ALICANTE. Creo que debo de tirar las cosas que no necesito para organizar mi sitio. Mientras lo pienso tiendo a estar en el sofá pensando en cosas concretas -porque necesito muchísimo tiempo para pensar-. Yo me suelo definir siempre de alguna manera sin tener ni idea de quién soy. ¿Qué le voy a hacer? Supongo que es un problema. Las pasiones y las cosas malas y buenas me sucumben. A veces los días grises merecen la pena. Para seros sinceros no me ayuda ni la geografía para saber en qué sitio estoy.
Me gustan las cosas modernas. En una nube de historia con Napoleón y amor al pasado, me gusta lo que mira al futuro a pesar de sentir una morriña tremenda por el final de Cuéntame cómo pasó. Me es imposible no sentirla. Tras veintidós años en antena —más de los que tengo yo— la serie ponía la guinda final. La muerte de Hermina —permitidme llamarla la “Abuela de España”— nos dejó revueltos, con sentimientos encontrados y otros despertados porque estaban anestesiados por el paso de los años.
Si media España lloró el pasado miércoles es fácil entender por qué porque todos hemos tenido una Herminia en nuestra vida. Los españoles hemos convivido con esas batas anchas de andar por casa que llevaba la actriz y abrazado a alguien que, con la piel extrafina por el paso del tiempo, te ha hecho sentirte en casa. Herminia es el claro reflejo de las abuelas que los nacidos entre los años setenta y mi generación hemos tenido la suerte de tener, conocer y, a pesar de que no quisieran irse tan lejos, ver marcharse. Creo que ellas han sido lo único que nos ha unido a todas estas generaciones y su recuerdo seguramente permanezca en nuestra memoria. Ese es el significado de por qué llorábamos pegados al televisor. Nuestras abuelas volvieron a unir a las generaciones.