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testimonios de trabajadoras, comerciantes y asociaciones

Así vive Carrús (Elche) el estado de alarma: de la incertidumbre por la economía sumergida al comercio a medio gas

12/04/2020 - 

ELCHE. Mientras que estos días son constantes las propuestas culturales, las aplicaciones y los WhatsApps repletos de memes para pasar el rato, el confinamiento y la paralización de la economía va por barrios. Y nunca mejor dicho. En Carrús, el histórico barrio obrero del Elche industrial, con un gran crecimiento a partir de la década de 1950 para acoger a migrantes de otras zonas del país atraídos por la industria del calzado, son muchas familias las que viven sumidas en la incertidumbre al ser dependientes de un sector que ha paralizado. En aquellas en las que se hace faena en casa, desde aparadoras hasta cualquier otro de los procesos del zapato que se hacen a domicilio, llueve sobre mojado. Una situación extensible a toda la ciudad, puesto que la industria lo impregna todo, pero que en Carrús se manifiesta especialmente, al ser el barrio del casco urbano más grande, concentrando 80.000 habitantes

Con la aprobación del decreto para paralizar la actividad económica no esencial, que afectó especialmente a sectores como la construcción y la industria, muchos trabajadores ilicitanos se quedaron en casa. Muchas trabajadoras ya estaban en casa. Laboralmente hablando. Aunque siempre se habla de las aparadoras, hay muchas otras que trabajan en casa: refinadoras, dobladoras, ribeteadoras, rebajadoras, etc. Las tareas de modelista o patronista siempre han recaído sobre hombres, que además suelen trabajar en la fábrica. Todos esos procesos caseros ligados al proceso del zapato, en su mayoría elaborados por mujeres, son los que se pagan en negro. Una realidad incómoda para la administración local —que poco ha hecho más allá de una mesa que lleva tiempo parada— u otras, que sigue sin soluciones y que ya está asumida como algo normal en la ciudad, así como en otras poblaciones zapateras de la comarca como Elda, si bien es cierto que los pagos en B no son inherentes ni únicos en este sector.

Céntimos de euro por par y horarios sin fin

En cualquier caso, paseando por algunos de los establecimientos emblemáticos del barrio —con su particular sambenito por estadísticas nacionales poco precisas—, hay una sensación general, "la gente necesita trabajar y volver ya a la fábrica", señalan desde el horno La Imperial, que lleva 25 años regalando alegría gastronómica algo más al norte de los pisos rosas. Hay casos como el de Tere, una vecina del barrio que explica que la fábrica para la que hacía sandalias en casa cerró al poco de decretarse el estado de alarma, "y esa faena solo se hace desde el invierno y ahora, porque sale para la campaña de verano". Unas sandalias que como todo par del calzado, se pagan a "precio tirado", es decir, a unos pocos céntimos. Además de esto, que es lo habitual, se suma un trabajo por temporadas —de ahí que en la fábrica abunden los contratos fijos discontinuos—, por lo que si ahora la de verano ha quedado en standby, muchos trabajadores y trabajadoras como ella quedan en la estacada. En su caso además, aún le queda alguna partida por cobrar. 

Su marido también trabaja en el calzado, aunque en una fábrica, lo que les genera ingresos más estables, pero por ahora ninguno sabe cuándo volverán a trabajar. Mientras esperan, Tere ha hecho algunas mascarillas para gente cercana. Tampoco tiene derecho a paro por estar en la otra cara de la economía. El suyo es otro caso de tantos. Otra vecina de Carrús, Elvira, también lleva dos semanas parada porque la fábrica para la que hace la faena tuvo que cerrar por el decreto. Abrirá, pero de momento no les van a repartir más trabajo a las casas. Ella se dedica al refinado, cobrando unos 150-200 euros cada dos semanas, mientras trabaja todo el día a la vez que se ocupa de las tareas de casa. De momento no tendrán bache porque su marido también trabaja en otra fábrica, aunque le aplicaron un ERTE y no sabe cuándo volverá.  

Con todo, a ella también le han quedado algunos partes por pagar, "pero los pagarán cuando abra la fábrica", señala. En su caso no ha trabajado siempre en casa, estuvo 22 años en la fábrica, con contrato, cuando sus hijas eran pequeñas, hasta que esta cerró. En el otro lado están los casos de aquellas que apenas han cotizado, como el caso de Fina Sánchez, presidenta de la Asociación Ilicitana de Aparadoras y Trabajadoras del Calzado. Ha trabajado en esta industria 34 años, en fábrica y en casa, aunque solo tiene cotizados 6 años y siete meses, hasta que en septiembre del año pasado lo dejó aprovechando el cambio de temporada. “No voy a trabajar más en la economía sumergida", se dijo, y tuvo la suerte de ser aceptada en un curso del SEPE de ámbito sociosanitario, mientras que actualmente cobra la Renta Activa de Inserción (RAI). 

