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Carlos Berlanga vuelve a València

21/11/2021 - 

VALÈNCIA. Carlos Berlanga vuelve a València, un lugar del planeta del que, sin comerlo ni beberlo, siempre formó parte por culpa de su primer apellido. El sarcasmo y la ironía que empapaba el cine de su padre impregnaba también sus letras (de esto también era muy culpable otro valenciano, Nacho Canut) e historietas, incluso sus pinturas, pero todas estas manifestaciones eran, antes que nada, totalmente suyas. El dandi Carlos del cual Francisco Umbral escribía sin llegar a entender de qué estaba escribiendo exactamente, vuelve a València en forma de exposición antes de que expire el Año Berlanga, efeméride que también es un poco suya porque lleva la de su padre hasta otra parte en la que nadie de aquí -los artistas, me refiero, - había estado nunca. Carlos era una amalgama de talento culto y exquisito. Sus pinturas y su obra gráfica lo proclaman a voz en gritos. Motherwell, Dalí, de Chirico, Cocteau, de Kooning y Picasso, cuyo nombre luce en una camiseta que lleva puesta durante un concierto con Alaska y los Pegamoides en 1981 cuando lo que se estilaba era llevar nombres de bandas góticas.

En las fotos de infancia los ojos de azul inmenso de Carlos Berlanga brillan con algo que, más que asombro parece tristeza. Tenía un don. Otros seres humanos tienen facilidad para conciliar el sueño o practicar deportes, Carlos la tenía para escribir o pintar. Ser creativo es parecido a ser hemofílico.  Un artista, mientras observa, se inventa historias que luego transforma en películas, poemas, canciones, y eso se convierte en una hemorragia que a veces no se puede detener. Pero, sin esa hemorragia, es muy probable que uno se desangre igualmente. Nada evitará lo inevitable, pero al menos el artista sabe que su derecho a réplica a la vida le da la opción de ser escuchado. Carlos se desangraba dulcemente creando. Su obra se caracteriza por el color, las formas, la melodía y la alegría que transmiten sus estribillos. A mínimo que se rasque en esa superficie tan aparentemente despreocupada, se descubre el rastro de un alma herida. Ya con lo Pegamoides compuso un tema, Hospital, en el que describía su propio final, entre tubos de goteo, pensando únicamente en escapar de esa habitación. Escuchando esa letra no queda más remedio que pensar si lo que en realidad quería el narrador era que le diesen el alta o que le dejaran tranquilo para esfumarse de este mundo.

Bodegón con cuadro de Sara, 1992 (Carlos Berlanga)

Una pequeña parte de esta obra vuelve a València once años después de su última visita bajo el título Viaje alrededor de Carlos Berlanga. Vuelve de otra manera, con otra exposición, pero de la misma mano, la del artista Pablo Sycet, que durante los últimos veinte años se ha encargado de velar por su legado. Pablo conoció a Carlos a principios de los años ochenta y desde entonces y hasta el día de su muerte el 5 de junio de 2002 colaboró con él de manera intermitente, bien a través del diseño de portadas u organizando exposiciones. Pablo y Carlos tenían en común a otros amigos pintores como Julio Juste o Sigfrido Martín Begué, pero sobre todo tenían en común a Alaska y a Nacho Canut, los dos compañeros de conspiraciones más importantes de Carlos. Todos ellos, juntos o por separado, van tejiendo una red de historias que tienen como denominador común la presencia y el complicado carisma de Carlos y que de una u otra manera están presentes en la muestra Carlos Berlanga, único y poliédrico. Otra de sus principales partners in crime fue Paloma Olivié. Con ella escribió las letras de uno de sus mejores álbumes, Indicios, que apareció en una época en la que yo vivía justo debajo del piso de Paloma. Ella contaba que la última vez que vio a Carlos, cuando se despidieron, él le dijo: “Escribe sobre nosotros”. Creo que una de las cosas más hermosas que se puede hacer en esta vida es escribir sobre alguien que existe, alguien a quien conociste, alguien a quien amas o amaste, una persona que contribuyó a escribir tu propia historia. Escribir sobre un amigo, un familiar o un amante forma parte de esa hemorragia que puede ser la literatura. Paloma es una estupenda escritora y, cuando se lo han pedido, ha escrito cosas muy bellas sobre Carlos. En ese texto al que hago referencia recordaba también que Carlos afirmaba que “soñar es lo más barato”.

Obra sin título de Carlos Berlanga, del 1982

Digo que Carlos era un ser trágico porque lo tenía todo para tener una vida plena, y, sin embargo, vivió cautivo de una tristeza que le hizo rebelarse contra sí mismo y castigar su salud sin posibilidad de enmendar su destino. En algunas de sus canciones se percibe un fatalismo parecido al de El verdugo o Tamaño natural. Esa tristeza que, cuando la carcajada del público se extingue, continúa ahí, perenne. Carlos era frágil y se defendía pintando y componiendo. También podía ser cruel precisamente por eso, porque se sabía frágil. Le pasaba un poco lo que, a Warhol, que dejaba funcionando el personaje para que hablara por él mientras la persona se replegaba para guarecerse no sé sabe muy bien dónde. Ambos compartían esa necesidad de convertirse en objeto y así poder ser admirados y quedar, a la vez, libres de la carga agotadora de los sentimientos; eso, al menos, es lo que querían creer. Warhol quería ser de plástico o convertirse en una máquina. Carlos quería ser un bote de detergente o, parafraseando la canción de Vainica Doble que versionó en 1994, “La funcionaria”, ser también un vegetal del jardín de un cementerio, o simple mineral, o también araña de cristal de un palacio estilo imperio, o talla medieval de algún monasterio.

Carlos Berlanga vuelve a València. Él, que se quejaba de que cuando salía a actuar en los primeros tiempos de Dinarama, se metían con él diciendo que parecía una figura pintada por El Greco, quizá hubiese preferido volver reencarnado en un diseño de Francis Montesinos o convertido en figura central de una de las fallas experimentales que su amigo Martin Begué creó junto a Manolo Martín. Un ninot gigante, espectacular, exquisito, observando el mundo en silencio, aguardando el momento de arder. Carlos vivió poco, pero nos dejó bien servidos con los frutos de ese torrencial talento, la hemorragia que le hacía ser único y poliédrico.

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