ALICANTE. Me niego a pensar que el único lugar seguro en el que podemos besarnos sin miedo sea un fotomatón. Hace unas semanas, en un país que se descontrola mientras la ignorancia de algunos crece ante discursos vacíos y chabacanos, me encontré con una foto que me conmovió –no se me revuelve fácilmente, me he vuelto impasible, ya lo he dicho más de una vez–. Databa del año 1952, en Vancouver, para ser exactos en un fotomatón de Circa. El de la derecha se llamaba Joseph John Bertrund Berlanger. El de la izquierda quedó en el anonimato. Una cabina de fotomatón era uno de los pocos sitios seguros en los que besarse una pareja que se salía de lo estipulado en una sociedad castiza y retrógrada. Cuando el revelado de las instantáneas cayó en las manos del editor de la revista TIME, muchos años después, este dijo al respecto: “Lo que hace tan conmovedora y reseñable esta imagen es lo silenciosamente radical que resulta después de tantos años”. A la mente me vino aquella mítica foto de El País Semanal en la que en julio de 2021 se celebró el amor con uno de los besos más sensuales de la historia. Fuera de fotomatones. Para el mundo. Muchos años después.

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