la yoyoba / OPINIÓN

El año del cerdo

11/01/2019 - 

El año se ha de empezar con una letra capital, grande y emperifollada, como para iniciar un capítulo nuevo de esta novela que llevamos entre manos, casi en tenguerengue, entre el año que se va y el año que comienza.  Cambia el número del calendario pero los argumentos de esa historia que construimos de manera colectiva, con conocimiento de causa o a la babalà, siguen intactos. Las tramas principales y las secundarias permanecen ahí cuando te baja esa euforia ficticia con sabor a uvas, cava, besos a pelón y mensajes al por mayor con los que acostumbramos a celebrar que estamos vivos otro principio de enero. 

Yo reconozco que me da vértigo asomarme a un año nuevo. Siento como si estuviera abriendo una caja de Pandora de la que puede salir cualquier cosa, desde una boa constrictora que te estrangula el futuro hasta un mirlo blanco que no sabe dónde se mete. Pero hay gente tan adicta que se apunta a la celebración australiana para empezar el año nuevo con una cogorza que arranca doce horas antes. Creo que las agencias de viajes ya están pensando en incluir ofertas para pasar la “tardevieja” en Alicante y luego, si se tercia, acudir a la playa de Levante de Benidorm para brindar frente al Big Ben en pantalla gigante y comenzar la mañana con un bañito en L’Albir. Y todo eso sin movernos del 2019. Pero ya que cambiamos de año, podemos hacerlo a lo grande. Debajo de un dragón multicolor el próximo 5 de febrero para dar la bienvenida al 4716, el año del cerdo que nos traerá fertilidad, con la falta que nos hace. O al 5132 de los mayas que comienza el 26 de julio bajo el auspicio del Mago Magnético Blanco. Incluso podemos ir más lejos, al “Rosh Hashaná” judío del 5780, que coincide con el aniversario de la creación de Adán y Eva. Ahí queda eso. En abril, los budistas se meten en el 2561 para celebrar el cumpleaños de Buda igual que aquí soplamos el alcoholímetro para festejar el bautizo del niño Manuel. Estos vaivenes temporales nos colocan en una dimensión intermedia dentro de los innumerables calendarios que cuentan el tiempo de la Humanidad atendiendo a ritos solares, lunares y acontecimientos mágicos que nos encapsulan la vida en períodos de lo más variopinto. Regresando del futuro y sin pasar por la casilla de salida, también podemos trasladarnos al medievo. El próximo 31 de agosto solo tenemos que cruzar el Estrecho para aterrizar en el Muharram del 1441 y celebrar que Mahoma se piró a Medina. Porque no sabía que estaba Benidorm a un tiro de patera.

Después de este repaso a todos los años que en el mundo coexisten, observo que a nuestro calendario le falta ponerle nombre a los años. Como mucho, improvisamos haciendo alarde de leyendas cinematográficas. Al 2019 le llaman el año de “Blade runner” aunque nos falten lágrimas para llorar bajo la lluvia y los replicantes aún no se hayan sublevado. Cuando eso ocurra, avanzaremos un par de miles de años en el calendario y nos atiborraremos de niangao. Pero de los petardos de nochevieja no nos libramos. Yo, por si acaso, hace años que ensayo cenando en el chino de abajo pato pekinés. Para que ya me pille entrenada.

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