VALÈNCIA. Hace no tanto tiempo, las calles de Aras de los Olmos estaban repletas de flores y plantas que los vecinos cuidaban con esmero. Pero llegó la modernidad y, con ella, el irremediable asfalto, que redujo ese vergel de Els Serrans a unas cuantas macetas junto a las puertas y bajo los alfeizares. Sin embargo, el pueblo jamás olvidó su espíritu jardinero. Primero, comenzaron utilizando los comederos que ya no usaba el ganado como improvisados repositorios para arreglos florales de aire silvestre. Más adelante llegaron los rosales, que fueron diseminándose por las fachadas y los huecos que se ganaban a los adoquines. Por último, en 2017, el Ayuntamiento lanzó Aras en Flor, festival anual de paisajismo efímero que llena durante unas semanas los espacios públicos del municipio con instalaciones florales inspiradas en la vegetación y el patrimonio del lugar. La segunda edición, que comenzó el pasado 26 de mayo y se alargará hasta el próximo 30 de junio, cuenta con 11 jardines de diferentes estilos y temáticas ubicados en los rincones clave de la localidad.
Durante meses, arquitectos, paisajistas, historiadores, artistas o simples aficionados a la jardinería enviaron sus propuestas para estos espacios ajardinados que deben enraizarse en la esencia misma del pueblo. Cada proyecto tenía que combinar especies de la flora local con materiales cotidianos utilizados por los habitantes del municipio. Ramas de sabina, enebro, piñas, esparto, romero, troncos de pino, almendros, lavanda, flores de temporada… Todos estos elementos, y muchos más, se transforman así en objetos de diseño que buscan resaltar las potencialidades del medio rural y reivindicar su vigencia frente a una contemporaneidad arrolladoramente urbanita que a menudo lo deja ya no en un segundo, sino en un quinto plano.
Una vez seleccionadas las mejores propuestas, son los propios residentes los encargados de hacerlas realidad ayudados por un equipo de técnicos voluntarios. Serán también ellos quienes se encarguen de regarlas y mantenerlas a salvo de los posibles excesos de la climatología estival. Y es que, ante todo, Aras en Flor se plantea como un festival colaborativo, en el que artistas y lugareños unen esfuerzos. “Para nosotros es una forma de ajardinar de nuevo el pueblo, aunque sea durante un breve periodo, pero también un modo de recordar que el municipio sigue vivo y tiene mucho que ofrecer”, explica la concejala de Turismo, Angelina Andrés, sobre este evento en el que también colaboran la Fundación El Olmo, el área de Turismo de la Generalitat Valenciana y la plataforma Amigos del Paisaje.
De igual modo, Rafael Giménez, alcalde de Aras, destaca el “atractivo turístico” del entorno. “Este festival refuerza la identificación del pueblo con las flores y visibiliza su compromiso con la biodiversidad”, apunta el líder del consistorio. Tal es la veneración que este municipio de la mancomunidad del Alto Turia siente por el universo vegetal que incluso el antiguo cementerio ha sido transformado en jardín botánico.
En esta ocasión, la miel, uno de los productos artesanales más relevantes de la zona, ha jugado un papel esencial de las creaciones presentadas para el evento. Así, el primer premio, dotado con 1000 euros, recayó precisamente en El jardín de la miel, una propuesta presentada por Alfredo Rubio y centrada en la apicultura. Según explicó el creador, el objetivo del jardín es “estimular los cinco sentidos y generar emociones en el visitante”. Para ello, se vale de plantas aromáticas como el romero, la lavanda o el tomillo, así como de leña cortada e incluso auténticas colmenas de madera. “He querido construir un jardín muy rústico, en el que esté muy presente el entorno forestal y con flores de colores pardos que recuerden a los tonos de la miel”, resalta el autor.
