VALÈNCIA. Durante años, muchos analistas que, desde la perplejidad (y desde fuera de Cataluña), intentaban entender el porqué de la pujanza independentista, lo hacían empleando la metáfora del soufflé: un invento que se estimaba artificiosamente inflado y que, tarde o temprano, la fuerza de las circunstancias desinflaría.
Pues bien: ayer, en las elecciones al Parlament de Catalunya, el soufflé se desinfló nítidamente. Los partidos independentistas (Junts, ERC, CUP y el nuevo independentismo ultraderechista de Aliança Catalana) quedaron muy lejos de la mayoría absoluta, con 61 escaños (a siete de la mayoría), y con un 43% de los votos. Hace tres años, en 2021, fueron 74 escaños y un 47% de los votos. Se desinflaron por muchos motivos, pero sobre todo dirían que pesan dos: por un lado, el procés y sus promesas incumplidas, la tensión y la crispación, las "jugadas maestras" constantes, han cansado definitivamente a muchos catalanes, o al menos a suficientes catalanes como para que las opciones partidarias de la independencia pierdan la mayoría absoluta.