertad y sus esperanzas cansados de mirar al mar en el puerto de Alicante. Es nuestra Semana Trágica.
El 28 de marzo, cuando zarpó el el carguero británico Stanbrook con una valíosa mercancía humana de más de 3.000 personas rumbo a Orán, aún quedaban en el puerto casi 20.000 más esperando otros capitanes intrépidos que nunca llegaron. Max Aub, en Campo de los almendros, calificaba esta ratonera para republicanos en que se convirtió el puerto alicantino como “ uno de los episodios más tristes de la Guerra Civil española”.
Sí, el mismo Aub que murió en el exilio y cuyo nombre querían retirar de una sala teatral del Matadero de Madrid algunos enfebrecidos defensores de la Memoria Histórica que no tienen memoria ni cultura. Sí, ese mismo Campo de los Almendros donde hoy se alza un centro comercial como símbolo de la desmemoria de una ciudad que no ha sabido honrar ni a su historia ni a sus muertos.
El 30 de marzo, con la entrada en la ciudad de la división fascista italiana Littorio (cuya hazaña se homenajea aún en el callejero de Carolinas Bajas) el suicidio o la rendición fueron las dos únicas cartas en juego para los que ya se sabían perdedores por mucho tiempo. Los que optaron por la primera, muchos, desaparecieron en el olvido que cubre a las víctimas colaterales. Los que optaron por la segunda, protagonizaron un cortejo infame por la Cantera hacia un secarral sembrado de almendros y alambres de espinos. No se sabe exactamente cuántos eran, cuántos murieron por el camino ametrallados desde el castillo, cuántos de hambre, cuántos de pena. Seis días, siete. En poco más de una semana, los supervivientes fueron trasaldados en masa al campo de concentración de Albatera o otros destinos carcelarios bajo techo y el Campo de los Almendros volvió a ser un bonito nombre sin memoria. Hasta que la Comisión Cívica de Alicante por la Recuperación de la Memoria Histórica consiguió rescatar del olvido un lugar que nunca debió haber existido. La exhumación de los restos de nuestra historia sepultada nos devuelve la identidad como pueblo. Con todas nuestras miserias. Porque para contemplar el horror de cerca y mirar cara a cara a la Bestia no hace falta viajar a Auschwitz. Hay una parada en La Goteta.
@layoyoba