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Poética, nostalgia y fuego en el adiós con teatro de objetos al oficio de calero

VALÈNCIA. Un estudio del Massachusetts Institute of Technology (MIT) y la Universidad de Harvard concluyó a principios de este año que el Coliseo de Roma aguanta ya 22 siglos porque se construyó con cal. Dentro de 2.000 años, apostillan los expertos, el anfiteatro seguirá en pie, pero no el perfil urbano de Nueva York tal y como lo conocemos, porque a diferencia de los monumentos de culturas clásicas, cuya supervivencia está garantizada por su fragua con mortero, la Gran Manzana se edificó con cemento. Con la desaparición del oficio de calero, la arquitectura perdió, por tanto, perdurabilidad y la humanidad, conexión con la naturaleza.

“De pequeño, ir al horno de cal significaba salir de Vinaròs en bicicleta o en la moto con mi padre, porque estaba en las afueras. Por los caminos de tierra íbamos atravesando campos donde veía abubillas y cultivos de secano: algarrobos, almendros y oliveras. Quemar la piedra era un ritual que te unía con el entorno, y las sombras que proyectaban las llamas durante la noche, tenían un punto de alquimia”, recuerda uno de los dos hijos del último calero de la comarca del Baix Maestrat, el dramaturgo, director de escena y manipulador teatral Tian Gombau.

Este próximo 6 de diciembre vuelca sus recuerdos de infancia y adolescencia en la obra de teatro de objetos L'home que cremava pedres, una producción de Escalante con la colaboración del Terrassa Arts Escèniques, la Casa de Cultura d’Almassora y el Teatre Municipal Francesc Tàrrega de Benicàssim. El espectáculo está programado hasta el 16 de este mes en Ribes Espai Cultural y está dirigido a un público de entre cinco y nueve años.

Según los responsables del proyecto teatral de la Diputación de València, “el objetivo es ayudar a reconstruir vínculos entre la ciudadanía y la tierra que, con el paso del tiempo y la evolución de la forma de vida, se han debilitado”.

La fabricación artesanal de cal se realizaba en pequeñas estructuras de mampostería con una boca de carga «parecida a la del horno para pizzas» y una bóveda interior donde la piedra caliza se convertía en óxido de calcio tras 48 horas de fuego a unos 1.000 grados. Los hornos se construían donde estaba la materia prima para quemar, en el término municipal de Vinaròs, por ejemplo, estaban repartidos cerca de las aliagas. En los paseos por el monte, todavía se puede reparar en restos de estas construcciones, hoy en desuso por la industrialización de su producción y el empleo de nuevos materiales.

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