ALICANTE. Para quien no recuerde de qué va esto de los breves encuentros, he aquí un destello en forma de flashback, la imagen de un andén de tren en blanco y negro, una mujer con un vestido ajustado a la cintura y el vuelo de la falda sobre sus rodillas, un hombre con terno y sombrero, la espera, las miradas furtivas, un tren que llega, uno de ellos sube. Breve encuentro (Brief encounter) es una historia de adulterio, en la Inglaterra de 1945, cuando guías de ferrocarriles gozaban de la misma exactitud matemática que un manual de álgebra. Película dirigida por David Lean sobre la adaptación de la obra de teatro Still Life, de Noel Coward, narra el misterio insondable de la atracción, utilizando como conejillos de indias al Dr. Alec Harvey (Trevor Howard) y al ama de casa Laura Jesson (Celia Johnson), y cómo la rutina puede provocar hastío, o ser el desencadenante de una furtiva relación prohibida. Las leyes de la atracción.
Con esta imagen en mente, descubrí que los libros también tienen su propia ley gravitatoria, y sufren de breves instantes de atracción, que los hacen aparejarse en lugares inesperados (o tal vez no tanto), para soportar juntos trayectos, esperas y lecturas en paralelo. Historias que se entrecruzan, personajes que se asoman a las páginas de su partenaire circunstancial, y que a veces sufren con el destello de la pasión, a veces se repelen con furia, y habitualmente se miran de reojo, con el gusano del desdén royéndoles las entrañas.
El último encuentro que he observado se ha visto precipitado por un absceso de bricomanía que reventó y puso en marcha el montaje tanto tiempo esperado de unos cuantos metros lineales de estantería. Una vez montadas y bien alimentadas con su relleno de tinta, papel y cartoné, en el rincón izquierdo de la quinta leja (contando desde bajo) de la estantería de la derecha, quedaron contracubierta sobre cubierta, dos volúmenes que de tanto en tanto, a lo largo de unos días, bajaban juntos de su retiro para tomar vida: el último artilugio narrativo del fotógrafo madrileño (cada vez más cuentista) Paco Gómez (no, ese Paco Gómez no, éste Paco Gómez, nacido en Madrid en 1971, no Quevedo, no el Pequeño Nicolás, no el miembro histórico de la Escuela de Madrid, este Paco Gómez, Paco Gómez El Modlin, que no otro sería su apodo si habitara en un pueblo mediterráneo, o en la Mancha), Volverás a la Antártida. El relato de la primera expedición virtual transantártica, por Paco Gómez e Hilo Moreno, con numerosas fotografías e ilustraciones, editado por Fracaso Books, la editorial de crowdfunding montada por el propio autor, y Leyendas desde el pantano. Guadalupe Plata, del dibujante y guionista Antonio J. Moreno El ciento (vale, lo de Gómez también en cualquier localidad de la montaña jienense), cómic editado por la andaluza Bandaàparte Editores, bajo una licencia Creative Commons BY-NC-ND (Reconocimiento-No Comercial-Sin Obra Derivada… para quien tenga curiosidad en saber qué significa compartir conocimiento, sin perder las posibilidades de negocio).
La tercera entrega de las aventuras literarias de Paco Gómez, tras Los Modlin (primera edición en 2013, en marcha una nueva, tras las de 2014, 2015 y 2016) y Proyecto K (2016), comparte autoría con una persona a la que, en el inicio de la aventura, el montañero Hilo Moreno (Madrid, 1979), sólo había visto una vez, en un encuentro fugaz en la librería La Modesta, que regenta en Madrid Rocío, la madre de Moreno. Pero el causante último de toda esta experiencia, el mcguffin que lo disparó todo, fue Antonio Sandoval, el informático de la Base Antártica Española Juan Carlos I que montó la infraestrucura para que, ante la pregunta sobre cómo llevaba la desconexión con su hijo, mientras este se encontraba en la base, durante los meses de verano, como apoyo logístico a los investigadores, Rocío, la madre de Hilo, respondiera: “¿Incomunicado? ¡Si este año tienen hasta whatsapp!”. Y aquí estaba, por fin, la antítesis de los tan temidos grupos de whatsapp del cole, el uso definitivo, la aportación a la historia de la literatura de la aplicación de mensajería instantánea, lista para cumplir con el deseo que abre el diario de Gómez (porque sí, a todo esto, la narración toma forma de diario ilustrado): “Me gusta viajar. A mi edad, ya me he hecho a la idea de que hay lugares del mundo que nunca podré visitar. Uno de ellos es la Antártida”. El trabajo del informático Sandoval permitió que este libro sea el relato a través de Whatsapp e la 1era Expedición Virtual Transantártica.
