Helena de Llanos, nieta de Emma Cohen y Fernando Fernán Gómez, sube del 17 al 19 de noviembre al escenario del Teatro Círculo de Benimaclet para contar la historia de sus abuelos en Un viaje a la luna, una obra en la que a través de su archivo configura un relato íntimo y personal sobre ambos
VALÈNCIA. ¿Cómo tiene que ser viajar a la cabeza de los grandes genios? Seguramente estarán amuebladas de fascinantes ideas, cientos de proyectos a medio hacer y algunas que otras obsesiones. Una manera de hacer estos acercamientos suele ser a través de los diarios (como pasaría con Pizarnik, con Sylvia Plath...) y a través de los objetos personales. Helena de Llanos, nieta de Emma Cohen y Fernando Fernán Gómez, se atreve a viajar dentro del universo mental de estos artistas a través de los objetos que se encontraban en su hogar, y desde este verano forman parte de la Filmoteca Española.
De esas 235 cajas donadas por Llanos ella se permite extraer algunos de los objetos para subirlos al escenario del Teatro Círculo -del 17 al 19 de noviembre- para dar forma a su obra Un viaje a la luna, en la que gracias a estos elementos se adentra en su personalísimo mundo al que accede ahora desde la nostalgia y con una mirada adulta. Objetos con los que jugó de pequeña o a los que no les dió el valor que tenían hasta ahora que forman parte de una gran obra dividida en varios actos sobre la vida de quienes la cuidaron.
Para Helena este acercamiento a la vida de sus abuelos a través de sus objetos supone un ejercicio para trasladar su universo creativo al escenario, empleando los objetos como vertebradores del relato. Ella considera que estos son los que “dan una idea de su forma de estar en la vida, y que resuelven las preguntas sobre su persona e intimidad”. Este trabajo de investigación personal le permite aprender más sobre ellos y celebrar la figura de su abuela, Emma Cohen: “Creo que de Fernando hay mucha información, es más conocido por su trabajo pero mi apuesta está en visibilizar la vida de Emma, tanto su forma de estar como los trabajos a los que ella se dedicó, como la escritura de novelas y la realización de algunos cortometrajes”. Para ello Helena proyecta algunas filmaciones caseras de Emma junto a los trabajos de su marido, desvelando así el día a día de la “pareja polifacética”.
Con motivo de hacer partícipe al público en este relato intergeneracional y personal el atrezzo que se muestra sobre el escenario es todo directo del archivo, permitiendo así un acercamiento “desmitificado” a la figura de dos grandes personajes de la cultura española que ahora “se comprenden como personas”: “Lo que hago es acercar su historia, crear un relato de igual a igual que no está engrandecido. Quiero mostrar cómo eran y lo que se me ha quedado a mi de su historia, y de sus propias creaciones, ellos no eran nada de vitrina”. Helena desvela también que dentro de su casa los trofeos solían servir con funcionalidades prácticas, como “sujetalibros” o como grandes pisapapeles. Rompiendo con el mito de la figura pública el espectáculo habla de “personas que son mucho más que su imagen” y que se dejan ver a través de sus cachivaches.
Libros, cuadernos, storyboards, cartas y fotografías cuentan este relato en el que su intimidad queda al descubierto de la mano de su nieta, además de los pósters de las películas de Fernando y otros elementos que permiten a Helena mostrar una visión intimista de su relación, algo que no se encuentra en las redes: “En internet hay muchísima información sobre ellos, a veces demasiada pero para mi los objetos me permiten hablar de cosas que nos interpelan, y que espero que lleguen a las personas que quieren conocerles. En el archivo se responden preguntas que trascienden a ellos mismos, que hablan de la época en la que vivieron y de sus ideas”, explica sobre su propia investigación.
En la obra Helena se enfrenta también al reto de contar con un enfoque diferente al de su documental Viaje a alguna parte (2021), en el que mezcla historia y ficción para hablar de “la presencia y ausencia” de ambos, un trabajo que para ella bebe más de lo artístico: “Para mí Viaje a alguna parte parte de un duelo, de la reflexión sobre nuestra relación con la muerte y lo que queda tras la ausencia, eso es lo importante de la película. En Un viaje a la luna vivo un duelo mucho más “extrovertido” en el que trabajo más con la comedia y busco una conexión con el espectador cara a cara”.
Contando un mismo relato pero a través de dos tonos muy distintos se enfrenta a un archivo eterno en el que puede aportar algo que no se refleja en las redes, una visión de su mundo desde el “yo”: “No me puedo desligar de ellos, todas sus cosas me interpelan de alguna manera, para mí la obra es una especie de triángulo cuyas puntas se conectan en el interior de la casa”.
La casa, desvela Helena, recibía el nombre de “luna”, y siempre que decían de reunirse allí “iban a la luna”. Ese viaje es el que la dramaturga y directora ha querido mantener con motivo de conectar con su relato personal, y de conocer la más pura intimidad de ambos: “En la luna teníamos muchas conversaciones y entre nosotros existía una fuerte conexión. También pude aprender de la manera de amar que tenían, que es para mí el aprendizaje más valioso”, puntualiza quien baja los pies a tierra para traducir la historia de toda una vida, o mejor dicho de tres.