Ante una crisis de las dimensiones de la que nos ha caído encima, y que ha ocurrido además de esta manera, tan de repente, no cabe otro remedio que pararse un poco a pensar para poder elaborar un pensamiento útil. Este pensamiento nos ha de servir a cada uno de nosotros para poder afrontar de la mejor manera la difícil situación que se nos ha planteado. En estos días estamos recibiendo numerosos mensajes de todo cariz, desde catastrofistas y jocosos, pasando por una amplia gama de otros más serios, enviados por médicos y científicos, que quieren alertarnos de cómo hemos de comportarnos ante la enfermedad que nos acecha. Lamentablemente no es una cuestión menor, sino de las de primer orden, y aunque querríamos no podemos obviarla.
La obligación de pararnos, de centrarnos en nosotros mismos y tomar decisiones, es sin duda una oportunidad para poner el contador a cero, separando así lo importante de lo accesorio. La dichosa enfermedad nos ha revolucionado por completo, ha alterado nuestras prioridades y está parando nuestras vidas Ahora sólo cabe estar centrados en lo esencial, porque no hay sitio para nada más que eso y apenas nos da la cabeza para pensar en otra cosa diferente de salvarnos de la pandemia.
Me pregunto si realmente se sabía todo esto, si los diferentes gobiernos tenían la suficiente información de la que se nos avecinaba. Todo apuntaría a que no, que no eran conscientes, porque en otro caso quiero pensar que habrían actuado de otra manera. Sin embargo, hasta esto es ahora secundario. Es cierto que los signos eran preocupantes, ya que el hospital que levantaron en China en una semana para luchar contra el COVID-19 fue un detalle que debería habernos puesto en alerta. Después vino lo de Italia. Que en el país vecino estuvieran como se veía en las noticias, prácticamente con toque de queda, tampoco era un signo desdeñable, sobre todo en este mundo que se ha convertido, hace tiempo, en la aldea global.
Algo estaba pasando, pero como de costumbre nuestro optimismo, teñido de cierta inconsciencia, nos llevaba a no querer darnos cuenta de que se trataba de un verdadero cambio de paradigma. Y cada vez estaba más cerca, porque los cierres de aulas, las suspensiones de cirugías, las prohibiciones de reuniones se estaban produciendo cada vez más cerca de nosotros. De pronto ya estaba en Madrid, que aparecía como gran espejo en el que nos mirábamos todos, y nos demostró que el enemigo había burlado todas las barreras y estaba ya dentro.
Y entonces empezaron las sospechas, porque la distancia de unos cientos de kilómetros es apenas perceptible cuando la gente va y viene, uno que moquea no se queda quietecito en su casa, como aconsejaría el sentido común, sino que sale a seguir, a no parar; porque no nos dimos cuenta, pero hace tiempo que somos el hámster que corre y corre en la rueda, sin saber por qué ni para qué. Corre por inercia y desoye los consejos que le da su Pepito Grillo, si es que no lo mató hace tiempo, y todo con tal de continuar, de hacer como que aquí no ha pasado nada, aunque salga el presidente del Gobierno a tranquilizar a la población y la Bolsa se hunda, aunque el Rambo de Vox lo haya pillado, aunque la portavoza lo haya pillado, aunque hayamos oído que los hospitales de Madrid están literalmente a reventar. Ahora también los de Alicante.
En el fondo, también es cierto que no sabemos bien qué hacer si nos toca enfrentarnos a la difícil tarea de estar con nosotros mismos, o entreteniendo a nuestros hijos, o hablando con nuestra pareja. Ahora lo sensato es que nos quedemos quietos y esperemos a que pase el temporal. Que actuemos con templanza y con cabeza. Que nos tratemos en casa en la medida de lo posible, que hagamos caso de los consejos higiénicos, que no saturemos las urgencias para cuestiones menores y que actuemos con responsabilidad y amor hacia los demás, nuestros padres, nuestros hijos, nuestros vecinos y amigos. Suerte.