ALICANTE. Con la oferta tipo tsunami de series, cuesta más trabajo y tiempo ver qué ver que verlo. No es ningún secreto que mucha gente se pasa tantos minutos decidiendo que ver en las plataformas que, cuando por fin pone algo, se tiene que ir a la cama. Al final, hay que establecer criterios propios para saber qué serie merece la pena ser iniciada. Teniendo en cuenta que nos parece normal chupar quince o treinta horas de una misma cosa, embarcarse para luego abortar misión a mitad puede ser una pérdida de cinco horas. Hubo un tiempo en el que una película de dos horas se consideraba un bodrio, ahora en ese tiempo una serie te presentan cuarto y mitad de los personajes y gracias.
El mejor criterio que teníamos en esta casa eran las puntuaciones. Todo lo que tuviera por encima de un 8 en IMDb o por encima de un 7 en Filmaffinity merecía la pena verlo, pero ya tampoco es tan fiable. Por ejemplo, We are Lady Parts, la comedia sobre una chica musulmana que monta un grupo punk, tiene un 8 y un 7,2 respectivamente y es bastante prescindible, pese a toda la fanfarria y lucecitas que pueda tener su premisa y el efectismo de carteles que mezclan niqabs y chupas de cuero con tachas. Billions, con un 8,4 y 7,1, prometía una buena opción tras Succession o al menos metadona, y fue todo lo contrario al amor a primera vista. Incomprensibles esas notas.
Con cierta desesperación, ya no queda otra que seguir el rastro de guionistas o directores que merezcan la pena. Por ejemplo, una senda aconsejable es la de Jesse Armstrong, creador de la aludida Succession, la serie más exitosa en cuanto a crítica de los últimos años. Habíamos comentado Peep Show, también una de las mejores comedias de la historia que, por ahora, solo está en Hulu, a ver si llega un día, y su trabajo en The Thick of it, que está disponible en Filmin. Ahora toca rebuscar un poco más.
Si seguimos con la pareja de cómicos Robert Webb y David Mitchell, protagonistas de Peep Show, Armstrong trabajó también con ellos en un programa de sketches en la BBC. Solo se puede ver con subtítulos en inglés, pero merece la pena. En el primer capítulo ya se reconoce la línea del trío. En una escena, un oficial de las SS entra en una crisis existencial en la trinchera y le confiesa a su compañero, furibundo nazi, que ha estado pensando y está muy preocupado, porque al ver la calavera que llevan en la gorra le ha dado por sospechar que igual ellos son los malos.
De todos modos, lo que sí que pone de manifiesto esta serie, That Mitchell and Webb Look, en la que Armstrong escribió cinco episodios, es cómo era el mundo antes de las redes sociales. En el primero, del 14 de septiembre de 2006, bromean con un seguro de vida que te repone la esposa si esta muere. El gag consiste en que le envían al viudo una mujer albanesa que, lamentablemente, no podrá ayudar a su hijo a hacer los deberes porque no sabe leer. Como humor xenófobo, ni siquiera es un buen chiste. Hoy difícilmente habría tirado hacia delante algo así. A veces habrá que admitir que el hipermoralismo que han traído las redes puede que tenga también alguna buena consecuencia.
Sin embargo, Back es otra historia. Aquí Armstrong figura como story consultant. La serie es de 2017 y un año después se iniciaba Succession. Entremedias de los trabajos mencionados y este, estaba también Flesh Meat, creación suya directamente, sobre adolescentes británicos, millennials, que llegaban a la universidad. También merece la pena, pero Back tiene el plus de que es completamente diferente.
Los protagonistas vuelven a ser Robert Webb y David Mitchell. Se trata de un pueblo perdido de Inglaterra. Ha muerto el padre de una familia que lo fue de acogida para muchos chavales. En el entierro, uno de ellos llega para quedarse. Es un argumento que podría tener una sitcom no más original que la del famoso Primo Larry de Primos Lejanos, pero volvemos a lo de siempre. Aquí hay crueldad, mucha dureza con los personajes, se busca su patetismo hasta el extremo y, con un guión inteligente y corrosivo, no tardamos en ver que estamos ante una joya.
El peso de la acción lo lleva David Mitchell, como Stephen. Se supone que iba a tener que encargarse él ahora del negocio de su difunto padre, un bar de mala muerte, pero la llegada de Andrew, el personaje que interpreta Webb lo echa todo por tierra. Así, un tugurio para alcohólicos de cierta edad que sirve menús a los turistas ocasionales se convertirá en un lugar cool con camareros sexys.
Todo el mundo estará encantado con Andrew, eclipsará completamente a Stephen, que hasta tendrá que mudarse de su propia casa para dejarle sitio. Aquí empiezan los guiños más crueles al espectador. Lo hará a una mini-casa, estas que los programas estadounidenses de reformas venden como la gran solución para la gente que ha sido desahuciada. A los guionistas británicos no les parece tan buena idea.
La trama consiste únicamente en la crisis de identidad y envidia que experimenta Stephen por el éxito entre los lugareños de su hermanastro. Los giros y los gags son divertidísimos, pero fundamentalmente, lo mejor es el descenso a los infiernos del protagonista, que comenzará a entregarse al alcohol de mala manera y a encerrarse en hemerotecas en busca de algo turbio en el pasado de su hermano. Es muy gracioso cuando le dicen que no beba, y contesta que no es alcohol, que es malta, o cuando admite que ya lo ha dejado, que por eso está bebiendo vino blanco. De hecho, una escena de ligoteo con la propietaria de una bodega que también le da al drinking que no veas, su media naranja ideal, es uno de los mejores gags que he visto en mucho tiempo. Además, real como la vida misma. Si es que la tapa del dvd ya dice "A glorious mix of fun and filth"
Armstrong también trabajó con estos dos pájaros, quizá los mejores cómicos que ha dado Inglaterra últimamente, en una película que les escribió en 2007, Magicians, que no es fácil de conseguir. Por lo demás, quedan The old guys, sobre dos jubilados, y Babylon, sobre la vida en una comisaría. Habrá que dosificárselas. Por lo que sea, este sentido del humor es muy poco complaciente, o menos de lo habitual. Intenta pillar a pie cambiado al espectador y recordarle que todos, en el fondo, somos patéticos y estamos muy alejados de los triunfadores. Es un soplo de aire fresco, puesto que ahora es mucho más frecuente que cualquier producto cultural se reduzca a dosis de refuerzo sobre lo que ya tienen claro los espectadores. El guionista sabe qué piensa el público, el público sabe qué quiere pensar y ambos se dan la mano de una forma predecible como para cortarse las venas. En Inglaterra, quizá por su tradicional aislamiento, sigue viva la llama del punk.