VALÈNCIA. Cuentan que Julio Cortázar afirmó que “La novela siempre gana por puntos, mientras que el cuento debe ganar por nocaut”. El escritor argentino continuó el símil pugilístico diciendo que “El buen cuentista es un boxeador muy astuto, muchos de sus golpes iniciales pueden parecer poco eficaces cuando, en realidad, están minando las resistencias más sólidas del adversario”.
El género de la narrativa más o menos breve, los relatos o cuentos, tiene tanta validez como la novela, sin embargo, se publican muchas más novelas que libros de relatos. ¿Se le da más valor a la novela? ¿Parece que el relato sea una narrativa de principiantes? ¿Son estas preguntas una tontería?
María Bastarós es escritora e historiadora del arte. Ha publicado la novela Historia de España contada a las niñas (Fulgencio Pimentel), el libro de relatos No era a esto a lo que veníamos (Candaya) y los manuales de historia Herstory: una historia ilustrada de las mujeres, y Sexbook: una historia ilustrada de la sexualidad (Lumen).
Sus primeros gestos como cuentista se remontan a los doce años. “A los doce años comencé a asistir a un Club de escritores en mi colegio, una actividad extraescolar que no gozaba de ningún éxito. Creo que en total éramos unos seis participantes. Yo era la más pequeña y la única de mi curso en asistir, así que mi vergüenza era inmensa. Lo llevaba un cura al que recuerdo —contra todo pronóstico— como un personaje nada oscuro. Recuerdo una ocasión concreta en la que nos pidió un relato sobre "el chico o la chica que os gusta" (reitero lo de que el cura no era un tipo oscuro porque este último dato le hace flaco favor a esa afirmación). Mi cuento comenzaba con una adolescente —yo—, que está preparando un bizcocho antes de ponerse a escribir un relato que le da mucho apuro, y continuaba con la posterior quema de dicho bizcocho, el humo en la cocina, las llamas ascendiendo por el techo —evidentemente mi yo de doce años no entendía el funcionamiento de los hornos—, los bomberos y, por supuesto, ni palabra del chico en cuestión. La literatura siempre te ofrece una estrategia para el disimulo, hasta para el disimulo con salero”.
Kike Parra, el autor de Ninguna mujer ha pisado la luna y Me pillas en mal momento (Relee) comenzó su singladura con una historia de aventuras: “Tendría once o doce años y en esa época imitaba a Enid Blyton. Iba de una chica a la que se le escapa el perro mientras dan un paseo por la montaña y lo encuentra dentro de una cueva en la que hay un tesoro y unos malvados que llegan para llevárselo”. Para Parra existe cierta situación novela versus relatos “Pierde el relato y pierden los lectores y las lectoras. Por un lado, hay una opinión generalizada de que es más complicado escribir una novela que un libro de relatos, por otro, aún hay novelistas que miran a los escritores de relatos por encima del hombro y, por último, está la realidad impuesta por la mayoría de editoriales, que apuestan por publicar novelas antes que relatos, incluso aún las hay —de las que llamamos grandes— que ocultan al lector que está ante un libro de relatos. Con este panorama, el hábitat creado es el de que la novela es lo que se tiene que leer, lo demás, como existe menos, se queda fuera”.
No opina así María Bastarós “Nadie pierde. Todo el que lee sabe que hay novelas y cuentos extraordinarios, y también ensayos y fanzines y poemas y cómics y fotonovelas. Uno puede rastrear la belleza en una canción de trap y en las instrucciones de una bolsita de ramen precocinado. Pensar en formatos como criterio de valoración me parece un error. Es cierto que mucha gente da prioridad a la novela sobre el relato, que sienten que con quinientas páginas pesando en las manos invierten su tiempo en algo más importante o trascendente. En mi opinión hay relatos que en veinte páginas te han volado la cabeza con un disparo más certero que el de cualquier novela, y también hay novelas que te cambian la vida, y cuentos que te ofrecen una mirada sobre el mundo tan singular que nunca olvidas determinadas frases, determinados desenlaces. Hay mucha literatura y, por mi parte, muy poco interés en dividirla en nichos”. Tampoco Paco Inclán, el autor de los libros de relatos Tantas mentiras, Incertidumbre y Dadas las circunstancias, publicados por la editorial Jekyll&Jill. “No lo veo en términos de competencia. Ambos géneros tienen suficientes rivales externos para además tener que competir entre ellos. Cualquier género es bueno siempre que lo que se cuente también lo sea”.
¿Qué tiene de singular el relato como formato narrativo? Inclán considera que “Para que un relato funcione requiere que todos sus elementos encajen a la perfección y de una gran precisión estilística. Lo que no es imprescindible en un relato, sobra”. Bastarós dice que “En mi caso me parece una condensación estética e intelectual. Los buenos relatos están llenos de capas, de jugos, de matices. Son el equivalente literario a una chalota. Me gusta releer los relatos, releer Catedral hasta estar sentada con Carver y el ciego en ese salón fumando un porro, a punto de cerrar los ojos y ponernos a dibujar. Me parece que en el relato habita la esencia reconcentrada de todo lo que un autor es, de sus obsesiones, de sus miedos. En mi caso, al escribir relatos el texto empieza a dialogar conmigo a la tercera o cuarta relectura, cobra vida. El cuento tiene su propia visión de sí mismo y de alguna forma me la comunica, me lleva por donde en realidad debo ir y ahí descubro qué es lo que me interesa, qué quiero contar de verdad. Es un proceso muy enriquecedor para mí y ahora mismo me interpela más que la novela”. Por otra parte, para Parra “La singularidad está en la extensión. Para mí esta es la principal razón por la que en el relato es más asequible romper los convencionalismos y las normas, y se alcanza una libertad estética a la que le costaría más llegar a la novela”.
