Fíjate lo que te digo, Mari. Yo creo que Dios está achacoso. De Párkinson por lo menos, a tenor de los temblores que azotan el mundo. O a lo mejor son los efectos secundarios de alguna pócima mágica para mantenerse eternamente en el poder. Cosas de la edad. El caso es que un día nos bendice con panes y peces y al siguiente con hostias redondas como soles. Que sí, Mari, que yo me me dije “pues si Màxim Huerta puede ser ministro, yo también”. Hala, pues ya se me han bajado los humos. Las alegrías duran lo que duran. Y si no que le pregunten al asesor municipal de Barcala, al que no le ha dado tiempo ni a leer su nombramiento en el BOP. Qué crack, no me digas. Tiene toda la pinta de que lo haya fichado la consultoría de Esperanza Aguirre, experta en ranas, que ha debido abrir una franquicia en la “terreta”. Este no ha llegado ni a renacuajo. A mi me da que la política se parece cada vez más al mercado laboral. Todo es precario, todo es efímero. Ministros semanales. Entrenadores de estira y afloja. Directores contratados por horas. Despidos vía tuiter. Un ERE en Moncloa y bancos aledaños. De un día para otro, el INEM va a estar más concurrido que Soto del Real. Mari, si hasta me han dicho que los de la Sexta tienen reporteros haciendo guardias para cazar el momentazo de Wert sellando la cartilla del paro.
Asi, qué quieres que te diga. Lo mejor es liarse la manta a la cabeza y que salga el sol por lontanaza. “Qui no vullga pols que no vaja a l’era”. Lo de ser ministra me lo voy a repensar no vaya a ser que rebusquen en mi pasado y descubran aquella vez que... Bueno, mejor me callo porque entre tanta política efímera, a saber quien llega vivo a la nit de la cremà. Muchos ninots ya son ceniza incluso antes de la plantà. Por eso me dispongo a disfrutar el momento. Ratos maravillosos en los que una se siente viva mirando como un arco iris envuelve toda la ciudad en una cestita para regalo.
Desde lo alto de la sierra de Colmenares se veía media aureola de colores abrazando toda la bahía. El silencio era casi absoluto. Solo lo rompió un perro que chapoteaba en el estanque intentando asustar a la rana que sale por las tardes a celebrar la puesta de sol. Más tarde, cuando Tabarca emergió de la bruma como una línea de luz en el horizonte, subí al coche. Abrí las ventanas. El aire de la noche era fresco como un polo de sandía en una siesta de verano. Encendí la radio y bajé despacio desde esta montaña litoral por donde apenas transita nadie. Casi atropello un conejo que cruzaba la carretera sin mirar pero salimos ilesos del susto. Los dos. Mi viaje nocturno consistía en bordear la bahía de Alicante de punta a punta. Sin apenas tráfico. Como si me hubieran abierto la ciudad para mi sola. El mar siempre a la derecha. Desde Aguamarga hasta la Almadraba sin abandonar la orilla en calma después de muchos días de tormenta. Y pensé que no cambiaría ese pequeño trayecto de felicidad ni por todos los ministerios del mundo. @layoyoba