El músico madrileño afincado en València acaba de publicar nuevo disco, Adictos a la euforia. Con él, y a sus 61 años,recorrerá los escenarios de sesenta ciudades con un look nuevo: 32 kilos menos
28/03/2023 -
VALÈNCIA. Luce el sol en la plaza de la Virgen pero febrero nos obsequia con una tarde fría. A lo lejos se adivina la figura de Carlos Goñi, aunque has de afinar mucho la vista para ubicarlo tras su nueva y mucho más estilizada estampa. Ha perdido 32 kilos y en su complexión se nota.
Viene de riguroso oscuro —como suele ser habitual en él— con chaqueta de piel y sus ya inseparables gafas. Al llegar, saluda y se excusa: «Me he hecho un lío. La plaza está muy cambiada; la verdad es que les ha quedado muy chula». Nos damos un abrazo y comentamos el tiempo que llevamos sin vernos. Carlos habla desde hace un tiempo con una sonrisa que no solía asomar en público y a la cual liberó de su carcelero, tiempo atrás, cuando hay gente delante. Comienza un paseo por la calle Caballeros que sirve para hacerle algunas fotos, aunque también para que me pregunte por si Peter Lim se va a marchar. Llegamos a una cafetería en la que podemos sentarnos y conversar tranquilamente. La excusa es su nuevo álbum: Adictos a la euforia, aunque en realidad hablamos de todo lo que se contarían dos personas que hace demasiado tiempo que no se ven. Tanto, que hay que irse a antes de la crisis del coronavirus.
—Nuevo disco: ¿Como progreso de un proceso creativo o como consecuencia de unos tiempos marcados para no caer demasiado en el que va a ir dejando marchar el tiempo?
—La verdad es que lo primero que hice fue pensarme muy seriamente no escribir durante la pandemia. Fue muy meditado y no escribí ni una sola coma; no quería que el 'bicho' se colase dentro de mis canciones y tampoco que la mala leche reinante y la polarización que de repente sufrió este país se colasen dentro de las letras. Y hasta el año pasado no me puse a escribir, aunque lo que ocurre es que notas, al final, siempre tomas porque tienes la antena puesta todo el día. Pero lo que es ponerme a desarrollar canciones, hasta el año pasado, nada de nada.
— ¿Cómo le venderías el disco a quien no fuera seguidor de Revólver?
—Hay una cosa que hace tiempo que aprendí y es a no engañarme; así que no le diría nada. Lo que ocurre es que sí es un álbum que entronca directamente con mi memoria más primaria, el porqué me dedico a esto y las canciones que me revolvieron el alma y el corazón, y que hicieron que un día decidiese coger una guitarra. Es como una autopista directa a los porqués de por qué me dedico a esto.
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—Ya has contado alguna vez que una lesión deportiva te impulsó a coger una guitarra y decir «esto es lo mío». Pero ¿cuándo llegaste a la conclusión de que, además, te podías ganar la vida con la música?
—Han pasado 32 años y no tengo ni idea de eso. Pero tengo un amigo que me decía que no sabía cómo podía vivir sin saber lo que iba a ganar el mes que viene. Y yo le decía que lo comprendía, que lo entendía, pero que lo que yo no sabía era cómo él podía seguir viviendo sabiendo cuánto era lo que iba a ganar el mes que viene y el otro y el otro y el otro... y así el resto de su vida.
—Nos decían que era peor lo que venía tras la pandemia, que venía una megacrisis. Y ahora apareces tú para decir que eres Adicto a la euforia, ¿siempre a la contra?
—Porque además es verdad. Creo que todos somos adictos a la euforia. Realmente a todos nos fascina estar bien y estar felices y reírnos y rebozarnos en la vida, ¿no? Una de las premisas que tenía que cumplir cualquier canción para poder pertenecer a este repertorio a la hora de grabarlo era que no podía contener nada que implicase tristeza ni cara de niebla. ¿Cómo era aquella frase tan antigua? «Al mal tiempo, buena cara». Que vienen malas, pues tenemos que poner de nuestra parte todo lo que podamos, todo lo que tengamos, para poder volver a salir adelante con esto, porque vamos a poder. Eso sí, particularmente, tengo claro que somos nosotros quienes nos tenemos que sacar de ahí. Si alguien está esperando a que le saque este gobierno o cualquier otro, que espere sentado. Eres tú el que tiene que salir de donde estás; no tienes que esperar a que te saquen.
