Todos somos el cuñado de alguien. En los tiempos de la sobreinformación todos parecemos estar en posición de dar lecciones o sentar cátedra sin tener ni idea de lo que se habla. Ya no hacen falta doctorados, simplemente basta con leerse un glosario del tema candente para dárselas de entendido. Bastan unos cuantos clics, unos vídeos de YouTube y unos podcast para hablar con propiedad de un aspecto de la realidad.
Lo acontecido en el Benidorm Fest, o incluso con lo que ha ocurrido la pasada semana en el Congreso al aprobarse la reforma laboral con el voto de un despistado del Partido Popular, se palpa, que existen usuarios del metaverso que opinan absolutamente de todo. Twitter desnuda a los bocachanclas poniéndoles frente al espejo de su cuñadismo. Es habitual observar que el mismo que días atrás había dejado caer su píldora caracterizada hablando sobre las restricciones de la pandemia, haga lo propio para indignarse sobre lo ocurrido en la cámara baja. Como se nota que twittear no cuesta dinero. Experto epidemiólogo y letrado de las Cortes. El modus vivendi de nuestro tiempo me recuerda a esos memes que están circulando estos meses en los que el doctor César Carballo aparece con diferentes etiquetas profesionales. Algo así como los trabajos del padre de Antonio Maestre. Aprendices de todo, maestros de nada. Bueno sí, de la pedantería.
La mayoría de los mortales no sabemos diferenciar un -do de un -re, no vayamos de expertos de la industria musical tomándonos la licencia de calificar de injusta la clasificación a Eurovisión de Chanel. No tengamos miedo a decir ‘no lo sé'. Fórmula, la de la afirmación de la ignorancia a la que muchos temen ante la posibilidad de que se queden en fuera de juego. Un estar en la picota perpetuamente fruto del narcisismo de nuestra era. Ansia de ser el centro de atención, de deslizar el comentario más ingenioso que obliga imperativamente, resistiéndose de la marginación, al ver incluso series que no te gustan para ahorrarte el mal trago de asentir pasivamente mientras tus amigos tienen los ojos brillantes de emoción. No podemos dejar pasar los fenómenos. Abrazamos un tema de conversación, un leitmotiv, hasta que lo exprimimos. Multiplicados somos capaces de ser vulcanólogos, juristas de reconocido prestigio, epidemiólogos de prestigio y críticos musicales. Nos tomamos al pie de la letra eso que decía el personaje de Tokio en La casa de papel de que en una vida se pueden vivir varias vidas.
El otro día me preguntaban en Terreta radio sobre mi opinión respecto al Benidorm Fest y con sinceridad dije que no lo había seguido. ¿Es que acaso existe la obligación de tener nociones de todo? Aprendamos a decir ‘no tengo ni idea’, sin que asome el miedo al que dirán. Ya es hora de dejar de ser aprendices de todos los saberes y focalizarse únicamente en uno. Así seguro que nos libramos de que alguna vez nos digan: ‘¿Por qué no te callas?’.
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