ALICANTE. Rafael Andarias Estevan, médico de Xàbia y escritor, se encuentra promocionando la segunda edición de su libro Reina Victoria Hotel (Ediciones Atlantis, 2020). Una novela de intriga ambientada en los últimos días de la Guerra Civil entre dos escenarios, Madrid y Alicante, con reflexión política sobre el pasado y sus consecuencias en el presente. Sin embargo, los protagonistas de su último trabajo de ficción, un relato breve que se reproduce al final de este artículo, son otros.
Se trata de dos célebres alicantinos. El ingeniero naval y científico Jorge Juan y Santacilia (Novelda, 1713 - Madrid, 1773) y el ilustre cirujano Francisco Javier de Balmis y Berenguer (Alicante, 1753 - Madrid, 1819). Y es que la elección de ‘Operación Balmis’ para designar el dispositivo militar con el que el ejército español se desplegó por el país para luchar contra el coronavirus en marzo de 2020, en honor al doctor alicantino y su expedición para globalizar la vacuna de la viruela, despertó en el autor la curiosidad por conocer más sobre el personaje.
Andarias comparte además profesión con Balmis. Quizá por sentirse de alguna manera unido a esos intereses, trató de meterse en su cabeza al leer su historia y la transformación profesional que experimentó, pasando de cirujano a virólogo en su última etapa vital. “Me pareció curioso ese cambio que hizo tras treinta años de profesión”, confiesa el escritor sobre ese brusco salto de la cirugía al tratamiento de los virus. ¿Qué cambió en él? ¿Por qué decidió lanzarse al mar y cruzar el charco?
El autor del relato tiene una suposición, que quizá es más una ilusión que algo probable, pero que le sirve de inspiración. Semanas antes de morir Jorge Juan, el ingeniero naval y científico trató de recuperarse de unas dolencias en Elche. “En ese momento, Balmis tendría unos 19 años y podrían haberse conocido al coincidir en la provincia”, comenta el autor. No hay ningún documento que atestigüe que eso pudiera haber pasado. Sin embargo, a pesar de la diferencia de edad, el interés del más joven por la trayectoria del segundo podría haber motivado un encuentro entre ambos. Al menos así le gustaría que hubiese pasado.
Con esa premisa ficticia fantasea el escritor, que la utiliza para inspirarse y crear un relato inventado adornado con numerosas pinceladas de realidad. “En la madurez de Balmis, los recuerdos de esa posible entrevista con Jorge Juan podrían haber despertado el interés del médico por cambiar su rumbo profesional e iniciar la expedición de las vacunas”, explica.
La trama comienza con un narrador ficticio, un historiador que relata un gran hallazgo. El documento definitivo. Una carta erróneamente atribuida al filósofo catalán Balmes que, tras estudiarla, resulta ser de Balmis, quien cuenta en la misiva una entrevista personal con Jorge Juan. A partir de ahí, el narrador transcribe la conversación en ese encuentro con todo lujo de detalles. Unas especificaciones que en muchos casos son ciertas. “El transcriptor es un personaje de ficción que incorporo como resonancia del libro La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela”, cuenta el autor. En ese primer protagonista es en quien Andarias refleja su propia duda y su deseo de resolverla. “A nivel científico, se debe plantear para que los expertos traten de resolver el porqué de ese cambio en lo profesional”, explica.
Otra de sus referencias literarias es Kent Follet, de quien adopta la idea de introducir a dos personajes reales en un relato ficticio, dándole verosimilitud a la historia a través de detalles que son de verdad. “Por ejemplo, las fechas dejan abierta la posibilidad de que sucediese esa cita”, apunta. Por otro lado, todo el trasfondo histórico es real. “Se estaban construyendo al mismo tiempo tanto el edificio del Ayuntamiento de Alicante como la Basílica de Santa María de Elche, por lo que guardan similitud, y eso se cuenta”, describe el autor, que también se ha documentado para dibujar a los personajes.