—¿Y cómo pasa una pandemia un tipo acostumbrado a recibir el calor del público, a actuar delante de la gente?
—No fue un problema. Piensa que yo paso muchas épocas así; en las que no salgo de mi casa porque estoy escribiendo mis canciones y me basta, en general, con lo que hago cada día. Hago muchas cosas y mi vida es bastante plena en ese sentido. Pero es cierto que tenía muchas más horas para muchas más cosas: para leer más tiempo, para hacer deporte, para ocuparme de mí, que estaba francamente mal cuando empezó la pandemia y he salido de ella siendo otra persona completamente distinta. Aparte decidí, por ejemplo, dejar las redes sociales al cuarto día de pandemia —se encarga de ellas exclusivamente la oficina que se ocupa de la cuestión profesional—. Pero yo, a nivel personal, dejé las redes sociales del todo. Twitter, Instagram, Facebook... Todo eso va fuera, porque tengo amigos que, de repente, se polarizan hasta un extremo que no soporto, incluso gente a la que consideraba inteligente. Y aquello era o estás a favor o estás en contra; y si estás en contra, eres un facha, y si estás a favor, eres un golpista y no sé qué cosa más, y yo no quería jugar a eso. ¿Y sabes qué pasa? Que, yo no sé los demás, pero a mí me faltaban datos como para poder opinar. Yo no tenía toda la información y no sé si los demás la tenían, al menos los que opinaban. Y tampoco tenía lo suficiente como para poder aportar algo positivo. Lo único que tenía para aportar era más mala leche. Y eso en las redes había de sobra, más que de sobra. Así que, como lo único que tenía para aportar era mala leche, decidí dar un pasito atrás y que fueran otros los que lo hicieran. Aparte de que me había tirado mi tiempo aprendiendo a no opinar que, por otra parte, es una cuestión muy sana y muy higiénica mentalmente.
—¿Y no cabe el peligro de que la gente que siempre ha escuchado al Carlos Goñi inconformista diga ahora «qué happyflower»?
—¿Happy flower yo? ¡No! Una de las frases de la canción del tema El anillo de boda dice «será por mis gafas sucias o que yo no veo bien, pero hay tanto hijo de puta que es que ya no quiero ver». Si eso es ser un happy flower que baje Dios y lo vea. De happy flower yo no tengo nada. Lo que pasa es que siempre he sido crítico con el poder, lo soy y lo voy a seguir siendo. Hay un cambio de decir, porque lo que no me convence es lo de la polarización. No me gustan los radicalismos, los detesto profundamente. Creo que nada es del todo blanco o del todo negro, ni muchísimo menos. Es que creo que no, sencillamente… Mira, te voy a contar algo que me pasó siendo muy joven, cuando yo tenía diecisiete o deciséis años. Iba con un amigo (yo creo que era en 1977), era por la tarde, y llegaron unos cuantos tipos, que eran como cinco o seis, y yo llevaba un pañuelo rojo en el cuello. Me cogieron el pañuelo, me tiraron contra el suelo, me pusieron una pistola en la cara, y me dijeron: «¿Qué pasa?, ¿tú eres un comunista de estos?, ¿qué eres, rojito?, ¿qué eres?». Y yo me cagué de miedo porque tenía una pistola en la cara. Y mi amigo les decía: «no, no, de verdad que no, os lo digo de verdad, que lo conozco».Nos soltaron y me pude ir. O sea, yo me he cruzado con fachas de verdad. A partir de ahí, el hecho de que uno no opine igual que otros o que tenga una opinión diferente, para mí no es sinónimo de llamarle facha a nadie. Facha es otra cosa.
—De tu primer álbum Revólver (1990) a Adictos a la euforia (2023) han pasado treinta años. ¿Qué queda de aquel Carlos Goñi?
—Pasión, lo único. Gracias a Dios creo que he aprovechado el tiempo y no me parezco en nada al tipo que fui. No evolucionar habría sido como perder el tiempo. Lo que sí queda es una pasión desmedida por lo que hago. Probablemente, incluso más que nunca. Tengo una pasión y un respeto por lo que hago y por la gente que tiene a bien el querer escuchar lo que hago.
