02/04/2023- Llevo semanas/meses llamando al denominado Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS) que, como no me recibe, aún desconozco qué es. Sí sé que es un caos. Incluso afirmaría que se trata de una nueva forma de “anarquía bakuniana”, de la que sabe bastante Javier Paniagua. Pasan de mí -normal- y de todos aquellos que llamamos a los números que nos indican para concertar una cita previa. Suerte que, de momento, son teléfonos gratuitos. Habla una máquina. Acudimos a sus puertas para informarnos y reclamar una atención que pagamos con nuestros impuestos y es como si estuviéramos intentando entrar a fuerza de barricada. A las puertas, ellos mandan. Nos paran, nos alejan y luego, abandonan a nuestra suerte. Hay muy poco personal en su interior. Apenas.
“El siguiente”, dijo el personal de seguridad cuando pasó de continuar atendiéndome tras unos breves segundos. Como si un servidor intentara entrar en una discoteca sin sello de identificación. ¡Esto es el sistema! ¡Gran atención pública! Héroes de un círculo telemático que no está preparado y es un verdadero túnel oscuro. Ya puede quejarse el Defensor del Pueblo. Es otro florero. Y mientras tanto, en Francia, a la greña por dos años de jubilación mucho antes de la nuestra; aquí a la fresca sindical porque en ello va en juego subvenciones públicas para mantener refugios orgánicos y sindicales.
No me digan, pero ya estamos por debajo de Grecia y Chipre. Al menos en calidad institucional y burocrática, como la sanitaria. Pero mira que crecen colocaciones y reparto de cargos. No paran. Nos lo advirtieron. Esta es la consecuencia de que nadie alterará ni solucionará, ya sean derechas, izquierdas o deslocados/es/as/is/us. Esos que van a su bola y no miran más que por problemas que se solucionarían con lógica y empeño, pero son generales y sistémicos. Que me disculpen. Pero sepan que aquellos a los que reclamamos mejor gestión van por los 9.000 euros al mes y aún se van a subir el sueldo en cuanto pasen las elecciones. No está nada mal. Al resto le queda el derecho a manifestarse en la calle, de momento.
Esto de la tele asistencia -por no hablar de televisiones autonómicas o auto desastradas y caras de mantener- se ha convertido en un mal mayor. ¿Para qué queremos organismos públicos que no funcionan, ni atienden?
Vivimos en un sistema en el que crecen los chiringuitos y las astracanadas, pero el ciudadano acaba siempre desatendido. El sistema no pisa la calle. No hace colas. Todos, esto es, desde bancos hasta las lecturas del gas y cualquier día las del agua, entre otras muchas, nos piden o exigen que las hagamos nosotros. Como también poner gasolina o pagar en supermercados. Luego se quejan del paro, aunque nos maquillen también los resultados y la publicidad institucional acalle críticas. Ahora nuestras administraciones se han convertido en agencias inmobiliarias. Lo compran todo a precios de locura colectiva o en forma de exposiciones. Total, para hacerse fotos que vender en redes sociales.
Vivimos actualmente en un país bananero donde cualquiera que pinta unas rayas en el suelo de color amarillo define el espacio como jardín o plaza pública. Sin escuchar al vecindario. Pero eso sí, no se demore en el pago del algún tributo que rápidamente se lo devolverán con un incremento en forma de sanción, más intereses. De hecho, las multas en ciudades como Valencia se han disparado en unos años. Muy sigilosamente, por supuesto. Dicen que no es afán recaudatorio. Será entonces torpeza semántica. Otros definen el incumplimiento o la tardanza en ausencia de patriotismo. El patriotismo es otra cosa muy distinta. Como dejar desatendidos a los más necesitados que si han de reclamar algo telemáticamente están más que perdidos. Esta clase/casta a la que ahora tenemos que renovar sí es capaz, como contaba este mismo diario, de alquilar la plaza del Ayuntamiento a empresas privadas para agasajar a invitados de multinacionales. El resto que se las apañe. Amontonados. Y de nombrar “digitalmente” nuevos cargos de alta dirección, así, a semanas de elecciones y antes de la siesta. Lo que venga será igual. El sistema está viciado. Sólo es para unos pocos afortunados, que se dice. Nos falta una catarsis. Pero eso sí, lo de robar bicicletas va en aumento por muchos nuevos carriles que se construyan. Es un nuevo negocio oscuro y descontrolado. Antes se robaban radios, ahora bicicletas.
Ha sido concluir la semana fallera y uno sólo escucha promesas, supuestos proyectos, desarrollos, grandes ideas, inmensas excentricidades… pero nadie habla de propuestas cerradas y menos, presupuestadas. Eso vendrá después o quizás nunca. Pero de aquí a las elecciones municipales y autonómicas nos van a vender lo que nunca habíamos escuchado. Está de moda la falsa promesa, y los desayunos de traca mediática. Y así nos intentan convencer de que no pasa nada, que el problema de una situación económica nefasta no es culpa de una gestión dudosa. La culpa es nuestra. Bueno, todo es culpa ahora del cambio climático, o sea, nuestro también. No soy un “negacionista”, que igual me califican. Hace tiempo que tengo uso de razón. Al parecer esta generación de políticos que nos “gestiona” quiere escribir su propia historia sin contar con nosotros o, al menos, que sea diferente a la anterior para expiar pecados. Pero están en lo mismo. Siempre es lo mismo. Hasta cuando preguntan los pocos periodistas atrevidos cuántos se lo repartían con el Tito Berni son capaces de contestar con un “qué más da”. Como si no fuera importante y estuvieran exentos de dar explicaciones. ¿Al burgo, para qué?
Así funciona el país. Suerte que nos quedan los carnavales de Cádiz. Nos hacen reír de tanta tropelía.
Esta misma semana la Agencia Valenciana de Antifraude -bonito nombre para los tiempos que corren- ponía en evidencia en Les Corts que el 44% de las denuncias que la oficina recibe están relacionadas con posibles irregularidades en los procesos selectivos, esas que los correspondientes llaman pruebas de aptitud o transparencia. Lo que quiere decir que el presunto coladero local, provincial o autonómico nunca para. Todos llegan para cambiar el sistema, pero acaban engullidos por él.
“Esta es la auténtica corrupción”, vino a resumir el responsable de la Agencia, Joan Llinares, en torno a las trampas para conseguir de por vida un empleo público, incluso sin tener capacidad. Poco ha cambiado nuestra realidad. Unos se los llevan y otros se colocan sin méritos. Yo diría que es un nuevo modelo de corrupción. El que no es ruidoso y escampa silenciosamente.
Estimado señor, cualquier día le jubilan del cargo por incómodo. Es lo que se lleva entre quienes venían a cambiar el mundo. Así que, suerte con el INSS.