Vivimos todos al día, hay que pagar la hipoteca y es difícil ahorrar. Con lo poco que había antes de parar, o trabajamos o no sé qué haremos. Las perspectivas no son muy buenas

Como advierte, estos días también están haciendo mella entre las asociadas al colectivo. Desde ERTE a aquellas que tienen la suerte de trabajar en la fábrica, hasta aquellas que como Fina, trabajan en casa y ahora no tienen faena. "Algunas no tienen muchos recursos y su jornal es lo poco que entra a casa", asegura. Otras sin paro en casa; ella aparadora y él cortador, "ambos en la misma situación, desprotegidos y sin derecho a nada ni a reclamar. Es una situación difícil". Como relata Sánchez, con la faena en casa se cobra muy poco y al ser de temporada, "por muy poco que ganes, lo guardas para los meses en los que no hay trabajo", y en casos como el suyo, esgrime, "intentas aprovechar para buscar otro trabajo, pero si no tienes estudios es difícil —ella empezó a trabajar con 13 años y no tiene el graduado escolar—". Ahora intenta encontrar mejor empleo a sus 51 años con el curso, después de años de "sufrir acoso o usura de algunos empresarios, sobre todo cuando externalizan para gestionar la faena, aunque hay otros que sí lo hacen bien". Por último, recuerda que donde más hay, a su juicio, es en el Camp d'Elx, "más fácil de esconder". 

Sobre su experiencia en el Camp d'Elx también habla otra trabajadora del calzado de Carrús, con 50 años e intentando buscar empleo a pesar de que su edad supone una frustrante barrera en el mercado laboral de hoy. Ella y su marido tienen ingresos por una pensión por incapacidad laboral de él. Hasta navidad, habían estado tres años haciendo 'cortes', paso siguiente tras pasar estos por las aparadoras, y el previo para que el montador introduzca la horma en la fábrica. Aunque ha trabajado 15 años de su vida en fábricas de envasa, siempre con contrato, también pasó por la economía sumergida, en alguna fábrica del campo, "donde trabajábamos por un tiempo determinado sin contrato". Tenían instrucciones por si la Inspección de Trabajo les encontraba: "si os pillan, estáis de prueba", comenta con resignación.

El tiempo que ha estado trabajando en casa lo ha hecho también gracias a los valores y el boca-oreja de la gente del entorno, en este caso, de una vecina del edificio, puesto que tenía a quien le trajera faena. Eso sí, el común de siempre: cobrando a 4 céntimos el par y a 6 el mejor pagado, "porque además del cordón, venían remaches. Si solo lleva hebillas es más barato". El resultado, más de ocho horas de trabajo diarias para hacer 500 pares y cobrar al cabo de la semana 150 euros si es faena cara. "No da para vivir", sentencia, "da para poco más que pagar algunos recibos o para complementar otros sueldos de la casa". Un retrato del escalafón más bajo de la cadena productiva, márgenes bajos para que los beneficios al otro lado de la cadena puedan ser altos. 

Más de ocho horas de trabajo diarias para hacer 500 pares y cobrar al cabo de la semana 150 euros si es faena cara

Como añade otra mujer de mediana edad, aunque trabaja ahora en casa en una pedanía, después de 18-20 años en una fábrica, "vivimos todos al día, hay que pagar la hipoteca y es difícil ahorrar. Con lo poco que había antes de parar, o trabajamos o no sé qué haremos". Otro de los casos de ingresos paralizados por el de la actividad no esencial. Aunque su marido volverá a trabajar esta semana, porque lo hace en la construcción, ella aún no lo sabe. Hace aparado, muestrario y un poco de todo, pues hace faena para varias fábricas. "Las perspectivas no son muy buenas, hay muchos pedidos anulados", arguye, y como las tiendas de calzado, así como otros comercios de textil están cerrados, toda la cadena productiva relativa a esta industria está a la espera de poder arrancar al 100%. Además, apunta que algunas compañeras de la misma fábrica aún no han cobrado. Y casualidades de la vida, le han hecho ingreso bancario por no poder ir a cobrar en mano por el confinamiento. Aunque más que en mano, en sobre; el clásico sobre de papel que incluso venden en las papelerías. Ese es el nivel de normalización.

