Miles de personas desaparecen cada año sin dejar rastro, como uno de los protagonistas de ‘Cerrar los ojos’, la última película de Víctor Erice. Es tentador lo de olvidarte de quien has sido e inventarte una nueva vida.
Mientras el mundo elige el arma poderosa para hacerse el haraquiri, y España, triste sombra de lo que fue, charca en la que chapoteamos, cava su tumba con determinación, uno se agarra fuerte al asiento de la sala 14 de los cines Lys de València, como si fuera la tabla de un náufrago.
Podría escribir, como otros, del irresoluble conflicto entre israelíes y palestinos, o de la nefanda amnistía, nacida en el mes de los muertos, y hacer como si supiera de qué hablo, como un contertulio al uso, pero prefiero gastar la tinta azul de mi bic con asuntos de mayor importancia.
Voy a escribir de la película Cerrar los ojos, de Víctor Erice, y de la tentación de desaparecer, una de mis ideas recurrentes. Quedáis avisados. Exhibida en los festivales de Cannes y San Sebastián, Cerrar los ojos es un homenaje al cine dentro del cine. Es de esas películas que ya no se estilan: no hay efectos especiales ni superhéroes, tampoco escenas de sexo explícito, y los personajes guardan a veces silencio. Como todo buen cine, habla de los pliegues del corazón por el paso del tiempo, es decir, de la vejez, el fracaso y el olvido.
Cerrar los ojos, cuarta y probablemente última obra de Erice, es una joya cinematográfica pese a no ser perfecta. Es un filme irregular, lo cual no es de extrañar dada su duración: casi tres horas.
¡Qué gozo ver, después de tanto tiempo, a Ana Torrent y Mario Pardo! Sólo por su interpretación en la serie Fortunata y Jacinta, Pardo se merece un hueco en nuestra memoria de espectadores. José Coronado y Manolo Solo, el protagonista, están magistrales, como colosal es la actuación inicial del gigante —en todos los sentidos—José María Pou.
Cerrar los ojos narra la historia de la desaparición de un actor, Julio Arenas, durante el rodaje de la película La mirada del adiós, que no pudo acabarse por esta circunstancia. Se desconoce si el actor se suicidó o sufrió un accidente cayendo al mar. Muchos años después, el caso se reabre a propósito de la emisión de uno de esos programas de televisión dedicados a hablar de estas cosas. Coronado da vida al actor mientras que Manolo Solo es su amigo y el director de la película. El espectador tiene curiosidad por saber qué pasó con Julio Arenas ya que las piezas no encajan.
“CUANDO SON MUCHAS LAS HOJAS DE TU CALENDARIO, TE ASALTA LA TENTACIÓN DE DESAPARECER Y MANDARLO TODO A LA MIERDA”
Me pareció muy interesante que la película girase sobre la desaparición de un hombre. Miles de personas hacen mutis en España cada año. Un día fueron a por tabaco y no volvieron a casa. Yo les entiendo y seguro que tú, querido lector, también. Porque cuando son muchas las hojas de tu calendario y has descubierto el sinsentido de las cosas y la crueldad del mundo, te asalta la razonable tentación de desaparecer y mandarlo todo a la mierda. Borrar las huellas, hacerle un corte de mangas al pasado y no dejar rastro, como Ambrose Bierce en México. No lo hemos hecho, y probablemente nunca lo hagamos, por pura cobardía, aunque lo disfracemos de sentido común y responsabilidad. Porque, siendo sinceros, todavía hay personas (muy pocas) que te atan a la realidad. ¿Te atreverás a desaparecer cuando ya no estén?
A menudo pienso en cómo sería el primer día de mi nueva vida; me pregunto si me dejaría barba y teñiría el pelo, me pondría lentillas y aprendería idiomas, empezando por el portugués. Cambiaría de máscara para ser otro. Y me alejaría de donde vivo, quedando a salvo de las moscas putrefactas del Mediterráneo y de ciertas formas chabacanas de existencia cotidiana que se me hacen insoportables.
Es bonito pensar que eso pudiese suceder. Me perdería, sin dudarlo, por algún pueblo del interior de Castilla la Vieja, donde el frío aristocrático no hubiese sido proscrito como accidente meteorológico. Frío, sobriedad y una miaja de cariño. Eso es lo que persigo. Dejarme mecer por la suavidad de los días, siendo agradecido con ellos, sin pedirles nada a cambio. Encanecer, engordar, leer, enfermar, pasear y envejecer con dignidad —ese es, en realidad, el argumento de la obra, la vida— y, en la hora definitiva, asir las manos del ser querido antes de cerrar los ojos.