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en la muerte de jerry lewis

El Caricato

22/08/2017 - 

Es verdad que ahora mismo hay un exceso de primera persona en el periodismo, incluso en el cultural, más indulgente hacia esta forma de expresión del gusto y eso que ahora se ha dado en llamar la prescripción, pero esta pieza pretende ser más un homenaje que un obituario, por lo que el vínculo emocional debe constar desde el principio.

A finales de los años setenta y principios de los ochenta del siglo XX, la televisión seguía siendo en blanco y negro en muchos hogares a los que la Transición y la Movida llegaba al mismo ritmo que la enciclopedia El mundo de los niños, que  introdujo en la sociedad española un nuevo personaje difícil de ver hasta entonces, fuera de grandes capitales como Barcelona o Madrid, el del comercial de enciclopedias, también llamado vendedor a domicilio, precursor del boom tupperware de la década posterior. Esta figura, profundamente estadounidense, tiene para mí, desde siempre, un estrecho parentesco con dos de los personajes centrales de la comedia slapstick norteamericana, Danny Kaye  y Jerry Lewis. Imagino que porque aparecieron casi al mismo tiempo en mi vida.

Con solo dos cadenas para elegir, los horarios de prime time e infantil tenían entonces un más estricto cumplimiento que ahora mismo. El salón de casa de mis padres se encontraba justo enfrente de la puerta de entrada, tras pasar ese descansillo que entonces todo el mundo denominaba hall, y mi habitación estaba pared con pared. Descubrí las primeras muecas de Jerry Lewis a través de una puerta entornada que sólo dejaba un resquicio de medio palmo, después de algunas semanas seguidas en las que el mismo día, a la misma hora, empezaba a escuchar las risas, las carcajadas de mis padres. En pijama, abrazado a un osito de peluche (si, sonará a tópico, pero es totalmente verídico, el oso se llama Manolo y descansa en una cápsula de la memoria… por aquello de que no tengo ni idea de por dónde anda), estuve allí plantado, hechizado por la gimnasia facial de aquel larguirucho moreno, hasta que mis propias carcajadas me delataron. Por suerte, la penitencia fue acompañarlos en el visionado del ciclo de Jerry Lewis que emitía Televisión Española, con la admonición de que al día siguiente me tendría que levantar a la misma hora de siempre, sin una queja. Era entre semana, en aquel momento todo lo visto en televisión se comentaba en el colegio, con los compañeros, pero apenas ninguno había escapado al férreo marcaje del sueño y poco pude hablar de las aventuras de aquel tipo desgraciado al que todo le salía… ¿mal?.

Laurel & Hardy –por supuesto, en aquel momento, El Gordo y el Flaco, con sus maravillosos autodoblajes para el mercado hispano-, los Hermanos Marx, Buster Keaton, Harold Lloyd, Danny KayeChaplin, Abbot & Costello y Jacques Tati fueron descubrimientos más tardíos. Todos tenían en común un cierto desprecio por parte de la intelectualidad del momento, muy seria, muy eisensteniana, que los denominaba simples caricatos.

La carrera de Jerry Lewis (Newark, Nueva Jersey, 1926) comenzó en el contexto de lo que más tarde se conocería como stand-up comedy, en las colonias de vacaciones del norte del Estado de Nueva Jersey. Tras el encuentro con Dino Martino, quien en breve se convertiría en Dean Martin, en Atlantic City, su show a dúo los convirtió en herederos de la larga tradición de payasos Augusto y Contraaugusto que desestabilizan a una sociedad que hace las veces de Payaso blanco, trasladada al mundo del cine mudo primero, con referentes como Abbot & Costello, y que posteriormente continuaría, rebajando el nivel de comicidad, con grandes parejas como Walter Matthau y Jack Lemmon. En el caso de Martin y Lewis, la figura impertinente y buscavidas del primero no sufriría ningún cambio durante los 16 filmes que filmaron juntos, personaje que perseguiría al italiano, más allá de la pantalla. Mientras tanto, el caricato cada vez fue adquiriendo un mayor protagonismo, su histrionismo adoptaba el sentido de la parodia, de la crítica, del reflejo distorsionado de un mundo decadente al que había que hacer reír para que saliera de su burbuja impermeable.

Tras la ruptura con Martin, Lewis siguió su carrera, ya convencido de la necesidad de la autoría, de la importancia del mensaje subyacente, al mismo tiempo que no cejaba en su empeño de que las salas de cine fueran una carcajada continua, antes de congelarse al salir al mundo real, gobernado por la apariencia y la hipocresía. El Ceniciento (1960), El botones (1960), El profesor chiflado (1963) o Lío en los grandes almacenes (1963),  son ejemplos de éxito internacional de su prolífica obra.

Uno de los puntos fuertes de Lewis fue saber adaptarse a los tiempos de la industria, y reconocer el poder que la televisión estaba adquiriendo, durante los años sesenta, consiguiendo un show propio, The Jerry Lewis Show, emitido por las cadenas ABC y NBC consecutivamente, entre 1963 y 1984.

En el año 1983 Martin Scorsese estrenaba El Rey de la Comedia, comedia de humor negrísimo, protagonizada por Robert de Niro y el propio Jerry Lewis, en un papel que bajo el nombre ficticio de Jerry Langford, en realidad era un gran cameo de sí mismo.

 Haciendo referencia a una cita textual de Lewis que el compañero Eduardo Guillot incorporó en su magnífico artículo de 2014, a raíz de la retrospectiva que la Filmoteca Valenciana dedicó al cómico norteamericano,  "la comedia, el humor, son a menudo la diferencia entre la sensatez y la locura, la supervivencia y el desastre, incluso la muerte: La válvula de escape emocional del hombre. Si no fuera por el humor, el hombre no sobreviviría emocionalmente. Los pueblos que tiene la habilidad de reírse de ellos mismos son los que sobreviven". Y el nombre originario de Lewis es Jerome Levitch. Si El hombre en busca de sentido es la obra de Viktor Frankl sobre la supervivencia en el delirio, la obra de Levitch/Lewis es el paradigma de que puede que exista algo llamado humor judío. Y nunca estaremos lo suficientemente agradecidos a su existencia.

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