Ahora quedará ver en aquellas fábricas que abran esta semana, en cuáles se pueden cumplir las medidas de prevención, teniendo en cuenta que las denuncias de trabajadores que más han recibido los sindicatos venían de sobre todo de calzado e industria auxiliar. De hecho, en algún caso, se ha puesto desde CCOO en conocimiento a Inspección de Trabajo en este periodo de paralización de la actividad no esencial de actividades en talleres clandestinos cerca del polígono de Carrús. En un contexto en el que las grandes empresas tienen mayor posibilidad de ofrecer esa prevención que las pequeñas, y en general, en un marco en el que está costando adquirir este preciado material sanitario, como muestra un mercado europeo que a veces ofrece escenas que parecen propias del lejano Oeste.

Siempre puede haber casos más graves

Otra de las características por las que se conoce Carrús es por su nivel de migración, siendo el barrio de la ciudad que más nacionalidades concentra. Algo que se debe a que pueden acceder a viviendas antiguas y sin ascensor. En definitiva, más baratas, las que se pueden permitir personas con menos posibilidades. Al tiempo, es también un gran ejemplo de convivencia, como se suele ver en esos espacios llenos de vida y cultura como el parque 1 de Mayo o el Parque Andalucía para los más adolescentes. Hasta volver a contemplar esas imágenes de bullicio, la situación vuelve a ser mucho peor para quien ya estaba en el límite, para quien no tiene ninguna red familiar que le pueda apoyar. A quien está todavía más fuera del sistema que las propias trabajadoras de la economía sumergida: aquellos que ni siquiera están empadronados y están en situación irregular. Migrantes, sí. Pero también españoles.

Estos días, la fundación Elche Acoge —que sigue activa y ahora más, con las mismas redes de contacto y las mismas funciones— tiene más trabajo que nunca, atendiendo vía telefónica, por Facebook o correo electrónico, con sus servicios de clases de apoyo, orientación jurídica, laboral o casas de acogida a pleno rendimiento. La crisis generada por el coronavirus se nota y mucho, como explica su coordinadora Trini Urbán. Trabajan con gente de todos los barrios, y gran parte es de Carrús por el perfil migrante y de "economía irregular", especifica Urbán. "Nos estamos encontrando casos dramáticos de gente que no tiene para comer. Está sin contrato, en la economía sumergida". Además de calzado, otros de estos empleos son el cuidado de mayores o limpieza —ambos sobre todo desempeñados por mujeres—, la construcción o el trabajo en el campo. Muchos recaen sobre migrantes.

Dentro de este colectivo, apunta, además hay gente que no tiene posibilidad de acceder a los Servicios Sociales porque no están empadronados. "Puede haber gente alquilada, pero sin tener un contrato de alquiler, condición indispensable para ayudas municipales. Nos están llegando desde fuera del sistema" —como la hay también en el albergue de El Toscar—, apunta, a lo que añade que "son personas de situación tan, tan precaria, que son invisibles para cualquier administración". "Incluso fuera de las medidas articuladas por el coronavirus", asevera. Por eso están entregando bonos a través de la obra social La Caixa, para comprar alimentos frescos —de los que no hay en albergues—, productos de primera necesidad y de higiene; llegando a unas 70 familias, tanto españolas como migrantes. 

"Estamos en un momento de retroceso importante", apunta Urbán, señalando que "hay gente pasando hambre" y que esto "no es para un día ni para dos, va para largo y tenemos que ver cómo vamos a mantener lo que estamos construyendo, para muchas personas el Estado de Bienestar es frágil". Aunque se pueda pensar que solo pasa con gente de otros países, también con españoles. La coordinadora apunta que muchos lo tienen difícil para que se les alquile, "y con ese contrato es la única forma de demostrar que vives donde vives para empadronarte". 

El comercio de toda la vida aún aguanta

En el ámbito comercial, los pequeños establecimientos, los de toda la vida, siguen aguantando la situación. Como el resto de actividades, con una importante bajada de ventas, lo que en algunos casos no se podrá sostener mucho más. Una de ellas es el caso de la verdulería Chulay (Francisco Tomás y Valiente), un negocio de barrio que puede llevar unos 40 años abierto, bastante frecuentado por el producto que ofrece y sus precios populares. A pesar de ser una tienda tradicional, su diferencia con otros es la clientela fiel que sigue yendo día a día a por el producto fresco. Como explica su propietario Juan de Dios Ortega, "las ventas han bajado a la mitad" y lo están pasando mal. Se están pudiendo mantener porque es un pequeño comercio de 5-6 trabajadores, aunque para no despedir, que relata podía ser lo fácil, se le ha reducido el horario a un par. Además, ahora solo abren hasta mediodía por la falta de clientes, por lo que todos cobran menos. "También tenemos poco margen, es producto perecedero".