Para estos cuentistas, sus favoritos son “Julio Cortázar y Lorrie Moore. Todo lo que he escrito y me gustaría escribir está ahí” (Kike Parra); “Un cuentista: Chéjov. Dos libros de cuentos: Primera nieve en el monte Fuji de Kawabata y El árbol de Slawomir Mrożek. Unos cuentos: La autopista del sur de Cortázar, Los objetos de Silvina Ocampo, Cien botellines de Kenneth Cool, Juicio por combate de Shirley Jackson (Paco Inclán); Lorrie Moore, John Cheever, Raymond Carver, Leonard Michaels, Bonnie Jo Campbell, Lidya Davis, Amy Hempel... peco de yanqui en la vida en general, pero sin muchos remordimientos. De todos modos, voy a mencionar a Cristina Sánchez Andrade y a Jon Bilbao porque son extraordinarios y porque no vivo dentro de un Starbucks (María Bastarós).
¿Hay alguna regla de oro para escribir un buen relato? “En mi caso releer, reescribir, reposar, una y otra vez. Y por supuesto eso no asegura que acabe sabiendo qué es lo que quiero contar y que acabe contándolo bien, de forma que llegue al lector o lectora. Pero es indispensable para que exista esa posibilidad”, explica María. Kike sintentiza: “Intento aplicarme esta, a la que me costó llegar veinte años y un divorcio: el único lector que existe es uno mismo, así que no engañes al lector”. Paco insta a que “cada uno debe buscar su propia fórmula”, pero regala un par apuntes que a él le funcionan: “Mete a un personaje en un lío e intenta sacarlo (no se lo pongas fácil) / No introduzcas ningún elemento que no te sirva para la historia que quieres contar / Si un personaje enciende una luz al principio del relato, recuerda que si no la apaga seguirá encendida durante toda la historia”.
Aquel consumidor de ficciones que le dé por comparar la producción escrita con la audiovisual se podría preguntar si hay alguna correlación entre el consumo de productos rápidos (series, tweets, vídeos acelerados) y la apreciación por las narraciones cortas. Para Bastarós “Todo eso responde a una desintelectualización —con perdón de las series, que las hay buenísimas, pero pienso que están constituyendo la anestesia cultural y política del siglo XXI—, y el relato no propone ninguna falta de reflexión y mucho menos ofrece información masticada. De hecho y en mi opinión un buen relato suele jugar a lo contrario, a lo no—dicho y no a lo explícito. Creo que lo que puede venir de la mano de todo eso —y sí, de las series también—, es la práctica de no leer narrativa. Pero que cada uno haga lo que quiera en ese sentido, claro. Policías los justos (ninguno)”.
Parra no comulga con la idea: “Desconozco el tiempo medio necesario para la lectura de un relato, pongamos que puede andar entre diez y veinte minutos, y por eso se dice que encaja mejor con el consumidor de ahora, del tiempo en que vivimos. Pero cuando escucho algo así me digo, ¿es que la novela la leemos de un tirón? No. Seguimos haciendo una lectura interrumpida de las novelas, y se sigue leyendo novela muy por encima del resto de géneros. Veo más apreciación del relato que antes en dos razones: la cantidad de alumnos y alumnas que crecen alrededor de los talleres de escritura creativa (en los que se lee y escribe, mayoritariamente, relatos) y la labor de algunas editoriales independientes a las que no les avergüenza editar libros de relatos”.
Inclán no contesta a la pregunta, pero expone un miedo: “Me preocupa más la aceleración en la creación y producción. Toda creación necesita de su propio tiempo, abstraído de cualquier ritmo y plazos externos. Las plataformas digitales nos invitan a estar todo el rato produciendo y consumiendo contenidos. Pero no es necesario hacerlo. Como dijo Michael Robinson: ‘nos dan un micrófono para que podamos hablar, no para que hablemos’.”
Escribir relatos tiene algo de ser madre de familia numerosa especial. Aunque se debería querer a todo lo publicado por igual, es difícil no tener un hijo favorito. Para Bastarós “tal vez el que más sea Nôtre Dame reducida a cenizas. Tiene mucho de mí, de mi carrera como historiadora del arte, del enfrentamiento entre civilización y naturaleza, del empeño en el amor romántico, de la búsqueda de identidad, de esa interpelación tan enorme que supone para mí el territorio, de la fascinación y el miedo a lo salvaje y a la certeza de lo absurdo de cualquier fe. Creo que leyendo este cuento se me conoce”.
Inclán opta por Relecturas de Julio Verne. “La historia de un grupo de hombres que quedan en Formentera para comentar las novelas de Julio Verne como excusa para practicar sexo entre ellos en una cala. Es un relato que requirió de mucha investigación y documentación para que todos sus elementos encajaran. Me gusta enlazar temas que aparentemente no tienen conexión entre sí”.
En el caso de Parra, la experiencia de escritura es la marca del cariño. Después de la lluvia. Recuerdo el proceso de escritura de ese relato como un momento de misticismo entre yo y la literatura; además, la noche de la presentación del libro en Madrid, me topé con unas cuantas personas maravillosas —conocidas en el mundillo literario y otras que empezaban a despuntar— que me acogieron como a uno más”.