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Bitácora de un mundo reinventado / OPINIÓN

Dictadura de lo útil

14/04/2023 - 

Tú que eres tan rescatadora, me dice un día Albert. Pero yo no quiero ser rescatadora sino removedora. Remuevo personas, que es algo cercano a rescatarlas, pero a mí me gustaría remover hojas como empleada municipal, cambiar de oficio: llevar una mochila que vibre y un tubo de aire que las haga volar como insectos, embelesarme con su viaje breve, su cualidad esponjosa y efímera. Huir de mi identidad cristalizada, monolítica. Escapar a un trabajo que me permita ver al otoño dibujar una bella parábola de humus esponjado delante de mis ojos y que me paguen por ello.

Es sólo una de mis fantasías, pero en todas hago cosas que no llevan a ninguna parte y me colman de sentido. En todas hay amor, supongo, y belleza, las dos cosas más alejadas de lo útil y que no sólo mueven a los coleccionistas de arte: mueven a la gente lejos de la desdicha. A veces pienso hasta en seis cosas imposibles antes del desayuno, decía Alicia en El País de las Maravillas. Cámbiese imposible por inútil y el gesto quedará redondo, elevado a autohomenaje, maniobra de cuidado personal, de higiene, tan necesaria contra el abatimiento; útil al fin y al cabo, pero de una utilidad que no cotiza en el IBEX ni se inscribe en nuestro currículum.

Seis cosas inútiles antes del desayuno no son nada fáciles de encontrar, sin embargo. A mí me deja siempre derrotada la tarea, a veces pienso en levantarme media hora antes pero siempre decido que dormir es la inutilidad sagrada, como la procastinación o el aburrimiento. Remover hojas, buscar dibujos en el cielo, hacer apuestas estúpidas, anotar sueños en un cuaderno, dar con el adjetivo preciso para el olor de la cocina antes del desayuno (ese olor que se queda impregnado de la cena anterior y es el olor del ayer, de las broncas o encuentros felices, del pasado que aún no nos mira con colmillos y uñas).

Resulta realmente difícil dar con algo libre de utilidad, estamos hechos para ella y le ofrecemos un culto inconsciente y fanático. Yo ya no sé ni siquiera leer como si leyera sólo para darme un garbeo, disfrutar del viaje; me ansío si no puedo subrayar y anotar en los márgenes. He escuchado a pacientes enloquecer de inutilidad, crónicos que languidecen en centros de larga estancia y aúllan su desocupación. La inutilidad puede ser un veneno si es pura como el chocolate negro, si no combina con su contrario. Pero la dictadura de la utilidad también nos deja boqueando en una jaula sin oxígeno.

Colometa, la protagonista de La Plaça del Diamant, es otra reina de lo inútil que me enseñó a embelesarme desde la ficción literaria. Novela de lo pequeño, como una catedral hecha con palillos, sólo una mujer podría levantar un universo así a partir de las cosas que se quedan en la orilla: el relieve de unas flores de ganchillo, una cama de madera quebrada en un parto, el tacto sedoso de las legumbres en un saco, el filo dentado de un cuchillo, un embudo olvidado encima del mueble de cocina. Cosas que se barren de la Historia con mayúsculas, que sólo conocemos nosotras, la estirpe infinita de las Penélopes, las que cosen y descosen bajo el resplandor de una lámpara color maduixa. El sexo útil por excelencia, pero expulsado de la utilidad con aplausos, del pódium donde se encaraman ellos. Objetos domésticos, naderías, elementos que no están hechos para la trascendencia ni para lo heroico y sin embargo ella convierte en columnas de panteón, piedra caliza capaz de viajar por los siglos. Oigo a mi hija cantar un estribillo en su cuarto mientras escribo esto y me paro a escucharla, a descifrarla, ¿dónde lo guardaré? Es una estampa que empuja adelante la vida, que solo tiene sentido en su presente extático, se difumina como el humo y ya no está: sólo puedo aspirar a fabricar un bello recuerdo pero, ¿es la memoria algo útil?

William Dafoe en 'La última tentación de Cristo'. Foto: UNIVERSAL PICTURES

Estos días de Semana Santa me golpea como siempre el fervor religioso de los creyentes, los rituales de la fe que yo no tengo, la efervescencia de un culto milenario por una doctrina del amor y el perdón. Es bello el perdón, así que mi cabeza mezcla de nuevo lo amado y lo bello, o sea, lo inútil. El corazón del hombre en sintonía con la naturaleza: ese es el reino de Dios, dice William Dafoe en La última tentación de Cristo, de Scorsese. Y entonces descubro que la espiritualidad está emparentada con lo inútil-útil, que Jesús hubiera vuelto a enfurecer si conociera este mundo contemporáneo, donde no hay mercaderes que echar del templo porque todo es mercancía, hasta nosotros mismos: nuestra intimidad, nuestra imagen y nuestros datos.

Si no tenemos el corazón en sintonía con la naturaleza, ¿con qué lo tenemos sintonizado? La Fundación Ferrer i Guardia vuelve a dar este año el dato de la caída de creyentes en nuestro país, que la pandemia parece haber disparado. En el 2000 se declaraban ateos, agnósticos o indiferentes hacia la religión un 13,2 % de los encuestados, pero hoy en día son un 40 %. Cada vez hay menos católicos, pero los españoles parecen haberse abierto a nuevas formas de espiritualidad. La búsqueda de sentido no se cancela con la caída de popularidad del catolicismo y parece que los nuevos credos ocupan el vacío que dejan los de nuestros abuelos. New Age, reencarnación, vibraciones, karma, energía cósmica, naturaleza; el ser humano no va a dejar nunca de buscar lo que le ancla con el sentido y le ayuda a seguir adelante en esta broma cruel que es la vida. A cultivar la compasión, la belleza. Lo inútil.

Te regalo todo lo que dije hasta ahora, pone Lewis Carroll en boca de su personaje, Alicia, en la asunción, entendemos, de que ya no le servía para nada y, además, no puede tener dueño. Las palabras, las ensoñaciones, las estampas de la belleza, el vuelo de las hojas levantado por los jardineros en un parque, es para todos y es de nadie. Merece un culto íntimo, a cada cual la libertad de ponerle un nombre propio.

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