VALÈNCIA. Sabemos que tuvo un origen un tanto estrafalario. Andaban los capos de El Víbora fuera de Barcelona y el jefe de la policía municipal de Logroño se acercó a ellos para confesarles que era un fanático de la revista. Sin embargo, había algo que no le había gustado, una historieta de Martí
Tienes un futuro en la Policía Nacional, en la que se promocionaba la profesión de forma paródica con un agente que repartía bofetones, daba basura a los pobres que pedían en la calle y hasta puteaba a sus compañeros. De aquellos comentarios surgió la idea de hacerle caso a ese policía y dibujar las aventuras de una persona de orden, totalmente recta, esto es, reaccionaria, y así surgió darle vida a una de sus creaciones más reconocidas: Taxista.
En su concepción, es difícil no pensar en el guión de Paul Schrader sobre aquella especie de incel setentero que iba enloqueciendo progresivamente, superado por la corrupción y delincuencia del Nueva York de aquella época, hasta acabar cometiendo una matanza creyendo que impartía justicia. El taxista de Martí estaba cortado por el mismo patrón, aunque los ingenios mecánicos de su taxi, que lo convertían en un supercoche, lo relacionaban con la ficción sobre agentes secretos o incluso superhéroes, mientras que su perfil y las aventuras en las que se veía inmerso, le vinculaban a algo que no tenía nada que ver con lo anterior: España.
Martí, en una de las últimas recopilaciones que ha aparecido sobre su obra, recordaba que todas sus ideas eran culpa de los curas que le educaron. Como se escribió en una entrevista que se le hizo en la primera etapa de El Víbora, revista de la que era cofundador, su familia era "digna representante de la burguesía del quiero y no puedo del ensanche barcelonés" y le envió al colegio del Sagrado Corazón de Jesús. Al margen del papel represor de la educación religiosa de aquel entonces, es un fenómeno recurrente el de la fascinación que ejerce el lumpen y la crónica negra entre la burguesía. Siempre ha aparecido un espíritu aventurero entre ellos, que se sacia leyendo, a mitad de camino entre la curiosidad y el morbo de introducirse en mundos degradados con el sutil placer de sentirse a salvo.
Comoquiera que fuese, Martí abandonó pronto el camino que le habían marcado y no fue capaz de acabar Arquitectura. Fiel al espíritu de la época, se convirtió en un hippie, se abandonó al consumo de drogas y entendió cuál era su vocación cuando entró en contacto con las grandes obras del comic underground estadounidense. Su dominio del blanco y negro siempre fue deudor de esa escuela, la cual, por otra parte, para quien esto escribe, es la que alcanzó las cotas expresivas más elevadas dentro del amplio universo de la viñeta.
El taxista fue, por tanto, un personaje contradictorio. Fiel defensor del orden social establecido, carca a más no poder, pero era también un hombre sin familia que vivía con su madre. El arquetipo de hijo de padres conservadores que han hecho todo lo posible para que no aprenda a razonar y, de adulto, es un inválido que solo sabe leer sus emociones, pero no es capaz de pensar.