“Me asesoré a través de Augusto Beltrá, gerente de la librería La Farándula de Novelda y miembro de la Asamblea Amistosa Literaria, una entidad que difunde la labor de Jorge Juan”, desvela el escritor. La asociación, fundada en 1755 por el propio marino y revivida en 1983 por uno de sus parientes, mantiene hoy por hoy la finalidad de cultivar el conocimiento de la historia y exaltar el recuerdo de su fundador. “Cuando Jorge Juan comenta que es un peregrino y que está reponiéndose de una parálisis en las manos, todo eso es cierto”, pone como ejemplo. Con este relato Andarias ahonda en esa precisa misión y deja la puerta abierta a que la curiosidad de los historiadores haga indagar con mayor tino para descubrir la verdad.
El relato de Rafael Andarias
Mera noticia de mi entrevista con el Excmo. Sr. D. Jorge Juan, célebre marino y científico, que presenta al público D. Francisco Balmis, practicante de cirugía
NOTA DEL TRANSCRIPTOR
A principios de 2020, unos meses después de ganar la oposición de profesor de Historia en un instituto de Alicante, decidí realizar mi tesis doctoral, pues ya gozaba de la estabilidad laboral y personal que un empeño de esta naturaleza precisa. Consideré varios temas, pero ninguno me terminaba de convencer. Y, justo cuando me encontraba en ese mar de dudas, irrumpió la pandemia. El Gobierno decretó el Estado de Alarma y al día siguiente anunció el despliegue de la «Operación Balmis» para luchar contra el virus. Cuando escuché el nombre de Balmis, recordé que en Alicante hay una plaza llamada Doctor Balmis; y, quizá, por la gran cantidad de tiempo libre del que disponía en el confinamiento, me entró curiosidad en conocer su figura. Sabía que era un ilustre médico alicantino, como tantos otros del callejero, pero desconocía la razón por la que dicha operación llevaba su nombre.
Navegué por internet y confirmé que, efectivamente, nació en Alicante en 1754; y como hecho más relevante de su andadura profesional se destacaba que dirigió una expedición a principios del siglo XIX para llevar la vacuna de la viruela a territorios del Imperio Español. «¡Por eso habían bautizado con su apellido a la Operación!», deduje. Su biografía indicaba que se formó como cirujano en el Hospital Militar de Alicante y que al finalizar sus estudios en 1775 fue destinado a un hospital de campaña de Argel, dentro de la política de lucha contra los berberiscos del rey Carlos III. Me llamó la atención que las primeras referencias sobre su interés por la vacuna aparecen décadas más tarde, aunque poco antes había publicado unos opúsculos sobre las enfermedades venéreas y la lepra. Reflexioné sobre el asunto y me pregunté: «¿Teniendo en cuenta que el ámbito de competencia del médico y del cirujano son bien distintos, por qué el cirujano Balmis, perteneciente a una saga de «sangradores-barberos-cirujanos» —según me había informado—, cuyo arte se basa en la destreza para realizar operaciones y tratar heridas y traumatismos, se interesó por las enfermedades infectocontagiosas que incumben a los médicos? ¿Cuál sería el detonante para tan radical cambio?». «El tema pinta bien para mi tesis», pensé.
Cuando pasó la fase más estricta del confinamiento y se permitió el acceso a archivos, resolví indagar en su época estudiantil y en sus primeros años de ejercicio profesional. Llamé a un compañero de facultad, que es profesor en una universidad de Madrid y además un reconocido investigador, para que me echara una mano. Le expliqué el motivo de contactar con él y aceptó entusiasmado, pues se encontraba tan ocioso como yo. Me dijo que visitaría los archivos nacionales que pudieran guardar relación con el tema, y acordamos que me llamaría cuando tuviera noticias. Yo me dediqué a los archivos alicantinos. La búsqueda fue infructuosa, e incluso llegué a preguntar si había legajos o material sin catalogar.