Mosaico de Aras es el título del proyecto que obtuvo el segundo premio, valorado en 500 euros. Se trata de una obra de las paisajistas Elvira de Navas y Ángela Martínez, que se ha centrado en “la geometría de los mosaicos islámicos”, como un homenaje a los orígenes históricos de Aras de los Olmos. A través de los hexágonos que conforman su propuesta, cada uno fabricado a partir de un material típico de la localidad (desde piñas a briznas de paja o pedazos de cerámica), las autoras han querido hacer referencias a las estrellas o, dicho de otro modo, a la importancia que tiene la astronomía del municipio, declarado Reserva Starlight por la limpieza de su cielo. El tercer premio corresponde a Miel de Aras, de Mar Laguna Ferrer, y está dotado con 300 euros. Su jardín, surgido a partir de charlas con los apicultores locales, representa el proceso de producción de la miel y cuenta con un camino rodeado de plantas aromáticas además de otorgar un gran peso a los materiales reutilizados.
La rosa de los vientos es otra de las instalaciones que, a través de flores y guijarros, pretende reflexionar sobre los distintos vientos que azotan la zona, como el tortosano, el solano o el morisco, y tanto influyen en la vida cotidiana de sus habitantes y en otros fenómenos meteorológicos como la lluvia o la nieve, una sabiduría que se va perdiendo conforme se diluyen las memorias de los vecinos. En su elaboración, además, han participado los pocos menores con los que cuenta el pueblo. Por su parte, Arando estrellas emplea pequeñas flores para reproducir las constelaciones que más fácilmente se perciben a simple vista en el firmamento del municipio.
Situado en la comarca de Els Serrans, Aras de los Olmos forma parte de la conocida como Serranía Celtibérica, un término acuñado por el catedrático de prehistoria Francisco Burillo para definir las características de una zona rural que abarca 1.263 municipios de cinco comunidades autónomas distintas. A pesar de contar con una extensión de 63.098 km2, es habitada por menos de 500.0000 individuos. De hecho, su escasísima densidad de población, inferior a los 8 habitantes por km2, sólo es igualada dentro de la Unión Europa por algunas inhóspitas regiones de los países escandinavos, circunstancia que ha hecho bautizar a este enclave como Laponia mediterránea o Laponia del Sur.
Azotados por la despoblación, el olvido social y la falta de planes institucionales a largo plazo, las vicisitudes de estos pueblos han sido recientemente abordadas en libros como Los últimos (Pepitas de calabaza) del periodista valenciano Paco Cerdà. Los altos índices de envejecimiento, la baja tasa de natalidad, las condiciones atmosféricas extremas y las faltas de dotaciones en transporte, servicios e infraestructuras suponen desafíos existenciales para estas localidades ubicadas en Castilla y León, Aragón, La Rioja, Castilla La Mancha y el interior del territorio valenciano.
Con más de 400 habitantes censados, la situación de Aras de los Olmos no resulta tan extrema como la de algunos de sus municipios vecinos, pero el miedo a la sangría demográfica persiste. “De nada sirve que organicemos iniciativas e intentemos promover actividades en el pueblo si después estamos aislados, sin transporte público y con pocas infraestructuras disponibles. A pesar de todo, queremos pelear y recordar a todo el mundo que seguimos aquí”, resume la concejala. Quizás suene a frase de sobre de azúcar, pero, llegados a este punto, resulta irremediable parafrasear un proverbio chino “Si quieres ser feliz un día, emborráchate. Si quieres ser feliz tres días, cásate. Si quieres ser feliz toda la vida, planta un jardín”. Y en Aras no parecen estar dispuestos a ceder ni un milímetro a la aflicción o al abandono.
Madrid como capricho y necesidad. Me siento hijo adoptivo de la capital, donde pasé los mejores años de mi vida. Se lo agradezco visitándola cada cierto tiempo, y paseando por sus calles entre recuerdos y olvidos.
Después de dos años de confinamiento y vacaciones 'en casa', parece que la gente está deseando subirse a un avión para volar a cualquier lugar