ALICANTE. El ciclo Alimentando Lluvias del IAC Juan Gil-Albert llegó a su edición 7.0 a sólo tres jornadas de la celebración del Día del Libro, inmejorable temporización para una celebración de la palabra poética que en esta convocatoria tenía como invitada a la autora que supuso, sin duda, la ruptura generacional con los Novísimos, en la poesía española del siglo veinte. Y, aún así, enmarcar a Blanca Andreu en una corriente o un grupo es hacerle un flaco favor, tanto a ella misma, como a la historia de la literatura reciente.
Andreu siempre ha sido como un cometa Halley de la poesía hispánica, con el tamaño suficiente como para hacer temblar los cimientos de las corrientes reinantes, fugaz como para no dejar tras de sí escuela que la convierta en cabeza de nada, ya que ella siempre ha pretendido ser cuerpo entero, para el dolor y para el placer, desde aquellas dos colecciones de poemas que surgieron de la embriaguez del dolor, plagados de surralismo y prosa cincelada en un encabalgamiento léxico exuberante, De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall (1979-1980) y Báculo de Babel (1982), ambos galardonados, el primero con el prestigioso premio Adonais, el segundo con el Premio Mundial de Poesía Mística Fernando Rielo.
Su vinculación con Alicante es antigua, tanta como que los lazos establecidos en la niñez y la adolescencia oriolanas, que se mantienen en la actual madurez, reafirmando esa relación extraña que ciertos terruños mantienen con la lírica, sea el ática evocada junto a la Acrópolis, en uno de los poemas elegidos por ella misma para su recital en la Casa Bardín, sea en la huerta hernandiana.
Verás, ciprés, hermano / de los lirios / me recuerdas a un hombre / que amé y murió / y que era como tú alto y oscuro. / Delgado como música de cuerda / también su alma era ática / ascendía en la noche / por la secreta escala/ de sí mismo / buscándose / buscando el alto cielo / como tú.
En estos versos, y en el discurso vehemente de Blanca Andreu, de manera omnipresente la figura de Juan Benet, como una gran elipsis, como un lugar de llegada en la trayectoria anterior a conocerse en Madrid, como una búsqueda contínua desde su fallecimiento y esa necesidad de enamoramiento permanente. “De lo que se escribe se vive, marcándonos nuestro propio destino. Desde que descubrí eso, y lo hice en los alrededores de la muerte de Juan, haciendo trampa. Yo quería que la vida me saliera bien y me pasaron cosas muy cómicas. Yo quería tener otro amor, inmediatamente. Era un agujero inmenso que llenar. Además me encontraba tan sola y acosada socialmente, que decidí que necesitaba conmigo un hombre muy valiente, por aquello de la viudedad, que yo encontraba como muy oscuro, con la guadaña, las moscas, y escribí un poema para invocar a ese hombre valiente. Y lo conseguí, conseguí que alguien me cortejara, casi que me acosara, un enano torero, valiente a más no poder”.
La enseñanza literaria de esta anécdota y este tiempo ha supuesto una importante evolución en su poesía, ya que a partir de entonces, “intento evitar lo luctuoso y ya la tinta negra no la quiero”, características que configuraban su obra hasta la recopilación de 1994 El sueño oscuro. Tanto La tierra transparente (2002), como especialmente Los archivos griegos (2010) beben de la fascinación por la cultura, por las cosas que “la enamoran, para evitar el efecto boomerang, sea un perro, un objeto, un país”.
En el encuentro posterior a la lectura, demostró Blanca que es una conversadora ágil y con un humor ácido y poco condescendiente consigo misma. Dejó unas cuantas anécdotas jugosas, como la que hace referencia al título de su primer libro, realmente obra de un amigo suyo de los primeros tiempos en Madrid, que se encontró el original del poemario en la papelera y fue quien lo presentó al Premio Adonais, utilizando como referencia ese Chagall del cartel de la exposición de la Fundación Juan March que Blanca tenía en su habitación, “aunque Chagall no es mi pintor favorito ni lo ha sido nunca, es un pintor que me hace gracia. Yo le habría puesto algo más suntuoso, que se vino a vivir a un Veronés, un Claudio de Lorena, un Velázquez, si acaso, y ese error sintáctico en la construcción de la frase, se vino a vivir en un Chagall, en vez de a un Chagall, en todo caso”.
También confesó su temperamento adictivo, después de dos meses el año pasado sumergida en el mundo de las redes sociales, concretamente en Facebook, de las que dijo que “es un peligro, una obsesión llevada hasta su saciedad, se anula en su propio exceso, como dijo acertadamente Cioran …además, erais muchos podemitas contra mí (tono pícaro en esta apelación), lo tuve que dejar por saturación, y porque era peor que un trabajo”. Buena polemista también, con capacidad para la ironía y para el argumento grueso.
Y de peso fue la primicia sutil que dejó caer. En un futuro breve no será extraño que la novedad editorial de Blanca Andreu pertenezca, finalmente, al mundo de la prosa narrativa, tal vez en ese género que tanto estima del relato, tal vez en el largo recorrido de la novela.