Unas semanas más tarde, me telefoneó para anunciarme que había encontrado un texto de puño y letra de Balmis que, quizá, respondiera a mi pregunta. Antes de proseguir, me aclaró que en la investigación histórica hay que mantenerse atento a posibles errores del archivador, ya que en la lectura de documentos antiguos, cuando están escritos a mano, se pueden cometer equivocaciones como confundir la be y la uve, la i con la e, etc. Luego, me dijo que halló en una base de datos la referencia de un manuscrito, pendiente de digitalizar, que le resultó extraña y que en ese instante le asaltó una intuición: ¿habría confundido el funcionario de turno el apellido Balmis con el de Balmes, el filósofo catalán? Revisó físicamente el documento y lo confirmó: pertenecía a Balmis y constaba de cuatro hojas. Entonces, me acordé de haber leído en alguna web que la plaza Balmis se la solía confundir con la calle Balmes. Me envió por correo electrónico el manuscrito que le habían permitido fotografiar; y, nada más recibirlo, abrí ansioso el archivo adjunto y vi que el titular informaba sobre una entrevista con Jorge Juan, casualmente la denominación del instituto alicantino en que estudié y donde los alumnos conocíamos, en líneas generales, su aportación a la Ciencia. Tras leerlo presentí que ese encuentro —como bien apuntó mi amigo—, tal vez, fuera la chispa retardada que impulsó a Balmis a traspasar la frontera de la cirugía, pudiendo explicar mi hipótesis.
Antes de dar paso al texto, debo precisar que el nombre de pila de Balmis era Francisco Antonio y que en aquellos primeros años eliminó Antonio en su firma y que fue tiempo después cuando el propio Balmis incorporó Xavier a su nombre, decisión un tanto extraña cuya explicación, a fecha de hoy, es mera conjetura. Y con relación a la transcripción, debo señalar que me he permitido realizar la adaptación del texto a las normas ortográficas vigentes y actualizar ciertas expresiones para una mejor comprensión de su lectura. En cambio, he conservado el título original.
Una mañana a principios de mayo de 1773, mientras caminaba hacia al Hospital Militar, de pronto, me cruzó por la mente el nombre de D. Jorge Juan. Intuí que era una señal del Destino y tras reflexionar unos minutos determiné que debía conocerlo, pero no para interesarme por sus conocimientos en las Ciencias, sino por su maestría como navegante. Hacía meses que pensaba, tras finalizar mi formación como practicante de cirugía, darme a la mar y recorrer mundo para servir al Rey y auxiliar a nuestros soldados que cumplen su excelsa misión con la Patria, y quién mejor que el Sr. Juan para que me honrara con sus consejos y me iluminara sobre la navegación. Recordé que el profesor de anatomía nos relató una mañana, en un descanso entre las clases, los logros y las expediciones científicas de D. Jorge Juan y nos informó que nació en Novelda. Me dije a mí mismo que tenía que llegarme a su pueblo para enterarme de cuándo volvería de alguno de sus viajes y así platicar con él. Decidí preguntar a mi profesor para que me orientara y, nada más llegar al hospital, lo busqué y le expuse mis intenciones.
—No vaya a Novelda —me advirtió—, pertenece a una familia muy pudiente que tiene muchas fincas y haciendas y puede alojarse en cualquier lado. Antes de perder un día yendo al pueblo, yo le aconsejaría visitar a su hermano Bernardo que reside aquí en Alicante. Posiblemente, sabrá de sus planes de regreso a su tierra. Vive en una casa solariega que se halla al lado del futuro ayuntamiento. No tiene pérdida.
Ese mismo día me acerqué a ver a D. Bernardo Juan. Tras sortear las obras del consistorio encontré su casa. Golpeé la aldaba y apareció un hombre de cincuenta y tantos años. Aunque suponía que era D. Bernardo, pregunté por él. Asintió y muy amablemente me invitó a pasar. Quiso saber qué se me ofrecía y le expliqué el motivo. A un gesto suyo nos acomodamos en unos sillones del vestíbulo y me dio cumplida respuesta:
—Mi hermano siempre está viajando, dice que ha nacido para peregrino, pero por fortuna, a finales de abril, arribó a casa de nuestra hermana Margarita en Elche, que es donde se queda cuando regresa. Enseguida me envió una carta para anunciarme su retorno, fui a visitarlo y ayer volví. Pero tengo que darle la mala noticia de que ha venido para restablecerse, tiene una salud muy quebrantada. De hecho, estando yo allí rechazó recibir a un escritor y viajero inglés de mucho prestigio, un tal Richard Twiss, porque no se encontraba en condiciones...
