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DEL DERECHO Y DEL REVÉS / OPINIÓN

Conferencia de Beijin sobre la Mujer: 25 años después

4/10/2020 - 

El pasado jueves se celebró un Encuentro de Alto Nivel de la Asamblea General de las Naciones Unidas, en conmemoración de los 25 años de la Conferencia sobre la Mujer de Beijin de 1995, bajo el lema: “Acelerando la consecución de la igualdad de género y el empoderamiento de todas las mujeres y niñas”. Naciones Unidas considera que 2020 es un año crítico para avanzar en la igualdad entre géneros. Y es que la verdadera igualdad aparece cada vez más como una utopía, de momento irrealizable.

En un artículo The Washington Post publicado esta semana, Edith M. Lederer dice que “en un mundo más dividido, conservador y todavía dominado por el hombre, el poder lo ostentan fuertemente los hombres”. El Banco Mundial estima que tardaremos 150 años en conseguir la paridad de géneros en cuanto a los ingresos a lo largo de la vida. Por su parte, el secretario general de las Naciones Unidad, Antonio Guterres, ha calificado de verdadero retroceso, e incluso regresión, lo que ha sucedido a lo largo de estos veinticinco años, y ha atribuido la desigualdad de género a “centurias de discriminación, patriarcado profundamente arraigado y misoginia”.

La Directora Ejecutiva de las Mujeres de Naciones Unidas, Mlambo-Ngcuka, declaró esta semana que hay que ser modestos en cuanto a los logros conseguidos a lo largo de estos años, porque en algunas ocasiones son una exageración y una ilusión de mucho mayor progreso de lo que en realidad ha habido. Y es que algunas de las cifras que presenta la propia organización internacional a este respecto son de lo más escandalosas. Espeluznantes, incluso. En el mundo hay 750 millones de mujeres que fueron obligadas a casarse antes de los 18 años; 400 millones de mujeres viven en la extrema pobreza; 243 millones de mujeres son víctimas de la violencia de su pareja cada año y 200 millones de mujeres y niñas han sufrido mutilación genital. Algunas de estas estadísticas nos pueden sonar a algo del otro mundo, y en realidad lo son porque sin duda azotan más a los países en vías de desarrollo, pero lamentablemente algunas de estas lacras están más cerca de lo que nos gustaría.

En nuestro país se considera que hay no menos de 18.000 niñas expuestas a la ablación, por mucho que aquí esté penalmente perseguida. El argumento es que son sus costumbres ancestrales, pero no creo que podamos quedarnos de brazos cruzados tolerando esta barbarie. En la antigua Esparta se arrojaba a los hijos que se consideraba débiles por el acantilado, pero con el tiempo esta costumbre dejó afortunadamente de practicarse. Se llama evolución. Tampoco están libres de la pobreza muchas mujeres en nuestro país, en especial las madres de familia monoparental y las que tienen más edad y menor formación, por no hablar de las jóvenes en busca de su primer empleo. Y en cuanto a la violencia sobre las mujeres en España, ya se han escrito demasiadas crónicas tristes. En 2020 han fallecido más de 30 mujeres a manos de sus parejas, engrosando así la cifra de más de 1000 feminicidios desde 2003. Son, sin duda, las cifras de la vergüenza. Y no podemos hacernos los locos.  

La violencia que se ejerce sobre muchas niñas y mujeres en el planeta, a todos los niveles y desde su más tierna infancia, es terrible. Me muevo en una realidad en el que todas las situaciones antes indicadas parecen una película de terror; pero eso, película. Parece inconcebible en pleno siglo XXI. Es fácil escribir desde la protección que confiere pertenecer al primer mundo, a una familia en la que reina el cariño, con todos sus miembros universitarios y en la que nunca ha faltado de nada. Muchas veces no somos conscientes de que la mayoría de nosotras somos unas privilegiadas. Podemos elegir lo que estudiar, si casarnos o no y con quién, o divorciarnos, o lo que hacer con nuestro cuerpo. 

También podemos conducir, estudiar, manejar nuestro propio dinero, comprarnos una casa, tomar decisiones sobre nuestros hijos menores y, en definitiva, ser tan dueñas de nuestro propio destino como los hombres. O al menos en teoría, porque de hecho existe un sutil velo, que no permite que las mujeres aspiremos a determinados puestos directivos, o bien que tengamos sin duda mucho más difícil que los hombres el alcanzarlos. Por no hablar de lo crudo que lo tienen las que más destacan.

Créanme si les digo que no tengo claro que el cerco a la Comunidad de Madrid desde el Gobierno, y en definitiva a Isabel Díaz Ayuso, no sea en realidad una maniobra del machismo metrosexual imperante, amparada por el quintacolumnista vicepresidente del gobierno regional. Y es que es curioso que, cada vez que una mujer llega a un puesto verdaderamente relevante en política en España, acabe siendo linchada mediáticamente. Miren si no los ejemplos de Carmena, Álvarez de Toledo o Cifuentes. Son, a mi parecer, una muestra más, como decía Guterres, del machismo imperante. Queda mucho camino por delante, pero no nos podemos relajar ni tirar la toalla.

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