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del derecho y del revés / OPINIÓN

Confinamiento (IV)

10/04/2020 - 

Las cifras de fallecimientos a causa del maldito coronavirus no paran de crecer, y ya andamos por encima de los 15.000, una cifra escalofriante. La esperada, a la par que temida, fotografía de los féretros alineados en el Palacio de Hielo de Madrid, reconvertido en morgue provisional, sabíamos que nos iba a golpear la moral. Ya había circulado con anterioridad alguna otra de un parking en Cataluña, más tétrica incluso. Hablo con mi hermano Jose, y me comenta que, gracias a un enchufe, a la madre de un amigo suyo de Madrid la pudieron incinerar en Ponferrada. Parece una broma, pero no tiene ninguna gracia. Fíjense qué tragedia, la primera, morirse por el coronavirus, con todo lo que supone por el aislamiento del enfermo y la pena de perder a un ser querido; la segunda, necesitar echar mano de las amistades para ser incinerado; la tercera, tener que ser desplazado a tal fin a la quinta puñeta. Estamos en mitad de una crisis que nos está privando del derecho a acompañar a los enfermos, a darles un adiós digno a quienes perdemos y de poder despedirnos de ellas. Es un virus malaje hasta el extremo, que nos obliga al individualismo y a la soledad. En estos momentos, hasta agradezco los bonitos entierros que, por desgracia, tuvimos en la familia el año pasado.

Las cifras ministeriales no cuadran y algunos andan diciendo que estamos en realidad entre 27.000 y 40.000 fallecidos; es decir, el doble o incluso el triple de las oficiales. Tengamos en cuenta que el cómputo que nos ofrecen cada día sólo incluye a los diagnosticados, que son una pequeña parte de los enfermos, dado que tenemos pocos test y ya saben que los que encargó en Gobierno llegaron defectuosos, por desgracia. Como si nos hubiéramos pegado un tiro en el pie.

Ante este panorama, destaca como imprescindible el papel de los medios de comunicación. Hoy son casi más necesarios que nunca, como una manera de poder controlar al Gobierno, de una parte, pero también como un reservorio de la información veraz y blindaje frente a las noticias falsas. Ésta es la otra contaminación que nos ha invadido en estos días, la basura desinformativa. Muchas de estas fake news están destinadas a provocar el pánico en la población, lo que sugiere la existencia de intereses abyectos en quienes las propagan. También en esta materia hemos visto un sesgo peligroso del Gobierno, al no permitir a determinados medios que pregunten en las ruedas de prensa, así como al pretender aplicar una norma para control de las noticias falsas, que en realidad tiene un claro tufo a censura. Considero que no es momento para este tipo de fiscalización, ni para construir relatos digeribles, tratando de ocultar la realidad que todos los españoles tenemos derecho a conocer, por cruda que ésta sea.

La Vicepresidenta de la Comisión Europea encargada de Valores y Transparencia, Vera Jourova, ha dicho esta semana que la pandemia “justifica que los gobiernos se doten de poderes extraordinarios”, pero exige “que sean limitados en el tiempo y sometidos al estricto control de los Parlamentos y los medios de comunicación”. Es decir, justo lo contrario que pretende el Gobierno con esa norma.

El control del Parlamento es de una transcendencia evidente en estos momentos, puesto que necesitamos que se oiga a los representantes del pueblo expresarse, pedir cuentas y exigir mayor profesionalidad y acierto al Gobierno, tanto en sus decisiones como en el modo de llevarlas a cabo. En este sentido, destacaría la intervención de Ana Oramas, de Coalición Canaria, que dio su apoyo a regañadientes a la prórroga del estado de alarma, y dijo que “de la crisis no se sale ni por la derecha ni por la izquierda, sino con sangre, sudor y lágrimas”, parafraseando el histórico discurso de Chuchill. Oramas interpeló a Sánchez y Casado a que se pusieran de acuerdo, para poder superar la epidemia y la crisis económica que se da por hecho que vendrá a continuación.

En la propia China, donde se originó el mal que nos aqueja, un médico joven y valiente quiso alertar a la población del peligro que se avecinaba. Tratando a una paciente se contagió y murió por causa del coronavirus. Su nombre era Li Wenliang. Si en su país hubiera habido libertad de expresión y las autoridades chinas no hubieran impedido inicialmente que se difundiera esta información, tal vez el virus no se habría diseminado por todo el mundo tan rápido. Es posible, incluso, que hoy no estuviéramos hablando de la pandemia. Así de importante es poder disponer la información en tiempo real y con libertad.

Mónica Nombela

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