Ante mi cara de contrariedad, meditó unos momentos y añadió:
—De todas formas, anteayer empezó a recuperase… Vamos a hacer una cosa. Le enviaré una carta para avisarle de su llegada y le expondré la razón para visitarlo, y en una semana vaya a verlo. Será recibido por su secretario, pues él está postrado.
D. Bernardo me dio las indicaciones para encontrar la casa y, tras agradecerle su buena predisposición, me despedí y marché dichoso. A los siete días me subí a la berlina de cuatro asientos que va a Elche. Partimos al amanecer y, como se encuentra a cuatro leguas y media, llegamos al mediodía. Me apeé en la Casa de Postas, que se encuentra cerca de una iglesia que están terminando de edificar, al igual que sucede con nuestro ayuntamiento y que, por cierto, se dan un aire; y el carruaje prosiguió su ruta hasta Orihuela. Callejeé y, sin preguntar a nadie, encontré la vivienda que hacía chaflán. Su apariencia es señorial, cuenta con dos plantas y en la esquina de la primera luce un escudo de armas. Me dirigí a una de las portadas, en el momento en que llegaba un hombre de mediana edad y de buena presencia. Me miró y, suponiendo quién era yo, se presentó como el secretario de D. Jorge Juan y me dijo que me estaban esperando. Entramos y lo seguí hasta un salón donde el Sr. Juan se hallaba sentado en un butacón con los pies reposando en un escabel. Tenía mala cara, aunque su expresión era agradable. Lo encontré muy delgado, imagino que otrora sería fornido.
—Don Jorge, el Señor Balmis.
—Muchas gracias, Miguel.
Este se retiró y nos dejó a solas.
—Bienvenido, Sr. Balmis. Disculpe que no le dé la mano, pero desde hace años las tengo medio paralizadas. Tome asiento, por favor —me indicó, señalándome con el mentón una butaca que se encontraba a su lado.
Yo me sentía abrumado ante la presencia de ese gran hombre y apenas pude balbucear un tímido «Muchas gracias».
—Mi hermano Bernardo me explicó en una carta sus inquietudes… Le auspicio un buen futuro. No me gustan quienes son tan limitados de mollera que solo conocen la ciudad donde vinieron a este mundo.
—Me siento muy halagado por sus palabras. Es verdad, ansío con toda mi alma servir como cirujano a Su Majestad por todas las tierras de nuestro Imperio.
—Me gustaría saber si cuando usted acabe sus estudios de practicante de cirugía piensa ingresar en la Academia de la Marina de Cádiz y luego enrolarse.
—No, solo deseo que me aconseje sobre el arte de navegar.
—Me parece muy bien. No merece la pena que quite tiempo a sus pacientes que es el noble fin de su vida. Le propongo lo siguiente: le entregaré un par de libros sobre navegación con las bases de vientos y corrientes, astronomía y cartografía para que así disponga de unos conocimientos elementales, aunque le aconsejo que aprenda antes matemáticas para entenderlo. Y cuando le llegue el momento de embarcar, deberá mostrar interés en poner en práctica lo que haya estudiado en la teoría. Podrá preguntar a los marinos que comanden los navíos todas las dudas que tenga. Usted es inteligente y ambicioso, le aseguró que será un buen navegante, aunque no disponga del título.
Le mostré mi conformidad y le agradecí sobremanera su ofrecimiento, mientras en mi interior me nacía un sentimiento de admiración por su cordura y sabiduría.
