Antonio Machín, ese genio cubano de la canción romántica y de los boleros, se forjó en Alicante en el mundo musical de los años cuarenta a través del Café Aitana y eligió después a la capital alicantina como su segunda residencia con un apartamento en la playa de San Juan. Tenía buen gusto, ya ve.
Antonio Machín es recordado por la interpretación de canciones tan conocidas como “El manisero”, “Dos gardenias”, “Angelitos negros”, … Seguro que se acuerda de él, de sus actuaciones en TVE, de sus melodías, …
En los años cuarenta encontramos a Machín en el Café Aitana después de huir de París con los nazis a las puertas de la capital francesa. Escapaba de la presión y la incertidumbre que generaba la II Guerra Mundial y se refugió en España. Sus destinos inmediatos fueron Barcelona, Madrid, Sevilla, Alicante, …
No era novato en el mundo de la canción. A pesar de su experiencia y de haberse formado y actuar en La Habana, Nueva York, Londres, o París, aún mostraba cierta timidez cuando subía a un escenario. Aunque cuando se ponía a cantar, se transformaba en la estrella que se fue forjando con el tiempo. Y con esa timidez, con su voz y sus maracas conquistó al público alicantino.
El Café Aitana fue uno de esos bares cafetería situados en la fachada marítima de la ciudad alicantina, junto al paseo de la Explanada. Sebastián Espí fue su gerente. Algunos se acordarán de él por su talento hostelero. Entre sus iniciativas estuvo la apertura del Miami en los años cincuenta, así nos lo cuenta el periodista Tirso Marín en su libro “Historia secreta de la Hostelería Alicantina”. Para que se sitúe, el Aitana estaba ubicado en el mismo solar donde se establecería después el restaurante Delfín, también desaparecido.
Otros lugares emblemáticos en ese mismo tiempo y en ese mismo lugar, o muy cerca, lo fueron la cafetería del hotel Reina Victoria o la del hotel Samper. En esas salas se juntaba lo más inquieto de la sociedad donde organizaban tertulias y actos culturales. Otro de estos establecimientos fue el Café Central, en la calle Bilbao, situado en la esquina contraria al Samper.
Permita que vuelva con el Aitana. Era un café espectáculo donde - por 1,50 pesetas - se podía disfrutar de un café y de escuchar un cantante o un grupo musical, fuera novato o experimentado. Subido a un escenario de madera a un palmo del suelo, micrófono cerca de la boca y unas maracas en sus manos, Machín cantaban sus canciones frente a mesas y sillones desde donde el público le escuchaba. Por aquellas fechas cantaba “La caravana”, que tuvo mucho éxito.
En una de sus estancias en Alicante, Antonio Machín – junto con artistas alicantinos – montaron un grupo que recorrió poblaciones de Alicante, Albacete y Murcia, mostrando su arte. Los hermanos Soriano Tola fueron los responsables de su publicidad.
Cuando Machín llegó a Alicante ya estaba hecho como artista, aunque le sirvió de trampolín para consolidarse en sus interpretaciones musicales por España y Europa.
Merece la pena que le cuente una breve pincelada de su biografía. Nació en el pueblecito cubano de Sagua la Grande (1903) de padre gallego y madre cubana, Jose Lugo Padrón y Leoncia Machín. De familia humilde, fue uno de los 16 hijos de esta pareja. Su afición para cantar le vino por su madre que cantaba canciones populares muy a menudo. Este don natural despertó en Antonio esas ganas de cantar a todas horas.
Iba para sastre, albañil, o cualquier otro oficio que le permitiera llevarse un trozo de pan a la boca, pero el cura de su pueblo descubrió su voz y sus dotes como cantante y le invitó a participar del coro de la iglesia. Le veía futuro y le propuso estudiar para barítono. Pero a Antonio le tiraba más lo que cantaba su madre y la tradición popular, eligiendo la música cubana como su implicación musical más inmediata.
Con el nombre de Machín, como más comercial, se fue de su pueblo en tren a La Habana. Ya anciano contaba que llevó una maleta de cartón llena con dos camisas, sus maracas y muchos sueños que cumplir. En la capital cubana tuvo la suerte de coincidir con el guitarrista Manuel Zabala con quien formaron un dúo. Actuaron en teatros, cafés, clubes nocturnos, programas radiofónicos, … Se relacionaron con ese mundo tan difícil. Machín llamó la atención de Jose Ángel Aspiazu, director de orquesta, quien le ayudó a mostrarle el camino para alcanzar el éxito.
Se convirtió en el solista de la orquesta Habana Casino. En aquella época Machín grabó dos canciones: “Aquellos ojos verdes” y “El manisero”. Sería el principio de una carrera meteórica, no sin esfuerzos. En 1930 partió hacia Nueva York, en un barco, con Aspiazu y su orquesta. Empezaron a lloverle contratos, actuaciones, … Su voz ya era famosa cuando llegó a Londres en 1936, llamado por su talento. Luego París. Y España.
Los cronistas de su época contaron que tenía una novia en cada puerto, una mujer de la que se enamoraba en cada ciudad donde se establecía durante años. Pero fue una sevillana quien le “robó” el corazón para siempre y lo llevó al altar. Casó en Sevilla con Angelita Rodríguez en junio de 1943.
Machín dijo de España que “decidí venir a esta bendita tierra en tan buena hora que aquí lo hallé todo”. También manifestó que era “el más cubano de los españoles y el más español de los cubanos”.
Actuar cerca de su público era su pasión, sentir sus elogios, sus aplausos. Llegó a decir que “si abandonara el contacto con mi público, me moriría de añoranza y de nostalgia”. Y casi murió con las botas puestas, actuando. La edición de cinco de agosto de 1977 de EL PAIS contaba que “con él desaparece el cronista sentimental de una época”. Antonio Machín dijo ya anciano que “mi mayor ambición es morirme viejecito, con mi mujer a mi lado y mi hija bien casada”. Cuando le llegó la hora de partir a su eterna travesía, tuvo la satisfacción de ver cumplidos estos tres deseos después de una vida plena cerca de los escenarios.