Ágora / OPINIÓN

El coronavirus en Elche

"También a las 20 horas debemos salir a los balcones para velar a nuestros fallecidos. Pido para ellos un minuto sin música"

11/04/2020 - 

¿Quién no se ha emocionado durante estos días al ver el sentido homenaje de una enfermera despidiéndose de un contagiado de coronavirus que había llegado al hospital valiéndose por sí mismo y en buenas condiciones de ánimo?; ¿al ver esas caras de los sanitarios marcadas por la fatiga tras muchas horas de trabajo?; ¿al ver a esos profesionales de la salud ofrecer sus teléfonos móviles y tabletas a los enfermos para que contacten con sus familiares? o ¿a esos otros cantando feliz cumpleaños o aplaudiendo y haciendo el pasillo (como a los campeones de Liga) a los que marchaban a casa tras recuperarse de la enfermedad?

¿Quién no se ha sentido orgulloso de ver a  esos voluntarios llegar a los domicilios de las personas mayores  para realizar sus compras de alimentos o medicamentos e incluso pasearles sus mascotas, con el objetivo de que estos grupos sociales vulnerables no salieran a la calle?; o ¿al ver al Ejército y Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado llegando a esos territorios de España en los que no son bien recibidos?; o ¿a esos empleados y empleadas de residencias de mayores acariciar a nuestros mayores?

¿Quién no se ha enojado al ver a personas saltándose el confinamiento y colas de vehículos de familias saliendo de su domicilio para pasar este fin de semana en la playa? o, lo que es peor, ¿comprobar que determinados individuos aprovechaban la soledad de los comercios para efectuar robos y pillaje para revender y obtener beneficios?

Sin duda todo esto no es nuevo, en estas circunstancias se revive lo de siempre y emerge "lo mejor y lo peor de la humanidad".

Hoy quiero dedicar estas líneas para galardonar a los sanitarios, centros de salud, residencias de mayores y hospitales de la ciudad de Elche y para honrar a todos los ilicitanos fallecidos por esta epidemia.

Durante estos días he tenido ocasión de hablar con amigos y familiares que desempeñan su labor profesional en alguno de los tres hospitales de la ciudad (Hospital General, Hospital del Vinalopó e IMED) y en todos ellos he percibido la misma sensibilidad, profesionalidad y entrega que los profesionales que a diario aparecen por televisión; en todos ellos he advertido la misma responsabilidad, ya fueran del cuerpo médico y sanitario o del departamento administrativo. Todos me han trasladado una gran serenidad ante la situación de alerta sanitaria que estamos viviendo. "He estado preparándome durante muchos años para estos momentos y debo mantenerme en primera línea de batalla, no puedo contagiarme pues entonces la persona que podría salvarlos no estará", me decía uno de ellos.

Además, en todos he encontrado un denominador común: un enorme agradecimiento a las muestras de solidaridad de la sociedad civil y empresas privadas, que con sus aportaciones económicas, sus donaciones y su palabras, gestos de aliento y ánimo les están ayudando a seguir.

La gestión de estos tres centros ha sido ejemplar. Desde que se declaró esta situación, todos sin excepción, públicos, públicos de gestión privada y privados cambiaron su 'modus operandi', desprogramaron su horario habitual, suspendieron y pospusieron todo lo que no fuera urgente y grave, poniendo todas las instalaciones y medios personales al servicio de lo que las autoridades públicas exigieran o las necesidades de la epidemia requiriera, incluso a costa de los resultados económicos, en el caso de gestión o titularidad privada.

Todos pasaron a plan de contingencia preventivo, predictivo y reactivo; a una operativa adecuada para controlar una situación de emergencia que se aproximaba y minimizar sus consecuencias negativas, diferenciando (en los centros hospitalarios) de forma nítida, clara y evidente dos zonas absolutamente alejadas y separadas. Esta simple medida ha permitido que seamos una de las zonas con menos incidencia y contagios.  La experiencia vivida en Madrid ha servido para que los profesionales de Elche hayan reaccionado con celeridad y gran atino. Con el objetivo de reducir el contacto con posibles enfermos que presentaban síntomas y ante la falta inicial de test, estos pacientes eran confinados en zonas o plantas independientes y separadas, disminuyendo de este modo el posible riesgo de infección y transmisión. Todo ello ha dado sus resultados y junto a la concienciación de los ilicitanos. Elche no ha tenido falta de UCI ni de respiradores.