No están teniendo problemas con el abastecimiento de sus frutas y verduras, pero sí con el material sanitario, guantes y mascarillas, a veces teniendo que utilizar bolsas de plástico, aunque al principio "nos adelantamos y ya compramos bastantes cuando la cosa estalló en China". También nota a la gente "apagada" por la situación, algunos le comentan que están cansados y que necesitan trabajar, "hay desesperación". En su caso, cree que no pueden aguantar varias semanas más. Si lo están haciendo es porque tienen "algo de riñón", y asevera que él lleva tres semanas sin cobrar para no despedir, aunque echa en falta más ayudas y medidas del Gobierno. "Si pudiéramos no pagar la Seguridad Social estos días podríamos aguantar mejor", apunta, señalando que se le van 1.500 euros mensuales con ella.

Enfrente de esta emblemática verdulería está el Kiosko Moyá, donde Lucrecia Moyá también ha tenido que reducir el horario hasta mediodía. El suyo es uno de los negocios esenciales que pueden abrir, pero apena hay ventas. "Solo dulces, tabaco y alguna recarga", señala, relatando que con lo que ganan no costean ningún gasto. "Normalmente de donde más sacamos es de las loterías, y están cerradas". También vende butano, pero con el confinamiento la gente baja menos. Y por supuesto, no vende prensa, ya que los bares están cerrados. Sonríe al hablar del negocio pero con una mirada de incertidumbre, la que se encuentra con los pocos clientes que pasan por allí, "hay miedo por posibles contagios". 

En la misma calle, bastante extensa, se puede hacer un largo recorrido de comercios cerrados, con poca gente, a pesar de las miradas hacia aquellos que parece están fuera por placer. Hay algunos abiertos como los locutorios, donde se puede ver a gente haciendo cola para poder hacer recarga en móviles de prepago, aunque para su propietario la bajada también ha sido importante. Un panorama similar es el que se ve por toda la calle, todo cerrado con gente tomando el sol por el balcón esperando que el tiempo pase, hasta llegar a la Avenida de Novelda, con sitios históricos cerrados como el Bar Mallorca —clásico punto de encuentro para partidas y comida, y en antaño para tirar carretillas—, y con otros que sí pueden levantar la persiana, como la panadería y horno Rosique, abierto desde 1979. 

Allí están ahora en activo las hermanas Maribel y Luisa Rosique, que han heredado el negocio de sus padres. Autónomas, junto a otras compañeras que estos días están vendiendo mucha cantidad de levadura, harina, o pizzas y panes grandes. "Comida que dure", señala Maribel, aludiendo a una especie de economía de guerra, mucho producto básico y duradero. Llevan mascarillas que les han hecho clientas aparadoras, algo de más fácil acceso en una ciudad zapatera que no los guantes que son difíciles de adquirir por la sobredemanda. A pesar de lo conocida que es su panadería, también han notado esa bajada de ventas, y más en días como estos cuando habría que comprar mona. "Venía gente de San Vicente, Alicante o Murcia", explica, y ahora no, además de la incertidumbre de no saber cuántas monas hacer. 

Lo que sí ven claro es que se les hace cuesta arriba el momento a nivel económico, puesto que los pagos se van acumulando, y tienen una factura elevada de luz, gas y energía por el horno. También han reducido horario y rebajan el material que sobra para no tirar nada, "todo a un euro". Una situación similar a la que viven en otro horno clásico, La Imperial, cerca del centro de salud. Ellas no han notado tanto esa bajada de ventas, y creen que se benefician de que la gente busca huir de aglomeraciones de los supermercados, "y por eso estamos teniendo a mucha gente nueva", apunta Ana Moya. También venden mucha harina y levadura, además de las tartas, piononos... "Lo de siempre". Lo de siempre como en los 25 años que lleva abierto el horno. Cómo no, ellas también van ataviadas con mascarillas que se han hecho manualmente con máquinas de coser para que duren más. Porque quien más y quien menos, todo el mundo está relacionado con el calzado en Elche. Y más en un barrio trabajador como el de Carrús. 

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