El dibujante italiano Igort se desplazó a Ucrania para recoger testimonios sobre la experiencia en la época soviética de este país que antaño era el granero de Europa. Su obra, construida a través de recuerdos de los locales y hechos históricos documentados, muestra cómo la oposición a las colectivizaciones de los años 20 llevó a Stalin a aleccionar a los agricultores con una política dirigida deliberadamente a matarles de hambre. Un relato que contrasta con el de ucranianos que cerraban el cómic que ahora, ante la situación económica, añoraban el comunismo
VALÈNCIA. Posiciones políticas y geoestratégicas aparte, que son todas muy discutibles, un ejemplo que explica la mentalidad de los países de Centroeuropa y Europa del Este es que la amenaza de que en un enfrentamiento entre potencias tu país quede arrasado o troceado, es real. Lo es desde tiempos inmemoriales. La única situación equiparable podría ser la de Centroamérica y Sudamérica con respecto a Estados Unidos con escenarios como la guerra de El Salvador que, aunque no hayan acabado con movimientos de fronteras, han dejado decenas de miles de muertos y la ruina.
Aquí, si no es por los anuncios de Tercera Guerra Mundial y los vídeos de carros de combate y misiles rusos dirigiéndose a la frontera, no repararíamos mucho en la cuestión. La historia de Ucrania solo parece interesante para la gente más motivada ideológicamente, quienes compran el discurso de Putin de forma acrítica. Sus intervenciones son de un orador brillante, que sabe conectar con su público, pero como a todos los líderes se le olvidan hechos y detalles que muy bien opta por omitir, además de que algunas de sus grandes aseveraciones serían muy matizables.
Lo cierto es que la relación de Rusia con Ucrania en el siglo XX destaca por la dominación de la primera sobre la segunda. Hay un episodio extremo, como fueron las colectivizaciones forzosas estalinistas, con su gran hambruna conocida como Holodomor. Pero también hay otros capítulos más sutiles e igualmente importantes. Con Nikita Jrushchov se vivió una leve primavera soviética tras el totalitarismo despiadado de Stalin. El resultado de la apertura en Ucrania fueron los años de Petro Shelest, con el que se vivió un renacer de la cultura nacional ucraniana, hasta que fue apartado del poder con las intrigas palaciegas incruentas típicas de Breznev.
Entonces fue sucedido por Volodymyr Shcherbytsky que pasó a dirigirse en ruso al pueblo en sus discursos, emprendió políticas de rusificación e inició una represión a gran escala sobre los intelectuales que habían participado en el periodo anterior. Algunos fueron a centros penitenciarios, pero muchos a psiquiátricos. El pretexto era que el "nacionalismo ucraniano" era "burgués".
Si queremos leer sobre esto en cómic, hay una obra imprescindible. Cuadernos ucranianos de Igort. Un reportaje realizado en Ucrania en el que fue recogiendo testimonios, unos cinco, de este periodo marcado por los dos episodios citados. Es curioso el contraste que se encuentra entre ambos. El Holodomor aparece como una pesadilla en la memoria de los entrevistados, pero hay más benevolencia con los años de Breznev, conocidos como los del el Estancamiento, hasta la Perestroika de Gorbachov.
El estilo del autor, más que un reportaje, cabría denominarlo un documental. Se apoya en las palabras que recogió durante su estancia en Ucrania y los apoya, en otros colores, con los hechos históricos contrastados. Su enfoque es que las hambrunas fueron provocadas, no causadas por el clima. La primera, por las colectivizaciones forzosas. La segunda, con intención de someter al pueblo. Según Igort, hay testimonios que lo atestiguan. Dice así: "por mandato del padre de la patria Iósif Stalin, se cerraron las fronteras ucranianas, se prohibió la circulación de región a región y se les confiscaron las reservas de trigo a millones de campesinos". Para ello se emplearon 25.000 hombres a las órdenes de Molotov y el resultado fue la muerte, entre 1932 y 1933, de un cuarto de la población ucraniana. El nombre de la operación tenía un pretexto ideológico, era la "deskulazización". Un kulak era un agricultor propietario y que ocasionalmente o de forma permanente podía emplear a trabajadores del campo. Un 80% de ucranianos podían responder en aquella época a esa descripción. El problema era que la mayoría había sido hostil a las colectivizaciones.
Entre los documentos que aporta Igort está un informe del jefe regional del GPU en Dnipropetrovsk del 5 de marzo de 1933. Dice así:
"Uno de nuestros agentes, al inspeccionar la aldea de Joroshee, ha encontrado en la casa de la Koljosiana A.V. Melachkun a dos niños cuyas manos estaban manchadas de sangre. Al interrogar al niño de 7 años, ha averiguado que acababan de comerse a la yegua. Le han mostrado un trozo de carne podrida, La familia ha reconocido que había desenterrado a la yegua. El otro niño, de 14 años, sufría unos terribles dolores de vientre después de haberse comido unos huesos cocidos del mismo cadáver".
Uno de los relatos es de una familia que no era propietaria de tierras. Parece que por ese motivo pudo conservar una vaca. Sin ella, no hubieran sobrevivido. Las siguientes generaciones, los críos que crecieron gracias a esa vaca, se pasan luego la edad adulta soñando con volver a conseguir una. Cuando en la Historia se incluyen testimonios orales, se corren muchos riesgos. La memoria no es buena consejera, tampoco las emociones. Hay historiadores muy negligentes que, por ejemplo, aquí en España han escrito libros titulados Historias orales de la Guerra Civil que son absolutamente estériles. Igort, sin embargo, carga las tintas en los hechos contrastados, y las experiencias personales de sus personajes, con toda su crudeza, son menos duras que el relato histórico. Son las que añaden los claroscuros y los matices.
El ejemplo es, como se ha dicho, el final. Nicolái Ivánovich exclama: "durante el comunismo nos sentíamos personas, todo estaba barato (...) cualquiera que trabajase en un koljós tenía derecho a una buena casa. El que trabajaba en la ciudad, en las fábricas o en las oficinas esperaba un par de años. El gobierno le echaba una mano (...) según tu número de hijos y tu puesto, en su debido momento te daba una casa, incluso en el centro".
En la actualidad, por el contrario, se quejaba Ivánovich, "los campos están abandonados". Para sentenciar "aquí se considera que el responsable de esta descomunal desgracia es Mijaíl Gorbachov, el hombre político ruso más amado en occidente". Una obra rica en detalles y con giros inesperados, como suele ser la realidad. Una calidad similar al otro volumen de Igort sobre el espacio ex soviético, el dedicado a Anna Politkóvskaya. Otro crimen impune.