—Básico 2 apostó por los ritmos celtas, Argan por los árabes… Adictos a la euforia vuelve al estilo más rockero, más americano, más movido, más vuelta a tus comienzos…
— Sí, por ahí va. Pero es que aquí está lo primero que me impactó fuerte. Y lo primero que me atizó no fue la música del Magreb o la música irlandesa; eso vino un poco más tarde. Lo primero que me entró directo fue el rock americano, pero ni siquiera el de mucha distorsión, sino el otro. El de Neil Young, el de Willie Joel,… el soul, la Motown; todo ese tipo de historias fueron las que me metieron dentro la música. Y de eso es de lo que va este disco, sin duda.
—¿Qué opina Carlos Goñi cuando escucha la frase esa de «ya no se hace música como antes»?
—Efectivamente, la música ya no es igual que la de antes, pero habría que hacerse una pregunta más profunda y a la que hay que prestarle mucha atención. La música ya no cumple el papel que cumplía antes, no está en el mismo lugar, y ya no cumple la misma función. En los años cincuenta, sesenta o incluso en los setenta, podías irte al cine, podías comprar un disco, podías comprar un libro... Y la música tenía mucho que decir, porque ocupaba un espectro gigantesco de las propuestas que podía tener la vida, a nivel ocio, para cualquiera. Pero hoy en día, primero, la música es gratis, o sea, han decidido que sea gratis (vamos a dejarlo ahí). Y segunda, es que a la música le toca competir con un millón de cosas más, con todo el cine del mundo en tu casa. Antes no, antes tenías que ir al cine. Tienes todo el rollo de los videojuegos y veinte mil cosas más. La música es una parte pequeñísima, es una opción pequeñita más de toda la oferta que tienes. Antes no era así.
—Pero, al margen de todo eso, ¿se hace mejor o peor música ahora?
—Yo creo que es peor, pero es que no me vale esta película de decir, «bueno ya está aquí el abuelo cebolleta». No. Lo que creo es que, técnicamente, las letras son peores y que musicalmente también. Creo que es peor, porque antes la gente que tenía que tocar, para empezar, tocaba por gusto. Ahora no. Antes había un tipo que decidía si ibas a grabar o no porque le tocaba soltar una cantidad de pasta importante para meterte en un estudio de grabación. O le convencía mucho lo que ibas a hacer o no invertía ese dinero. Hoy en día te lo grabas en tu casa. ¿Qué grabas? Lo que te salga de los cojones; no tienes un filtro.
—En un tema del anterior disco (Más Tequila Capitol, 2017) ya hablabas con sorna de los tendencers y bloggers; en este disco dices en El anillo de boda que «los youtubers bendicen a sus fieles en streaming por un like»… No parece que tengas feeling con las nuevas plataformas y sus derivados…
—Dejémoslo en que no me acaba de encajar. Cuando yo era un crío, de repente, había un escritor que acababa influyendo a alguien por su manera de pensar, por los años de estudio que había tenido encima; o un filósofo, porque dedicaba horas y vida, probablemente, a pensar qué opciones tenía la humanidad, ¿no? Hacia dónde se podía ir o hacia dónde no se podía ir. Hoy en día hay gente que se coloca la etiqueta directamente de influencer. ¿Influencer de quién? ¿A quién y por qué? Había unas generaciones que intentábamos hacer cosas, ¿no? Y en base a hacer cosas, y a hacerlas bien, acababas siendo conocido. Hoy en día, en muchos casos, la gente está tan obsesionada con ser conocido que se olvida de hacer cosas porque no queda tiempo para todo. Una es consecuencia de la otra. Y ahí es donde, a lo mejor, yo me encuentro un poco más distanciado de toda esta película. A veces veo cosas que digo, ¿quién es este? ¿O quién es esta? ¿Y estos qué hacen? Son influencers. Pero ¿a quién influyen? ¿Y por qué? ¿Qué han hecho? ¿Qué han descubierto? ¿Qué han estudiado? ¿Qué hacen? No hacen nada; opinan. ¡Ah! ¿Y por opinar ya vale? Caray…
—Entonces, ¿qué opinión tienes de un éxito como el de Bizarrap y Shakira con presencia en todo tipo de plataformas y de programas sean musicales o no?
