El Ayuntamiento de Alicante se ha extralimitado en el decreto energético del Gobierno y ha decidido apagar las luces del Castillo de Santa Bárbara pese a que, como destaca el propio Ministerio de Transición Ecológica, los monumentos no se verán afectados por la normativa vigente al no considerarse edificios públicos y no albergar a ninguna administración. Un error. No sé que se le ha pasado por la cabeza al iluminado -permítanme el juego de palabras- que se le ocurrió esa brillante idea de esconder en la oscuridad a uno de los monumentos más conocidos de la ciudad. Se terminaron las bucólicas estampas presididas por la fortaleza.
Estamos perdiendo el rumbo. Entiendo que detrás de la decisión tomada por el consistorio no hay ninguna mano negra y que corresponde más a una medida pragmática. El problema viene de las directivas estatales impuestas por el Gobierno central. Normas concebidas de forma esperpéntica y sin un objetivo determinado. Hay tanto lío con el paquete de emergencia que no sabemos si el ahorro de energía tiene como fin combatir el cambio climático o prevenir las consecuencias de las coacciones gasísticas de Putin. Sólo les digo que el Gobierno de Pedro Sánchez no ha hecho más que aumentar la compra de gas a Rusia desde que empezó la guerra de Ucrania. Estamos financiando al Kremlin mientras le prometemos nuestro apoyo a Zelenski. Unos genios. Nos toman el pelo, pero lo hacen porque saben que pueden hacerlo. Hay personas que acatan las iniciativas del Ejecutivo con sumisión creyéndose que están en buenas manos. Vamos a bajar el aire acondicionado de casa y de los comercios porque nos lo dice el Presidente. Acatamos y después te encuentras, como le ocurrió a un servidor la semana pasada, que al entrar a la Biblioteca Nacional, organismo dependiente del Ministerio de Cultura, pude sentir que el edificio no estaba a 27 grados. Hacía más frío que en el cumpleaños de un esquimal. Es ahora donde proliferan los tediosos con complejo de héroes haciendo fotos a los comercios que no acatan la ley o a medios de comunicación criminalizando a empresarios que se niegan a obedecer. Ha vuelto la España puritana, esa esencia amarilla mediterránea de estar más pendiente de la vida de los demás que de la nuestra. No sé si se acuerdan cuando en el confinamiento los vecinos se espiaban unos a otros controlando cuántas veces sacaba al perro la vecina del sexto.
Oye, que está muy bien eso de cumplir la ley ,al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, pero que no exijan a los demás lo que ellos no acatan. Si la Biblioteca Nacional estaba así de fresquita no me puedo ni imaginar cómo tienen que estar sus despachos. Esos de los que nunca salen. Siempre digo que la mayoría de políticos toman las decisiones alejados de la realidad, desde su escritorio y con el teléfono rojo en mano. ¿Van a garantizar la iluminación de las calles mediante el alumbrado público? Lo digo porque en ocasiones cruzas por caminos en los que tus únicos aliados en la nocturnidad son los escaparates que ahora han obligado a apagar. Se rasgan las vestiduras con el ahorro de energía pero en verdad llevamos ya años con la austeridad lumínica. En cuántas carreteras hemos ido con neumáticos de plomo ante la ausencia de farolas teniendo que amortizar las luces largas.
En su cabeza era espectacular. Sobre el papel eran ideas brillantes, lo que pasa que a la hora de ejecutar se les ha olvidado poner de su parte. Me hace gracia cuando hablan de la transición hacia medios de transporte alternativos para luchar contra la dependencia del coche. ¿Qué proponen? ¿Un tranvía que tarda cuatro horas entre ida y vuelta de Alicante a Altea? ¿Autobuses con frecuencias de una hora para conectar la capital con el resto de pueblos de las provincias? Les pagan el sueldo no sólo para idear cosas chulísimas, que diría Yolanda Díaz, sino para ejecutar planes realistas para la ciudadanía.
Si no, apaguen las luces y váyanse. Ya verán cómo ahorramos.