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Eduardo Halfon, el judío que escribe recio

Duelo por un niño perdido en la memoria de la familia y por la inocencia recuperada, Eduardo Halfon destilado

29/01/2018 - 

ALICANTE. Eduardo Halfon es un autor de publicaciones dispersas, cuyo descubrimiento le debo a mi amigo Rafa Teruel, el explorador de la literatura a quien seguiría hasta los confines del universo conocido y más allá, a territorio de dragones.

Halfon, guatemalteco de 1971, judío errante cuyo idioma principal reconoce ser el inglés norteamericano aprendido en su adolescencia estadounidense, escribe con un genuino registro del español centroamericano, aunque en más de una ocasión ha dicho que eso de Centroamérica, como identidad más o menos homogénea, no existe, que lo único que existe son una ristra de identidades que confluyen en un espacio geográfico marcado por la orografía y el clima. Para quien desconoce el léxico propio de cada país, la identificación puede ser unitario, aunque en el desconocimiento no sepa que ese "recio" utilizado en el campo semántico que en el español peninsular europeo ocupa "fuerte" sea únicamente una marca guatemalteca… o halfoniana.

"Judío a veces", en sus propias palabras, impregnado de la orientalidad arábiga de los lugares de procedencia de sus abuelos, Beirut, Alepo, de la tradición yiddish de los judíos europeos traicionados en Polonia -tercer origen, Lódz-, nacionalizado español, casado con una riojana, residente en Nebraska, a sus cuarenta y muchos no creo que se trate de un autor especialmente prolífico, aunque le pasa como a su estimado Bolaño, que su presencia en las estanterías de novedades goza de una ciclotímica intensidad.

Este año tres diferentes editoriales españolas, las tres en el ámbito de eso que se denomina las nuevas editoriales independientes, han publicado tres títulos del ingeniero letraherido. Tres narraciones de registros diversos, posicionadas en puntos distantes del cronograma de la obra de Halfon.

La zaragozana Jekyll & Jill recuperaba su título fundacional, del que ya hemos hablado por aquí, el Esto no es una pipa, Saturno, editado en 2003 por la guatemalteca Alfaguara, ahora con el título de Saturno, una “carta al padre” trufada de referencias a los suicidas literarios y sus relaciones paterno-filiales, habitada ya por un yo narrativo con el mismo nombre que su autor, con su misma genealogía errante, como no podía ser de otra manera, Líbano, Siria, Egipto, Polonia, Ucrania, Palestina, España, pero con la fabulación propia del Oriente sobrevolando los hechos descritos, los enfrentamientos con el progenitor, ese grito en sordina que esconde un verdad que puede serlo.

Posteriormente, Eduardo pierde la voz, pero no el recuerdo, ni el anecdotario familiar y cultural que le permite ofrecer una muestra de lo que mejor sabe, o cree saber, hacer, la distancia corta de la narración, el cuento, el relato corto, ese género que una generación antes, su compatriota y tal vez convecino, Rodrigo Rey Rosa había llevado a cotas de extraña perfección en libros como El cuchillo del mendigo (1986, 1992), El agua quieta (1989, 1992) o Cárcel de árboles (1991, 1992), con el latido todavía audible del realismo mágico y sucio. Clases de hebreo y Clases de dibujo son dos colecciones de relatos, pubicadas en 2007 y 2009, que este año la riojana Fulgencio Pimentel ha recuperado, en nuevas versiones del autor, y que junto a Clases de machete, editan bajo el nombre colectivo de Clases de chapín. "Un chapín es un tipo de sandalia española con alzas, y chapines es como se conoce a los guatemaltecos en buena parte de América". En esta etapa el autor utiliza el cuento para mostrar su particular mitología personal y familiar, su condición de judío latinoamericano universal.

Hasta que finalmente su voz y su mitología confluyen, lo que nos lleva a hablar de la tercera obra publicada este año por editoriales españolas, Duelo, la tercera del ciclo del yo biográfico familiar que publica la barcelonesa Libros del Asteroide, tras Monasterio (2014) y Signor Hoffman (2015). Esta serie de fabulaciones sobre episodios de la biografía familiar de Eduardo Halfon Tenenbaum la empezó a publicar la valenciana Pre-Textos, con El boxeador polaco (2008) y La pirueta (2010).

En el principio fue Auschwitz y un número de teléfono tatuado en el brazo de su abuelo polaco. Después vino Yugoslavia, Tel-Aviv, Italia, hasta volver a Guatemala y a las orillas del lago de Amatitlán, con Nueva York de fondo y el exilio norteamericano.

La editorial Libros del Asteroide tiene por costumbre encabezar el colofón de cada de uno de sus libros con una cita. Si cada libro es una gran pregunta, esta cita suele cumplir la función de respuesta erudita y precisa. Pero no siempre saber la respuesta impide volver sobre la cuestión. Toda buena pregunta es una narración, una filosofía en sí misma. “Si nunca has llorado y quieres, ten un hijo”, David Foster Wallace. Esta es la cita que encabeza el colofón de Duelo.

Una breve narración en la que la técnica de Halfon, en constante uso del Delorean capaz de saltar en el tiempo, con pequeños fragmentos de prosa como destellos de historia oral que asemejan minúsculas novelas compuestas únicamente de los párrafos imprescindibles, sin apenas acción externa -aunque no llamar acción a la intromisión en un antro que tiene la sombra de una pistola sobre el tapete de la mesa de billar parece algo osado-, se muestra ya con una madurez soberbia, incluso cuando nos tima, cuando introduce el germen del misterio, la búsqueda de la identidad de ese niño Salomón que se ahogó en las aguas de lago, ese niño Salomón que era el hermano mayor de su padre, su tío, por lo tanto, y que la resolución del enigma se encuentre en uno de esos momentos de la línea espacio-temporal que recorre como un saltimbanqui, obligándose a un viaje en la alucinación producida por el brebaje de una sacerdotisa maya para romper la amnesia, memento mortem suam.

"Usted no escribirá nada sobre esto, me preguntó o me ordenó mi papá, su índice elevado, su tono a medio camino entre súplica y mandamiento. Pensé en responderle que un escritor nunca sabe de que escribirá, que un escritor no es más que una hoja seca en el soplo de su propia narrativa. Pero por suerte no dije nada. Usted no escribirá nada sobre esto, repitió mi papá, su tono ahora más fuerte, casi autoritario. Sentí el peso de sus palabras. Por supuesto que no, le dije, quizás sincero, o quizás ya sabiendo que ninguna historia es imperativa, ninguna historia necesaria, salvo aquellas que alguien nos prohíbe contar".

Es imposible renunciar a la lectura de las historias prohibidas de Eduardo Halfon, sucedan a orillas del Mar Muerto, a orillas del lago Amatitlán, del río Hudson, a orillas del Mediterráneo, o en ese espacio irreal de su fértil, e interesada, memoria de narrador.

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