Unos instantes después, D. Jorge Juan me miró fijamente, como reflexionando en algo, y me dijo:
—Si me permite, tengo una pregunta muy personal que hacerle, ¿no le importa?
—Por supuesto que no, D. Jorge.
—¿Sabe usted que nuestros soldados no solo sufren de traumatismos y heridas?
—Sí, desgraciadamente es así: envenenamientos, cólicos, convulsiones nerviosas… —le respondí, al tiempo que me extrañaba por el motivo de su pregunta.
—Cierto, Señor Balmis. No olvide nunca que hay enfermedades que no las curan los cirujanos. Además de las que ha mencionado, hay otras muchas. En Alicante se ven las calenturas tercianas que no suelen revestir gravedad y con dieta, nieve y paciencia terminan en salud, pero por el mundo hay otras más terribles: la lepra, el vicio venéreo, las viruelas y otras que no tienen tratamiento... —dudó unos momentos y agregó—: Bueno, the speckled monster de los ingleses, «el monstruo moteado», que es como llaman también a las viruelas, sí parece que tengan un remedio muy curioso... O, al menos, a mí me lo parece. En un viaje que hice a Londres, un médico me habló de una tal Lady Mary Montagu, esposa del embajador inglés en Constantinopla, que hace más de medio siglo empezó a practicar un método para prevenir la enfermedad, aplicándolo en sus hijos. Buscaba un niño que tuviese pústulas, abría una, recogía el fluido y lo inoculaba en la piel con una aguja. Y hace poco supe que se está realizando en España. Podría ser útil, aunque pienso que es una cura que está en los albores de la Ciencia.
Todo lo que me relataba me parecía muy interesante, pero para ser sincero lo que más anhelaba en ese momento era tener los libros entre mis manos.
Y, precisamente, cuando terminó Don Jorge Juan, entró su hermana Margarita.
—Jorge, la comida está preparada.
—Gracias, creo que ya hemos terminado —me miró esperando mi anuencia.
—Sí, no le molesto más. Muchas gracias por recibirme y por sus consejos, Don Jorge.
—Por favor —le pidió a su hermana—. Busca los dos tomos azules que están en el estante de arriba de la biblioteca y se lo das al Señor Balmis.
Me levanté y me acerqué a darle la mano. Don Jorge elevó el brazo derecho en bloque con sumo esfuerzo y le estreché la mano, aunque él apenas pudo flexionar los dedos.
Nada más despedirnos, apareció su secretario.
—Miguel, por favor, acompaña al Señor Balmis a la puerta.
—Enseguida, Don Jorge.
Lo seguí y, encontrándonos en el umbral, llegó su hermana y me dio los libros.
Salimos a la calle y Don Miguel me preguntó si tenía previsto escribir la entrevista. Le contesté afirmativamente y añadió:
—Si en un futuro piensa publicarlo en letras de molde, no olvide que el Señor Juan tiene el tratamiento de Excelentísimo desde que fue embajador en Marruecos.
—Gracias, Señor, por la observación.
Nos dimos la mano y me encaminé a la Casa de Postas, teniendo la fortuna de que estaba a punto de partir un carruaje hacia Alicante que tenía una plaza libre. Llegamos al crepúsculo, y esa misma noche, tras hojear los libros —dejando para más adelante su estudio detenido—, me puse a redactar el encuentro, aprovechando que aún tenía frescos los recuerdos: Mera Noticia de mi Entrevista…
En Alicante, en veinte de mayo de mil setecientos setenta y tres, finalizo la escritura de mi visita al Exc.ᵐᵒ Sr. D. Jorge Juan.
NOTA FINAL DEL TRANCRIPTOR
Como habrá deducido el lector, mi hipótesis se basa en la posibilidad de que un joven y entusiasta Balmis no captara en su momento el alcance de los comentarios de Jorge Juan, cuarenta y tantos años mayor, y que, tiempo después, le afloraran del almacén de los recuerdos y sembraran la semilla para el cambio de rumbo en su vida que, a fin de cuentas, fue el que lo catapultó a la posteridad.