DE BUENA FE / OPINIÓN

Bailar pegados no es bailar

14/08/2020 - 

La pasada semana hablábamos, entre otras cosas, de los beneficios del turismo y de cómo ha crecido la hostelería en nuestro entorno gracias al mismo. Obviamente no todo son ventajas, sino que hay inconvenientes que, en algunos momentos especiales, se convierten en inconvenientes especiales. Lo estamos viviendo desde hace algunos meses con la pandemia, la postpandemia y la propandemia que parece que se avecina.

Se ha publicado en muchos diarios que las aglomeraciones en lugares lúdicos podrían ser una de las principales causas del rebrote de contagios que se viene padeciendo, en muchas ocasiones por la irresponsabilidad personal de algunos que no se sienten concernidos con lo que ocurre o pueda ocurrir, ni en líneas generales ni personalmente.

Hemos podido leer que las fuerzas del orden público han tenido que intervenir para disolver quedadas, botellones, saraos, fiestukis y otros acontecimientos de similar naturaleza, algunos de ellos en locales abiertos al público.

El sector hostelero y del ocio es el menos satisfecho con estas situaciones, pues los empresarios responsables saben que el descontrol en estos temas será pan para hoy y hambre para mañana. Por eso en la mayoría de establecimientos del sector se está cumpliendo las normas marcadas por las autoridades sanitarias, pero en algunos otros casos no es así.

¿Se puede conciliar, en este año que vivimos peligrosamente, la explotación de un negocio hostelero de ocio nocturno con las prevenciones necesarias para que esto no vaya a más? Yo soy de los que piensan que sí, pero si se hace con rigurosidad.

Leo una noticia en la que se cuenta que se ha desalojado un local de ocio nocturno donde había más de cincuenta personas que no guardaban la distancia mínima. Yo supongo que no solo no se guardaría la distancia mínima sino que, en realidad, no habría distancia que medir (en el buen sentido de la expresión), porque en el fragor del entusiasmo y el divertimento está implícito el acercamiento entre seres humanos. En un lugar donde el volumen de la música impide escuchar tus propios pensamientos es difícil la comunicación con el resto de tus semejantes, si el personal no se somete a ciertas estrecheces. Y más aún si no hay alguien que se lo impida. De esta manera el esfuerzo que muchos están haciendo para mantener su negocio y, a la vez, cumplir con la normativa no va a servir de nada si unos pocos, los menos, no se someten a las reglas. Y si la cosa sigue así por parte de estos pocos se pueden avecinar unas limitaciones mayores e, incluso, un cierre general.

Pero todo se debe a que algunos ya no recuerdan aquella canción que decía que “bailar pegados no es bailar”, frase en extremo cursi y sensiblera pero que con la Nueva Realidad se debe convertir, por lo menos temporalmente, en dogma de fe. No es necesario, de momento, que volvamos a los tiempos de bailar la jota, pero yo rogaría encarecidamente a esas personas (incluyendo especialmente a los dueños de esos negocios) que asuman la responsabilidad de evitar el perreo y la bachata momentáneamente, así como la excesiva acumulación gregaria de gente de marcha, so pena de que en un momento no muy lejano nos veamos todos obligados a entonar aquella antigua canción titulada “Bailando solo en mi habitación”.