Este año acaban de sacar su decimonoveno disco y solo decirlo es más que un milagro. Hace veinte años, Anvil, grupo de speed metal pionero del thrash, se encontraban en el olvido absoluto. En los 80 tuvieron su momento dulce, pero grabaron con sellos independientes y no lograron mantener el vuelo. Sin embargo, un documental hace quince años logró sacarlos del olvido y convertirlos en un suculento reclamo. No solo un buen grupo de metal, sino uno que también puede funcionar como parodia de sí mismo
VALÈNCIA. Estoy completamente enloquecido tras la lectura de Nothing but a good time, el libro que cuenta la historia oral del hard rock americano de los 80 y eso que se llamó Hair Metal. El libro no puede ser más divertido, pero si por algo reconforta es porque está exento de rencores, orgullos ridículos y envidias rastreras, que vienen a ser el día a día en la escena musical española. A los de la Movida se les despreciaba como "putas y maricones" y, ahora, que no se pueden usar esos términos, los mismos detractores modifican su lenguaje diciendo que eran "elitistas". Los buenos eran los punks de los litorales, pero si rascas un poco allí hay superviviente con maqueta que no tache a los que grabaron un disco de vendidos. Cada semana hay una entrevista de Loquillo convirtiendo en sospechoso a todo el que no se postre genuflexo ante su legado y haga algo en otra esfera creativa. En fin, un panorama muy poco edificante. Teniendo en cuenta cómo es Estados Unidos, que cuando se pasa una moda el que se queda fuera de foco se va a la ruina absoluta, es doblemente meritorio cómo todos los testimonios de ese libro aceptan que formaron parte de una moda y que la moda pasó, lo importante fue pasarlo bien mientras pudieron, a fe que lo hicieron, y después hay que apechugar. No pocos tuvieron que volver a casa de sus padres.
Motivado por no perder el saborcillo del libro, he buscado documentales que tiren de ese hilo y he recordado el de Anvil. No tiene nada que ver con el glam de la MTV de los 80, este grupo era genuino metal, pero la película que les recordaba sí que tuvo un enfoque que podían compartir con ellos, el estar en lo más alto y a los pocos años tener que ganarte la vida con un trabajo manual. Anvil llegaron a girar por Japón con Scorpions, Whitesnake y Bon Jovi, pero fueron los únicos del cartel que no llegaron a vender millones de discos.
Slash, cuando es preguntado por ellos, recuerda que lo que le gustaba a los chavales de su edad era que sacaban un consolador y una Flying V, que los críos se quedaban con eso porque no había mucho más. Para Lars Ulrich, en cambio, eran un grupo de los grandes por su contundencia. Eso también lo destaca Tom Araya, explicándose mejor, cuando dice que Anvil formaban parte de los proto, esos grupos que dejaban entrever un género que surgió después. En este caso, el que llevaron a lo más alto los cuatro grandes, Slayer, Megadeth, Metallica y Anthrax: el thrash.
Sin embargo, el inicio del documental muestra la cruda realidad. Steve Kudlow "Lips", líder de Anvil, sale madrugando para ir a mover cajas a un almacén de logística de mercados. Aquí no se muestra cómo una industria puede triturar a unos músicos después de haberlos lanzado como un cohete. Esta vez se trata de unos chavales que dejaron sus estudios por un grupo que luego quedó en segundo plano hasta, pasados los años, ser casi una parodia de sí mismos. No hubo gran business ni marketing criminal, sino una aventura en un sello independiente que tuvo calado, pero no despegó lo suficiente.
Lo más relevante es ver el impacto que podía tener algo antiguamente si estaba lo suficientemente expuesto, cuando la información era un bien escaso. Los seguidores de Anvil han seguido siendo mayoritariamente japoneses, marcados décadas por una sola gira. Al mismo tiempo, los miembros del grupo cuando iban a tocar en festivales en Europa actuaban como groupies de personajes como Carmine Appice o Tommy Aldridge, que les saludan en el backstage con estupefacción. La cara de Appice al no recordar nada de lo que le dice Steve es graciosa, pero en realidad, su primer grupo, Vanilla Fudge, tampoco fue muy bien tratado por la historia. Sus teloneros, grupos como Deep Purple, Led Zeppelin o Hendrix se llevaron todo el crédito de esa época.
Para mí, Anvil no significan nada. No sé si se editarían sus discos en España o cuáles, pero nunca los vi en las cubetas. Su logo me ha llegado por revistas muchos años después y, pasado su tiempo, al final es muy complicado redescubrir a un grupo si no formó parte de tu adolescencia. Eso es algo que se olvida, que estas propuestas eran música para adolescentes, que no pretendían explorar el significado más profundo de la vida, sino dar salida a los impulsos propios de alguien que es un ser inquieto e inseguro, toda persona entre los 13 y los 17 años. Lo que no cataste en su día te puede molar, pero no te corre por las venas.
Pese a todo, su School Love, de 1981, puro Ted Nugent, tiene un pase. Lo que veo claro es que pudieron ser una suerte de Venom, hasta el cantante sale con una estética similar con esas prendas sadomasoquistas, sin embargo, no alcanzaron tampoco ese nivel de leyenda, que a los ingleses les llegó también mucho después por los chalados noruegos del black metal.
La parte dura del documental era verles de gira por Europa. En el vídeo de su concierto en Suecia de la fecha de esta grabación, 2007, se les ve delante de solo cuatro personas. En Munich, básicamente lo mismo. En un festival en Rumanía están enfrente de 174. Son muchos los grupos que giran en esas condiciones. Cada año pasan docenas de viejas glorias que no meten más de cincuenta personas. Ocurre en todos los géneros. Quizá ahora la festivalitis ha paliado el fenómeno incluyéndolos en carteles donde no se nota la poca afluencia de público a la que podrían enfrentarse en una sala de ir solos. Lo que mostró ese documental es lo que hay de vuelta a cada cuando se acaban esas giras. Trabajos mal pagados, familias hartas de sus sueños de ser estrella y miserias varias.
El happy end de este documental fue que Anvil consiguieron volver a Japón. Decía Juan Cacheda, posiblemente el mayor erudito que hay en España sobre hard rock, que no había grupo malo que no rescatase el mercado japonés. Bien lo sé yo, que compré en su día los tres elepés de Teaze, otros muy queridos en el país del Sol naciente, y malos como ellos solos. Dicho todo esto, aquí tampoco se ve al grupo, pese a su errática trayectoria y situación familiar complicada, echarle la culpa a un "otro", por eso resultó tan entrañable este documental. Tal vez ahí residió el secreto de su éxito, porque esta película relanzó al grupo, que ha sacado seis discos más desde entonces. El último, Impact is imminent, este año. Esperemos que no sea premonitorio.
Se bromeaba hace años con la noche de los unfollow largos en Twitter conforme se fue recrudeciendo el procés en Cataluña. Sin embargo, lo que ocurría en las redes se estaba reproduciendo en la sociedad catalana donde muchas familias y grupos de amigos se encontraron con brechas que no se han vuelto a cerrar. Un documental estrenado en Filmin recoge testimonios enfocados a ese problema, una situación que a la política le importa bastante poco, pero cambia vidas