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TODO DA LO MISMO

Damas y caballeros, estamos flotando en el espacio

20/02/2022 - 

VALÈNCIA. Siendo adolescente, Jason Pierce cambió su apellido real por otro mucho más evocador, que es el que utiliza cuando compone y graba su música. Eligió ser Jason Spaceman, un hombre de las estrellas y ayudó a fundar un grupo llamado Spacemen 3. Muchos años después, Fangoria plasmarían en una de sus canciones la imagen romántica de “un astronauta solo, flotando”. Ahora, la estampa del hombre que abandona el planeta Tierra para explorar lo desconocido y perder todo contacto con la gravedad es ya, como tantísimas otras cosas, literatura del siglo XX. En una entrevista reciente, cuando a Jason le preguntaron si de tener el dinero para hacerlo, se embarcaría en la expedición interestelar de Jeff Bezos, contesta: “¿Lo haría? No lo sé. Carece de ese espíritu de carrera espacial que hubo a finales de los años sesenta. Esto parece un como un montón de evasores fiscales muy ricos intentando conseguir una vista algo mejor del espectáculo, una vista con la que ya estamos familiarizados. Ya hemos visto la imagen de azul marmóreo, la imagen de la Tierra emergiendo”.

Pensar en este tipo de cosas me convierte irremisiblemente en una persona mayor, pero no me lamento por ello porque, de hacerlo, sí me estaría convirtiendo en un hombre mayor de verdad. Aquello que fascinó a otras generaciones hoy ya no tiene vigencia para las actuales y, por lo tanto, pasa automáticamente a ser literatura. El cine, los discos, la gente, incluso los conceptos de ficción y realidad han sido trastocados a causa de la pandemia. ¿Qué es real y qué no lo es? ¿Era más real nuestra vida de hace dos años que esta? Leo la entrevista con Jason Spaceman, un tipo condenado por su propio perfeccionismo -cada disco que hace se convierte en una labor titánica que lo deja exhausto- a flotar eternamente fuera de nuestra atmósfera, y me entran tantas ganas de echar la vista atrás y revisar su discografía con Spiritualized y su obra cuando formaba parte de Spacemen 3. Si tu primer grupo se llama Los Tres Hombres del Espacio, es que la obsesión por abandonar este planeta va en serio. Aunque eso significara llevarle la contraria a su propio nombre, Spacemen 3 acabaron siendo dos. Dos astronautas que abandonaron la atmósfera terrestre juntos y acabaron explorando constelaciones distintas. Sonic Boom y Jason Spaceman fueron amigos y cómplices hasta que la música y las drogas -la sensación de ingravidez, la paz que proporciona huir del mundo y refugiarse entre las estrellas se parece mucho al subidón de heroína- que en un principio les unieron terminaron separándolos, parece que para siempre. No obstante, y dadas las circunstancias generales, para siempre es un concepto que posiblemente se haya quedado obsoleto y solamente tenga sentido en una frase pronunciada hace mucho.

Algunas de las canciones que me hacen sentir bien -ingrávido, aislado- son odas a la vida en el espacio, a la fantasía de estar en él como antes soñábamos que se podía estar. Como la tripulación de 2001: Odisea del espacio, como la teniente Ripley, como el Enterprise, como en Solaris, como en Gravity incluso. Hay un instrumental de Kraftwerk, “Spacelab”, perteneciente al álbum The Man Machine (1978), que, como mucha de la música que hizo el cuarteto en esos años, imagina el futuro proyectando una sensación de melancolía. Por regla general, es el pasado lo que nos pone taciturnos, pero Kraftwerk obraron ese milagro: hablarnos del futuro como una fantasía condenada a esfumarse, a defraudar. Escuchar “Skylab” pensando en la expedición del Blue Origin de Bezos, esa es la propuesta de este párrafo. Otra sería volver al primer álbum de los B-52’s -aunque al primer álbum de los B-52’s no se vuelve, lo llevas dentro y punto- y escuchar “There’s a moon in the sky (called the moon)”. Hay una luna en el cielo (llamada luna). Como los B-52’s son un teatro pop, la redundancia del título no es otra cosa que una broma, otro destello de un sentido del humor que nos hizo recorrer una playa con langostas gigantes, vivir romances como erupciones volcánicas de fondo, y convertir la luna en una fiesta cósmica a la que todos los planetas de nuestro sistema solar están invitados como si se tratara de amigos de una misma pandilla.

Black Francis -o Frank Black cuando está fuera de los Pixies- también ha expresado una fuerte querencia por el espacio. Lo suyo es más narrativo que espiritual, por eso, en lugar de convertir su música en el equivalente sonoro de una lámpara de lava, lo que hacía era jugar a ser el Ray Bradbury del rock. Su tercer álbum como Frank Black se titulaba precisamente The cult of Ray por ese mismo motivo. Black soñaba con satélites y luego componía poderosos instrumentales sobre ellos, rememorando de paso al clásico, al pionero de este tipo de referencias, el “Telstar” de The Tornados. A Black le interesan más lo posibles habitantes del espacio exterior que esa idea líquida del espacio exterior en sí mismo. En 1965, el mismo año en el que él nació, su madre y varios vecinos avistaron un ovni sobrevolando su casa. Chris Carter, creador de Expediente X, bautizó al protagonista de su siguiente proyecto televisivo, Millenium, como Frank Black en su honor.

Foto: AURÉLIEN GUICHARD

Hay casualidades que uno no sabe muy bien de dónde vienen, a qué se deben, si son respuestas a algo, parte de ese universo inabarcable e incomprensible que nos aguarda lejos de aquí. Los pensamientos que iba acumulando alrededor de este texto coincidieron con el visionado de un capítulo de Succession, serie a la que hasta hace poco no fui capaz de engancharme. Ahora yo también soy adicto al circo de sordidez que es la familia Roy, esa cascada de diálogos y situaciones que no desentonarían en una obra de Shakespeare. Y en medio de todo ese derroche de mezquindad, en el capítulo de la fiesta de cumpleaños de Kendall Roy, se escucha de fondo ese mantra espacial que es el “Big city” de Spacemen 3. Una canción larga, casi diez minutos que avanza lentamente sobre la nada, y que en la escena aparece casi como un susurro. Una invitación a flotar en el espacio que surge casi de incógnito, en medio de esta historia que seguramente también podría ser la de Jeff Bezos o la de cualquier magnate billonario. Gente que hace de este mundo un lugar peor y que luego sueña con verlo desde las estrellas como si fuera su juguete, que no saben distinguir lo hortera de lo romántico, ni la bondad o la maldad del capricho.

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