SILLÓN OREJERO

Degas: rentista, misógino, antisemita, voyeur, militarista y un genio

Una novela gráfica profundiza en la personalidad de Edgar Degas, el pintor que que los historiadores coinciden en señalar como el gran enlace del arte entre los siglos XIX y XX. Fue un personaje intratable, que le gustaba ir a los prostíbulos con una máscara solo para mirar y que las chicas hicieran como que no le veían, pero que nunca tocó a una mujer. Su difícil carácter, desagradable a más no poder, le llevó a encerrarse en un piso solo para pintar y no salir en años

13/12/2021 - 

VALÈNCIA. Ha sido considerado a menudo el artista que estableció el puente entre el siglo XIX y el XX, entre la pintura clásica y la modernidad. Fue un artista que mostró los cambios sociales al elegir a jinetes y bailarinas como modelos. Así, pasó a la historia como el pintor de bailarinas vaporosas y gran maestro del impresionismo francés, movimiento en el que no militó exactamente. Es impresionante que cuando cumplió los 50 se recluyera en un apartamento para dedicarse única y exclusivamente a pintar para depurar al máximo su estilo y su expresión. En los años 80 del pasado siglo, la venta de su obra La espera, un pastel de 1882, se vendió por casi cuatro millones de dólares en una subasta de Sotheby´s en Nueva York. Nunca se había pagado tanto hasta ese momento. Tampoco por una de sus esculturas. En 2009, se vendió por 14 millones y medio de euros su figura de bronce Petite danseuse de quatorze fundida entre 1879 y 1881.

Su faceta psicológica también ha sido muy interesante e investigada por los historiadores del arte. Muchas veces su estilo se ha equiparado al de un mirón. Alguien que retrataba a las mujeres cuando hacían labores en las que no esperaban ser vistas, como lavarse, vestirse o prepararse. Ahora esas palabras, negro sobre blanco, se pueden entender mejor dibujadas. Se ha traducido al castellano Degas, la danza de la soledad, del guionista Salva Rubio y el dibujante Efa, una novela gráfica que explora la personalidad del genio. Aunque en este caso trae una novedad, no está centrada completamente en Degas, también aparece la pintora Mary Cassatt, con quien tuvo una estrecha relación. Con los pensamientos de ambos narrados en primera persona se elabora un retrato de un personaje fundamental en la historia del arte.

No es para menos, la personalidad de Degas no solo estaba marcada por sus tendencias voyeur. También era tremendamente reaccionario, no en vano, era hijo de un banquero y como esos personajes desahogados de la Comedia humana de Balzac, vivía muy bien como rentista. Desde esa posición social, en lugar de romper la pauta enarbolando ideas avanzadas, hizo todo lo contrario. Fue misógino, fervoroso militarista y sobre todo antisemita, las dos pestes de la política francesa del cambio de siglo. Sin embargo, todo lo que no tenía su ideología se podía encontrar en su sensibilidad artística. Ahí fue amante del riesgo creativo y de la audacia de las vanguardias de su tiempo. Como prueba, en lugar de establecerse en una torre de marfil, fue un gran admirador de sus contemporáneos y se compraba sus cuadros. Lo hacía compulsivamente. Si la irrupción de la pintura impresionista se considera una revolución fue en buena parte por la promoción que él hizo de sus colegas, los bohemios, que desde las exposiciones que se produjeron entre 1874 y 1880 por iniciativa de Degas pasaron a denominarse los impresionistas.

Rubio ha diseccionado muy bien en el cómic el ambiente creativo de aquella Francia. El pequeño universo parisino de luchas intestinas entre creadores de todo tipo, hasta para Marx fue vital pasar por esa ciudad para elaborar sus ideas. Aquí la acción está centrada en las disputas entre pintores conservadores e impresionistas dentro de la vanguardia y en contraposición a los académicos, que tímidamente han ido recuperando históricamente el brillo que les arrebataron los amigos de Degas, aunque él despreciaba el impresionismo que al mismo tiempo promocionaba y odiaba el academicismo. Un lío solo comprensible entre absentas y tugurios.

Si algo hace bien esta obra es situarnos en la importancia que tenía la pintura en el siglo XIX. Hoy, tras la revolución audiovisual, todo es imagen en nuestras vidas. Están más presentes que el propio lenguaje convencional. Sin embargo, entonces nada de esto era así, la imagen era escasa y la pintura sagrada, y la ruptura con la academia trataba de introducir más emociones y toda la complejidad del ser humano en los cuadros.

Pero hay mucho más. Es muy difícil encerrar la figura de Degas en un estereotipo. Rubio ha insistido en mostrarnos su faceta solitaria, de excéntrico e inadaptado social que no se sentía a gusto ni en la burguesía acomodada a la que pertenecía por clase social ni entre las veleidades de los artistas. Su carácter era agrio, esquivo, intolerante y, como es habitual en estos casos, murió solo. Resulta curioso que todas esas imágenes tan elegantes de bailarinas que han pasado a la historia, cuadros realmente preciosos, fueran obra de alguien con una personalidad casi monstruosa según nuestros cánones actuales.

El aspecto más original de la obra llega en este punto. Cuando los autores se esfuerzan por mostrar cómo fue la única mujer que logró ablandarle el corazón a semejante personaje. Se ha reconstruido su relación con Cassatt a partir de una inmensa documentación que abarca desde los cuadernos personales del autor a los testimonios de los que le conocieron. Se sabe que ella destruyó su correspondencia con él, quizá ahí faltan valiosos matices, pero se pone de manifiesto que él la respetó y se sintió cercano a ella por su forma de entender el arte. En el fondo también era harto curiosa su situación. Era una mujer soltera sin hijos que pintaba sobre la maternidad de forma monotemática.

Si hay que subrayar escenas, será difícil de olvidar al Degas que da la nota en las fiestas con sus comentarios hirientes, para deleite de unos comensales que lo llevan para que dé show y entretenga a la concurrencia, y las referencias que se hacen a que nunca le pusiese la mano encima a ninguna mujer. Ahí guarda cierto parecido con Dalí, que se supone que tampoco era amigo del contacto, aunque tuviera esposa. De manera muy gráfica, en estas viñetas tenemos a un Degas que deambula por los prostíbulos con una máscara con la que pretendía solamente mirar, al tiempo que las muchachas hacían como que no lo veían. Todo esto dibujado y coloreado con técnicas que emulan el arte del maestro. Un trabajo precioso a los ojos, muy didáctico para los más jóvenes o los desconocedores de la materia y, como el reciente volumen aparecido en Francia sobre Baudelaire un estímulo que empuja a profundizar más en la obra de estos artistas.

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