Quien con niños se acuesta meado se levanta. El PP lleva toda la legislatura criticando la manera en que ERC y Bildu se mean en la cama de Pedro Sánchez y ahora prueba de su propio aceite de ricino cuando Vox convierte a Castilla y León en el escenario propicio para escandalizar al público con la colaboración de un presidente cagón. Se nos va a hacer larga la precampaña electoral.
Es una pena que el sueño de gran parte de la izquierda sea que Vox le quite votos al PP. Y es una desgracia que se afane cada día para conseguirlo. Lo ha vuelto a demostrar con la enésima desfachatez de quienes saben que sus mayores enemigos ideológicos son, a la vez, colaboradores interesados. Desde que Vox irrumpió en la política gracias a las redes sociales y Sánchez quiso colar a Abascal en un debate en TVE para debilitar a Rajoy, la izquierda política y mediática no ha dejado que la estrella de la ultraderecha perdiera brillo. El fin justifica los medios.
Vox ha ido perfeccionando y extremando su técnica para estar en el candelero. Abascal ya no tiene necesidad de desgastarse, ahora tiene a un vicepresidente sin cartera en Castilla y León cuya única ocupación conocida es provocar. Desde la distancia, uno no sabe si es un su primitivismo es auténtico o representa un papel para, cuando acabe la farsa, ejercer el rol de señor de derechas civilizado. No sería el primero. Recuérdese aquel Rufián de las camisetas y los insultos en el Congreso que un buen día, lograda la popularidad, se puso un traje y cambió de registro. Es posible que ninguno de los dos papeles responda a su verdadera personalidad.
Quienes no cambian, y deberían, son los indignados hasta el infinito que estiran el chicle con tal de que se continúe hablando de Vox. La cosa está tan ajustada en las encuestas, que el PSOE necesita cuanto antes otra ocurrencia de la ultraderecha, igual que en el PP están pendientes de que los independentistas vuelvan a hacer pasar por el aro a Sánchez. Todo ello entre aspavientos, gritos y con Batet desbordada… Una pésima representación teatral que solo entretiene a los tuiteros y de la que todos creen salir beneficiados. Todos excepto los moderados, si es que queda alguno.
En la Comunitat Valenciana no vamos a ser menos. Desde que Vox anunció quién sería su candidato a la Generalitat, a Flores Juberías le están haciendo la campaña, sin que haya abierto todavía la boca, porque maltrató psíquicamente a su exmujer hace 21 años. No es diputado, pero este lunes lo llevan a una comisión de Les Corts para que se dé a conocer y se luzca de cara a sus potenciales votantes con la elocuencia que le caracteriza. Con lo tranquilos que estábamos con el desconocido Llanos.
En el fondo, el objetivo de los grandes partidos es debilitar al contrario alimentando a otras formaciones ideológicamente cercanas. Tampoco es algo nuevo, ya se ha hecho en otras ocasiones incluso financiando la campaña de supuestos rivales sin opciones de obtener representación.
En el caso del PP, sea nacional, autonómico o local, el trabajo de dividir al enemigo se lo están dando hecho los monty python, lo que le permite a Mazón concentrar el tiro en Puig. Solo en algunos municipios, como Gandia, han logrado los partidos minoritarios de izquierdas acordar unas listas comunes, acuerdos que nadie debería dar por definitivos hasta que las listas salgan publicadas en el Boletín Oficial de la Provincia.
Por el contrario, los socialistas lo tienen más complicado para dividir el voto de la derecha porque, moribundo Ciudadanos, en la acera del PP solo les queda Vox. Y para aprovecharse de Vox necesitan dar difusión a sus provocaciones, que es lo que los de Abascal buscan. Luego, cuando el clima sea aún más irrespirable, se preguntarán por qué la ultraderecha crece en España, y dirán que es culpa del PP.
Puig ha dicho que hay que vender gestión en lugar de hacer como que estamos en campaña. Sin demasiado éxito, de momento, porque algunos de los suyos están metidos de lleno en campaña. Puede que vender gestión no funcione para ganar votos tanto como enfrentarse a Vox, pero parte de la ciudadanía agradecería menos espectáculo y más política de la buena. El PSOE, tanto el nacional como el autonómico, tiene argumentos para presumir de gestión, tantos como la oposición para criticarla. No hace falta bajar al barro.
En cualquier caso, todo indica que si Núñez Feijóo o Mazón ganan las elecciones –ganar no es quedar primero, sino gobernar– tendrán que aguantar a Vox en mayor o menor medida. Solo cabe esperar que, si eso ocurre, sean menos condescendientes que Sánchez lo ha sido con sus socios, porque tratar de poner trabas a las mujeres que quieren abortar es grave, pero no lo es menos legislar a favor de los corruptos.