—Fíjate, no voy a opinar sobre eso, pero sí voy a decir que lo que me parece triste es que en el mismo mes muriese Jeff Beck o David Crosby y nadie se acordara de ellos... En general hay millones y millones de tuits y de comentarios que han salido por lo de Shakira, y no hay tantos por que ha muerto Jeff Beck, que es uno de los guitarristas más grandes de la historia, o David Crosby, que aparte de formar Crosby Stills Nash and Young, él ya, por sí solo, con su carrera y con todo lo que había hecho antes, etc., ya se merecería que el mundo estuviese de luto.
—Haciendo una retrospectiva de tu carrera musical, hay una persecución de ser siempre lo más libre posible a todos los niveles. Intentar siempre el Quiero ser cada vez más yo.
—Ayer estaba viendo un documental de Guy Richard —lo he visto 27.000 veces ya, pero ayer era la 27.001— y hay una frase que dice: «en esto, a lo que nos dedicamos, no existe la verdad, ni muchísimo menos, pero merece la pena dedicar la vida a encontrarla». Vale, pues yo digo que lo que hago es aquello que me permita dormir feliz por la noche. Para mí, es imprescindible dormir bien y pensar que he hecho lo correcto. Eso es... ¡Bah!Te levantas por la mañana y te puedes mirar a la cara en el espejo y decir: «Está bien, hemos hecho lo correcto. Nos hemos equivocado, ya bueno, ¿y qué vamos a hacer? Pero hemos hecho lo que creíamos que era lo correcto».
—Cuando hablábamos de la evolución de la música, de la sociedad... hay factores que van surgiendo. ¿Te condiciona lo políticamente correcto a la hora de escribir?
—No. En general tengo poco miedo de estas cosas. Aparte de que, bueno, a mí me gusta mucho el Quijote y Shakespeare, y no voy a quitarlos de mi biblioteca bajo ningún concepto, ni les voy a pegar fuego por que no estén bien vistos hoy en día.
—Por ejemplo, utilizas la palabra adictos en el título de tu disco…
—Es que todos somos adictos a la euforia. Aparte de que esto... no sé si decirte... Te lo voy a dejar ahí, y lo que sí te voy a decir, porque somos amigos, y que sea off the record, aunque tampoco tengo muy claro que lo que te quiero decir sea off the record... En fin, a lo que iba, después de los quince diputados estos del PSOE que han encontrado en Canarias, con todo lo que les han pillado, ¿quién va a tener cojones a decirme si está bien utilizar la palabra adictos o no?
—Hay letras tuyas de hace años que ahora serían un escándalo…
—Sí. Pero ¿sabes qué pasa? Que me parece absolutamente retrógrado el juzgar la historia con los ojos de hoy en día; me parece tan palurdo, tan paleto… Tan de decir: «¿Estáis bien de la cabeza?» ¿Vas a juzgar lo que ocurrió hace cuatrocientos años con la mentalidad de cuatrocientos años después? ¿En serio?
—Hablabas de que la música ya no ocupa el mismo lugar, porque la sociedad y el ocio han cambiado. Y tu ocio, ¿también ha cambiado? ¿En qué empleas tu tiempo libre?
—Hago mucho deporte, empleo tres horas mínimo cada día. La cocina también me abstrae, sigo leyendo una barbaridad, escucho muchísima música, veo un par de películas diarias... Además, tengo que hacer la comida todos los días, para mi novia y para mi perro. ¿Qué más? Pues básicamente eso. Toco mucho la guitarra, evidentemente, porque me gusta, y escribo porque me gusta, pero básicamente lo que es ocio puro y duro.
—¿Se le queda alguna cosa por decir, caballero?
—Que me lo he pasado muy bien charlando todo este rato…
Tras la charla, un cremaet y un café con leche, hacemos otra vez el recorrido, pero a la inversa, primero calle Caballeros hasta llegar a la plaza de la Virgen. Queda ya poco sol, pero el suficiente para que Carlos reflexione en voz alta: «No me extraña que digan que esta es una de las mejores ciudades del mundo para vivir. Y si encima eres adicto a la euforia va ser complicado encontrar un lugar mejor en el mundo…»
* Este artículo se publicó originalmente en el número 101 (febrero 2023) de la revista Plaza
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