Algunos dirán que hemos jugado con ventaja. Pero yo creo que hemos contado con profesionales que supieron ver lo que pasaba a sus colegas en Madrid, profesionales que llevan un mes sin vivir con sus familias, sin dar un abrazo a sus hijos.

Profesionales de la sanidad ilicitana que incluso están asistiendo telefónicamente a pacientes con dolencias no graves, con el fin de conocer su evolución y programar la vuelta a la normalidad, que se atisba será compleja por la gran cantidad de citas e intervenciones que quedaron suspendidas. Me cuenta un paciente que recibe semanalmente una llamada de su especialista, interesándose por su estado y planificando la nueva fecha de consulta: "Esa llamada semanal (me cuenta el paciente) recordándome que no se han olvidado de mi, me hace mucho bien".

Pero mi propósito con estas líneas es además brindar un homenaje a nuestros fallecidos. En Elche, pocos. Los datos oficiales no se han hecho públicos. Pero siendo un número reducido, cada uno de ellos es importante e insustituible para sus seres queridos. Pido para cada uno de ellos un MINUTO SIN MÚSICA.

Salimos todas las noches a escuchar 'Aromas Ilicitanos', el 'Himno Nacional' o el 'Gloria Patris' en reconocimiento a los sanitarios. Hoy propongo un minuto de silencio por esos que nos han dejado. Un minuto de recogimiento, un minuto para rezar, al menos, un minuto de luto en los balcones para honrar a todos ellos, fallecidos y familiares.  No estaría mal hacerlo, al menos una vez a la semana.

Muchos españoles, y algunos ilicitanos, no sólo han perdido a un ser querido, lo han hecho sin poder acompañarlo, sin velarlo o poder darle las gracias por los cuidados recibidos del que se marcha para siempre, sin poder decirle lo mucho que significó para ellos y ya no poder decírselo nunca más; sin guardar un día de duelo con toda la familia. Nadie se merece morir sin oír, de sus seres queridos, que valió la pena todo su esfuerzo, que su ejemplo hizo de cada uno de sus hijos las personas que son hoy. A ningún hijo debería arrebatársele la posibilidad de decir al padre que se va "gracias por todo lo recibido". Aunque sólo fueran unos pocos, la ciudad debería abanderar una ola de reconocimiento, en memoria de cada uno de ellos. Porque los fallecidos no son meras estadísticas, curvas o picos; cada uno tiene un padre, una madre, un hijo o un hermano que no han podido compartir esos duros momentos. Parece que nos estamos inmunizando frente al Covid-19 y frente al dolor del prójimo.

En febrero de 2020 el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) publicaba las preocupaciones de los españoles entre las que se encontraba la corrupción, los problemas políticos en general y el empleo; los políticos españoles estaban a la gresca sobre las  competencias autonómicas, la escala salarial de las mujeres y el machismo; ahora "resulta que estábamos mejor cuando creíamos que estábamos peor".

Hoy no vivimos como en febrero de 2020 y todo parece indicar que nunca volveremos a hacerlo. Somos y seremos menos libres, tendremos menos oportunidad de ejercitar nuestro albedrío, coexistiremos con más miedos y evitaremos que nuestros semejantes nos abracen o besen.

Pero no deberíamos despojarnos del contacto con nuestros seres queridos ni dejar de querernos, de transmitir eso que nos diferencia de los animales. La experiencia que por desgracia estamos compartiendo no puede llevarnos a renunciar al amor y a compartir nuestros sentimientos con los demás. Esta lección nos la han enseñado con gestos y actitudes que recordábamos con anterioridad, nuestros grandes profesionales sanitarios que nos cuidan y asisten en estos tiempos difíciles.

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