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Cuando Michael Jackson revolucionó la música pop con 'Thriller'

15/05/2022 - 

VALÈNCIA. Quincy Jones conoció a Michael Jackson durante el rodaje de The Wiz, versión afroamericana de El mago de Oz orquestada por Diana Ross en 1977. En aquel momento, Jackson calibraba darle un giro a su carrera y despegar en solitario. Los Jackson 5 habían pasado a ser The Jacksons después de haber roto con Motown a causa de las desavenencias entre el grupo y el empresario Berry Gordy Jr., el tiránico fundador de la discográfica. Con el cambio habían logrado revivir comercialmente su carrera gracias a canciones como “Can you feel it?” y “Shake your body (Down to the ground)”, que también consagraron a Michael como nuevo pilar compositivo de la fraternal formación. Michael Jackson congenió con Jones y le pidió que le aconsejara a la hora de buscar productor. “Cuando nos conocimos –recordaría Jones después- mucha gente pensaba que Michael ya había llegado todo lo alto que podía llegar, pero yo aún seguía viéndole muchas posibilidades”. Fascinado por la capacidad del cantante para absorber cualquier estilo o posibilidad creativa que le pareciera interesante, Quincy Jones se propuso a sí mismo como productor del que sería su quinto álbum en solitario. Los tres discos que a partir de ese momento hicieron juntos –Off the wall, Thriller y Bad, registrados entre 1979 y 1987-vendieron más de 150 millones de copias y tuvieron una influencia capital en el discurrir de la música pop.

La culminación de la alianza creativa entre ambas partes fue Thriller, que se puso a la venta el 30 de noviembre, hace ya casi 40 años. Con aquel álbum, perfecto en prácticamente todos los aspectos, Michael Jackson pasó a ser algo más que una estrella pop, para convertirse en una celebridad de dimensiones descomunales que en 2009 acabaría pereciendo aplastada por su propio peso. Sobrellevar algo así parecía fácil para alguien que había pasado su infancia, pubertad y adolescencia siendo un personaje expuesto al público, pero el tiempo demostró lo contrario, y hoy todos sabemos qué pasó con el ídolo, cómo sus extravagancias terminaron teniendo más relevancia que su música y cómo su prestigio se vio salpicado por la evidencia de una conducta insana. Pero al margen y por encima de todo eso, está Thriller y la conmoción que desencadenó. Desde los diez años, Michael había sido un producto pop que emocionaba con su candidez y maravillaba con sus pasos de baile. Todo en él resultaba natural, no había imposturas. Era un músico de mente innovadora, con ideas avanzadas, intuitivo. Ya en Off the wall, había dado el primer paso en dirección a la mezcla de estilos que haría de Thriller un tesoro artístico capaz de gustarle a cualquier aficionado a la música. Con Thriller, Jackson perfeccionó los postulados de su disco anterior. Metió en un recipiente los géneros en los que se desenvolvía bien -el soul, el funk y la música disco- y los acercó al pop y al rock. Rompió moldes y fronteras.

El avasallador éxito de Thriller hizo de Michael Jackson la primera figura negra que reinaba en el mundo de la música al mismo nivel que antaño lo hicieran Elvis o los Beatles. Definió un momento de la cultura pop y la transformó con su música, sus vídeos y su personaje. En Thriller, la acerada guitarra de Eddie van Halen se desataba en medio de un tema discotequero, se rendía homenaje a Manu Dibango, y el espíritu de película de terror serie B poseía a una canción que sonaba como si hubiera sido ensamblada por dioses. En aquel álbum prodigioso, Jackson arremetía contra la masculinidad tóxica y, a continuación, cantaba que siempre habrá una fan que intente convencerte de que ha tenido un hijo tuyo. La avalancha de cifras derivada del disco batió récords y eso, no lo olvidemos, ayudó a que la industria del entretenimiento no tuviera más remedio que evolucionar.  Lo negro ya no era solamente para los negros. Las emisoras de música blanca tuvieron que radiar la cadena de sencillos que durante más de un año fue generando aquel álbum que no había manera que bajar del primer puesto de las listas de venta. MTV, tan reacia a poner vídeos de artistas negros, no tuvo más remedio que programar los de Jackson varias veces al día. Los espectadores los reclamaban porque eran espectaculares, hasta el punto que el de “Thriller”, dirigido por John Landis, rompía con los parámetros del género del videoclip y lo acercaba a Hollywood. Ningún artista negro había tenido una aceptación global como la suya. Thriller vendía miles de copias diarias, pero también tenía a la crítica de su lado porque su música era intachable, un producto pop que, lejos de ser desechable, estaba hecho para perdurar. Elvis hacía rock, y los Beatles también, pero el lenguaje de Jackson era mucho más permeable: era el del pop, que a diferencia del rock, se alimenta de muchas tendencias diferentes, al igual que lo hacía Jackson.

Jackson y Quincy Ones

El momento estelar en el que América cayó rendida a los pies de Jackson tuvo lugar el 25 de marzo de 1983. Los Jackson habían aceptado participar en Motown 25: Yesterday, Today, Forever, un espectáculo televisivo que celebraba el cuarto de siglo de un sello que alcanzó la gloria encumbrando al talento negro pero que desde los setenta vivía una ostensible decadencia. Gordy quiso reivindicar su legado e invitó a quienes antaño hicieran grande al sello pero llevaban tempo fuera de él, reyes y reinas como Marvin Gaye, Stevie Wonder o Diana Ross. Tras actuar con sus hermanos, Michael  interpretó “Billie Jean”, y fue cuando estrenó unos pasos casi mágicos, el baile llamado moonwalk. Cerca de 47 millones de personas vieron a aquella silueta deslizarse y contonearse como si dentro del cuerpo no hubiera esqueleto alguno o la ley de la gravedad hubiese dejado de afectarle. Aquella aparición televisiva fue comparada al momento en el que los Beatles aparecieron en el Ed Sullivan Show y sedujeron a América. Marcel Marceau y Fred Astaire lo habían ejecutado mucho tiempo antes y Jackson lo descubrió viendo bailar a Jeffrey Daniel, miembro de Shalamar, y le pagó mil dólares para que le enseñara a moverse así. Una vez aprendido, Jackson añadió gestos y detalles llenos de intención sexual. Tras ver la actuación, el propio Astaire le llamó para darle la enhorabuena: “Hijo, hay rabia en tus pies”.

Aquella rabia provenía de diferentes puntos. Era la rabia de un artista al que, a pesar de su aceptación popular, las principales revistas de música habían rechazado sacarlo en portada porque los artistas negros no ayudaban a vender ejemplares. También era la rabia de un niño que creció soportando los gritos y las bofetadas de su padre cada vez que erraba un paso en las actuaciones con sus hermanos. Según las propias palabras de Jackson, a su padre es a quien le debía el haber llegado tan lejos, aquella inagotable ansia de superación. Y a la vez, reconocía que mientras actuaba en salas de fiesta y burdeles, mientras iba saboreando el éxito, lo que más añoraba era jugar al escondite o construir una casa en un árbol, como hacían el resto de los niños. Posiblemente, la rabia lo convirtió en un dios que obraba milagros, una criatura mitológica que, como en los grandes mitos, resultó no ser invencible ni puro. Dicha condición quedó exclusivamente reservada para sus obras maestras.

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