Según nuestra Constitución, en su artículo 3.1, todos los españoles tienen el deber de conocer el castellano, lengua española oficial del Estado, consagrada como tal por nuestra Carta Magna. Con la enmienda al proyecto de la nueva Ley de Educación, la Lomloe de Celaá, muchos niños no van a poder conocer el castellano como debería, por su propio bien, hacerlo un hispanohablante. El pacto entre partidos consiste en que el castellano deje de ser lengua vehicular en la educación. Ni más ni menos. No van a conseguir con ello, al menos por ahora, el objetivo último que se atisba tras esta reforma de cargarse al castellano o español como lengua oficial del Estado, pero parece evidente que esta sería la pretensión. Imagínense qué ridículo haríamos en el concierto mundial si ocurriera tal cosa en nuestro país, patria de Cervantes.
Los pactos del Gobierno con los partidos independentistas más radicales, para poder aprobar los Presupuestos Generales del Estado y seguir gobernando a sus anchas, parecen estar detrás de esta decisión tan transcendente. A fin de imponer su ideología y continuar con su propósito de salirse de España, al más puro estilo del martillo pilón, el independentismo es capaz de cualquier cosa. Y lo peor del caso es que el Gobierno le siga el juego, demostrando que no queda apenas más que algún Lambán que otro, en este PSOE que no es ni sombra de aquel partido de tiempos pasados, que gobernaba sin tantos complejos ni ataduras. Que este sea el mejor camino para nuestro país y para los estudiantes resulta más que dudoso, a la luz de los machacones Informe PISA, que año tras año nos sacan los colores, diciendo que los nuestros son de los peores estudiantes de la OCDE, por más que nos hallamos llevado el premio de consolación en el último Informe, en el que aparecemos como el 6º país de 27 en las llamadas competencias blandas o soft skills.
Es de una cortedad mental palmaria que, en un mundo cada vez más globalizado, en el que tenemos la inmensa suerte de ser oriundos de la cuna de la lengua española, estamos discutiendo si hablamos más catalán, euskera o gallego, y permitamos que a causa de ello se arrincone al español. Y demuestra lo poco viajados que están algunos de nuestros gobernantes, además. El propósito debería ser, por el contrario, conseguir un pacto de educación que alumbrara una ley para al menos veinte años, que consiguiera que los alumnos tuvieran un nivel de competencia alto en español lo primero, en inglés lo segundo y en sus lenguas locales lo tercero. Entiendo que es importante que los niños también conozcan las lenguas de sus Comunidades Autónomas, por cultura general. Pero parece un engaño hacerles creer, a los niños y jóvenes y a sus padres, que en este mundo sin fronteras de la era digital van a poder emplear sus lenguas locales fuera de sus territorios. O que se van a poder desenvolver bien si un día tienen que salir fuera de España a trabajar. La competitividad de España en su conjunto está también comprometida y enlazada con el nivel educativo de su población y solo conseguiremos progresar si las nuevas generaciones están debidamente formadas. La importancia de la lengua en sí es básica, como base de todo el saber y conocimiento.
Las lenguas se eligen por los usuarios y unas progresan más que otras en su utilización. El francés y el alemán han decaído. Por el contrario, el inglés triunfa y el chino no digamos, pues no en vano China y EEUU son las dos principales potencias mundiales. El comercio internacional está dominado por estas tres lenguas, inglés, español y chino, con clara prevalencia del inglés. Las publicaciones científicas más importantes del mundo son en inglés. Por su parte, el español es la segunda lengua del mundo en número de personas nativas que lo hablan, nada menos que 483 millones, y la cuarta del mundo en el ranking de usuarios generales, 534 millones. Hemos de conseguir que todos los niños españoles puedan tener un nivel de competencia alto en español, porque es bueno para su futuro. Y también en otras muchas asignaturas y conocimientos, eso por descontado. Algo estaremos haciendo mal cuando los niños se pasan tantas horas en el colegio, luego llegan a casa y se hartan de deberes, y todo para los pobres resultados que arrojamos, en comparación con otros países. Hace falta más sentido de la responsabilidad, aunque tal vez no sea torpeza de los gobiernos en sí, sino desinterés o, en el fondo, un deseo de tener ciudadanos analfabetos funcionales, que no tengan que esforzarse en estudiar para pasar de curso, y a los que se pueda fácilmente adoctrinar.