Cuando empezamos a ver algo más clara la salida a una crisis que ya llevamos arrastrando más de 10 años, parece buen momento para hacer una breve reflexión sobre lo que hemos aprendido. Porque lo peor sería que tras unos años tan duros no hubiésemos aprendido nada, en cuyo caso estaríamos perfectamente preparados para caer de nuevo en otra crisis similar a la anterior.
Pero yo sí creo que hemos aprendido cosas: que la empresa es siempre un proyecto a largo plazo y que para ser sostenible hay pocos atajos que no pasen por el trabajo duro, la mirada siempre puesta en el cliente, la implicación de la plantilla, un comportamiento ético intachable, el compromiso evidente con desarrollo de la sociedad y una visión consistente que nos permita vislumbrar el futuro que queremos y contribuimos a crear. Y ni aún así seremos inmunes a otras crisis futuras que seguro que llegarán, pero esas crisis lo tendrán más complicado con nosotros.
Lo que nunca es solución, y muchos empresarios amigos se acogieron a ese paradigma, es el derrotismo: “esta crisis no la provoqué yo, me vino sin que yo la promoviera, no puedo hacer nada y, por tanto, ya la arreglarán y facilitarán la salida aquellos que la promovieron o que tienen capacidad para influir en las grandes magnitudes macroeconómicas”.
Y eso no es así. ¡Claro que puedo y debo hacer cosas! Nadie va a trabajar por mí para que mi proyecto salga adelante.
Llevo más de 30 años en el sector del mueble lidiando con clientes de todos los tamaños en toda la Península Ibérica. Muchos de estos clientes, desde los inicios como comercial hasta ahora como Delegado de B&B Italia, me han enseñado que solo hay una clave para salir de la crisis: trabajar más y mejor; con la estrategia, la visión a largo clara pero con la capacidad y disposición para adecuar las tácticas a las necesidades de cada día, contando con todos los grupos de interés en la empresa, especialmente con todos los empleados, que hoy más que nunca tenemos que hablar de empresa como proyecto compartido que nos implica a todos los que la componemos.
Y aunque es cierto que no siempre depende solo de nosotros el futuro de nuestra empresa, que el mundo es global, interconectado y en continuo cambio, lo que no podemos en ningún momento es perder el optimismo informado, la ilusión, la convicción de que tenemos capacidad y fuerzas para superar los retos que nos depare el futuro, desde la convicción de que somos lo que hemos sido capaces de construir hasta ahora, pero que el futuro probablemente exige nuevas capacidades, nuevas formas de hacer. Como decía en un artículo anterior en esta columna, “aprendiendo a olvidar” o, como dijo el expresidente de EEUU Barack Obama, “tenemos la capacidad de lograr el mundo que deseamos, si tenemos el valor de emprender un nuevo comienzo”.