VALÈNCIA. Se dice que los viajes sirven para conocerse mejor a uno mismo. Es posible, no digo que no, pero si hay una verdad indiscutible es que un viaje sirve para conocer a los demás. Sobre todo a tus amigos. A gente que te cae bien con la que te vas de viaje y descubres que no te caía tan bien.
Existen muchos motivos para este tipo de desencuentros. Pueden deberse a que, en calma, sin nada que hacer, la gente habla más y surgen más temas de discusión que antes igual no habían aparecido. También puede haber diferencias de criterio, gente que quiere pasear contra gente que no soporta andar; gente que quiere ver museos contra gente que no quiere ni pisarlos; gente que quiere ir a restaurantes caros contra gente muy sensible a que la timen.
Sin embargo, los roces más graves y profundos vienen de la inadaptación. Hay gente a la que la sacas de sus rutinas, de sus ciudades, y entran en crisis de inseguridad. No es que no sepan qué hacer, es que ni siquiera saben lo que quieren. Cuando se va en grupo, imponen a los demás al tiempo que desprecian los deseos ajenos. Se vuelven tóxicos y desagradables. Y la amistad se va a tomar por saco, no suele resistir el viaje de placer.