Lo siento, pero tengo sentimientos encontrados con Joan Baldoví y con sus colegas de cortijo; no digo partido porque todos sabemos que Compromís es la remasterización política de El camarote de los hermanos Marx. Vaya caos tienen ahí dentro, creo que ya no se acuerdan ni de quién venía del Bloc o de Iniciativa; son la gran familia valenciana. En la nueva temporada el matriarcado pivotado sobre Mónica Oltra ha sido descabezado, el abuelo sabio ha sustituido a la lideresa y la nieta ha dejado plantado a todos tras la traición de su hermana menor. Vaya cena de nochebuena les espera, velada amenizada con los chistes del cuñado.
En Compromís todos llevan un cuñado dentro. Cuando he dicho al principio que tenía mis reservas con ellos es precisamente porque sus talantes aparentemente reposados, evolucionan a un temperamento sectario y cutre. Baldoví es un claro ejemplo; uno de los políticos mejor valorados por sus modales depurados, en ocasiones sube los decibelios de cuñadismo dando la nota. El otro día, sin ir más lejos, calificó de casposos en un tweet a los asistentes a una cena en la que estaban Bertín Osborne, Albert Rivera y compañía. El exfutbolista Luis Figo, presente en la celebración, saltó y metió un gol al orgullo del diputado. Fue a por lana y volvió trasquilado. Cayó en el estereotipo más burdo y faltó al respeto de manera gratuita a unos ciudadanos. ¿Quién se cree? Lo curioso es que luego es un abanderado de la tolerancia y el respeto a la vez que condena la crispación. Me recuerda a cuando Pablo Iglesias se ponía un alzacuellos dialéctico en los debates electorales y pedía calma y sosiego a sus rivales con hábito domínico. No puedo evitar verle reflejado en los postulados más fanáticos de la izquierda. Baldoví es educado, respetuoso y pausado hasta que un día se le calienta la boca en una entrevista y califica de vagos a los diputados de Vox. Hay que ver lo respetuoso que es con sus compañeros, luego se extrañara de que alguno no le salude en el ascensor.
Existe un perfil de político progresista que es aparentemente transversal pero que cuando rascas te das cuenta que compra todos los tópicos de la izquierda sectaria. Personalidades con las que se puede hablar, mentes con ideas sensatas, pero cuando parece que te conquistan sacan a relucir sus vicios ideológicos. Me ha pasado con el propio Baldoví, me parece un buen candidato para Compromís en la Comunidad Valenciana, aparenta ser un hombre cuerdo y sensato; a posteriori te saca a relucir esa vena fanática y se te rompe el corazón. Es algo así como cuando le dices cosas subidas de tono a tu pareja y de repente se te ocurre algún comentario disparatado que le quita todo deseo sexual. Eso me pasa con algunos dirigentes, me gustan, creo que ofrecen aire fresco, pero de repente sueltan por la boca alguna ocurrencia y mi esperanza se desvanece; recuerdo un concejal de una ciudad de la Comunidad Valenciana que tenía ideas para su municipio, me llamaba la atención su vocación de servicio, después, empezó a protestar por los adornos de Navidad del Ayuntamiento poseído por el fantasma de Scrooge de Cuento de Navidad. Menudos aguafiestas, enrocados en su sectarismo mental nos amargan hasta la época estival. Persecución contra todo símbolo cultural, como la decisión de Joan Ribó de trasladar del Consistorio de Valencia a la Virgen de los Desamparados. Y luego ya ni hablamos de esa obsesión con imponer el valenciano hasta en la sopa y sus coqueteos con el secesionismo catalán.
A la derecha, representada por Vox, le pasa lo mismo, tienen perfiles interesantes en su partido, plantean soluciones ingeniosas, pero entonces llega Carla Toscano y muestra más inquietud en señalar que Irene Montero es experta en el cuerpo de Pablo Iglesias que en denunciar los problemas de verdad. Está todo pensado, no es casualidad. Cuando determinados partidos políticos presentan a dirigentes rupturistas con la polarización a la vez que flirtean con ella, están buscando conseguir votos del electorado más fanatizado; aspiran a dar con la tecla emocional, seducir al ciudadano que vota con el estómago. Íñigo Errejón, por ejemplo, un día te da un discurso regeneracionista y al otro apoya públicamente a la condenada por corrupción Cristina Fernández de Kirchner. Buscan consolidar su suelo electoral, uno que se construye con los electores más polarizados. En una sociedad española en la que ha aumentado un 35% la polarización en los últimos cinco años, como destaca un estudio realizado por Llorente y Cuenca y Más democracia, las formaciones políticas tienen más interés que nunca en cavar en las fosas ideológicas.
Cuando a partidos como a Compromís les salen esos venazos dogmáticos lo hacen para conseguir el voto de la izquierda más sectaria; Mónica Oltra al confesar el domingo pasado en el programa Salvados que desconfiaba del sistema judicial español, está usando la misma narrativa que Pablo Iglesias y sus amigos del Foro de Sao Paulo para socavar las instituciones democráticas.