Como no podía ser de otra manera, este diario es, sobre todo, un diario visual, un intento de Gómez, desde el mensaje inicial a Moreno, por dirigir su mirada fotográfica en las heladas tierras del permafrost: “Se me ha ocurrido un proyecto fotográfico a medias. Yo te propongo una imagen desde aquí y tú la ejecutas en la Antártida”. Pero los intentos de demiurgo de Gómez se ven saboteados una y otra vez por la iniciativa y la imaginación de Hilo Moreno, que entre descargar motos de nieve, acompañar investigadores japoneses a sus balizas, y brindar con el whiskey de Shackleton con los miembros de la base búlgara San Clemente de Ohrid, mientras estos entonan Adiós con el corazón, encuentra tiempo para remedar retratos sommerianos, de Herbert Pointing, el fotógrafo oficial de la expedición Terra Nova del capitán Scott, o continuar con la serie de bautismos de icebergs, José Alfredo, Daguerre, Ziggy Stardust, Blade Runner,... fotografías, mensajes de whatsapp, entradas de diario, si Julio Verne resucitara, seguro que pediría a Gómez y Moreno sus números de whatsapp para echar unos chats desde Amiens.
Mientras tanto, al otro lado de las cubiertas, Paco Luís Martos situaba su pie derecho sobre la base del contrabalde y empezaba a pellizcar la única cuerda del instrumento, marcando la entrada al bombeo rítmico de Carlos Jimena, poco antes de que Pedro de Dios acariciara el traste de su electroacústica, produciendo un slide que retumbara entre los valles de las sierras jienenses. Guadalupe Plata iban camino de su propia expedición en búsqueda de la encrucijada del diablo.
Los Guadalupe Plata son una de esas apariciones que entroncan latitudes desde la fascinación, la tentativa de apropiarse de una tradición lejana y regurgitarla, desde el más absoluto respeto por las sonoridades íntimas del blues, pero con toda la mala follá imprescindible para transportar los caminos de sirga del delta del Misisipi a los caminos entre olivos por los que transita una procesión mortuoria. De los tugurios de Nueva Orleans a un club de striptease de León. Fuera de tono es el concepto sobre el que el historietista Antonio J. Moreno El Ciento, colaborador habitual de la crítica musical, en revistas como Ruta66, construye esta road movie de efluvios alcohólicos que discurre entre Úbeda, León, Austin (Texas) o Clarksdale (Mississipi), con apariciones fantasmagóricas, como la de Raimundo Amador, o la búsqueda del palo perfecto para la reconstrucción del contrabalde, en una Factory Store de Nueva York, mientras Toni Anguiano, mánager del grupo, exclama “vamos, Paco Luís, cojones, que es un puto palo…”.
En Leyendas desde el pantano, El Ciento hace uso de la caja negra sobre la que construye viñetas de rozan la expresividad de El Cubri, mientras revolotea sobre ellas la caricatura underground de Gilbert Shelton.
Si el frontman de GP, Pedro de Dios, tenía su sesión anual de aceitunas, cada septiembre, para recoger esas cuatro perras que le servían para sobrevivir, mientras llegaban los tiempos del blues, PG tiene su sesión periódica de varear árboles fotográficos, para conseguir las imágenes de su próxima narración. El viaje como narración, entre los pantanos y las banquisas de la Antártida.