Dicen por ahí que los halagos debilitan, que las carantoñas engordan la vanidad mientras esterilizan la autocrítica. Llevo años viendo que en la Comunitat Valenciana hemos estado más pendientes de lo que decían de nosotros que de lo que de verdad éramos por nosotros mismos como región. Hemos sido bendecidos con un clima envidiable, tanto que nuestra gallina de los huevos de oro no necesita alimentarse, sino que subsiste con el simple maná de nuestro ecosistema. Hay un problema: la gallina que creíamos que no necesitaba cuidados corre el riesgo de explotar de inanición.

El problema que tiene el modelo turístico que sustenta nuestra economía es que cuando ofreces ese valor diferencial, en realidad no marcas la diferencia porque siempre habrá alguien que termine ofreciendo una alternativa mejor. Sobre todo, teniendo en cuenta que el sistema se encuentra en una situación tensionada en la que según los últimos datos del barómetro de percepción turística de Llorente y Cuenca (LLyC) en la que se muestra una pérdida de reputación debido a la masificación. Un medio nacional se hacía eco de las descocadas opiniones de una pareja uruguaya sobre las maravillas de un municipio de la Comunitat y los residentes de ese lugar de cuyo nombre no quiero acordarme empezaron a discrepar. Durante mucho tiempo la sensación que tienen los turistas dista mucho de la que es en realidad. Aunque las opiniones son profundamente subjetivas, no podemos negar que el criterio de un visitante siempre será más superficial que el que vive en la zona. Sin embargo, nuestros dirigentes, prefieren quedarse con lo que dicen los de fuera mientras parecen ignorar lo que pensamos los propios (y eso que somos nosotros los que pagamos impuestos). 

Que sí, que tenemos el mejor clima de España, que tenemos más horas de sol que en cualquier otro sitio, que aquí estamos morenos todo el año (es habitual que a un servidor le pregunten en pleno febrero que si he estado en el caribe). Somos unos afortunados. Sin embargo, mientras el marco que tenemos es privilegiado, nuestros políticos parecen querer vivir durante todos sus mandatos de las rentas. Unas ganancias que en ocasiones los vecinos inflan minusvalorando al resto de regiones de España y dopando a la nuestra como si Teruel no existiera. Esas odas de amor platónico te terminan convenciendo, pero el influjo se va cuando sales de la Comunitat Valenciana y te das cuenta de que en Bilbao o en Castilla también se pone el sol. He estado este verano en Bizkaia y me he dado cuenta de que tienen unos transportes públicos mejores que los que tenemos aquí, que su capital no tiene nada que envidiar a las nuestras. Mientras en mi ciudad tengo que esperar veinte minutos a que llegue el Tram, en Bilbao no me daba tiempo a sentir que estaba esperando. ¿Por qué no tenemos un Metro como tienen allí? Que sí, que ellos están ultra financiados mientras nosotros somos pobres, pero a lo mejor deberíamos haber gestionado mejor nuestros recursos reduciendo los enchufes y utilizando esos medios para mejorar los servicios públicos. Me hace gracia que los que dicen que no hay dinero son los primeros en meter a sus amigos en instituciones públicas. 

No avanzamos. Somos rehenes del victimismo y del turismo, esos -ismo que hacen que esta región no termine de avanzar. Me invitaron el otro día a un evento destinado a promocionar el turismo. Me parece genial, pero no le veo sentido. Creo que si hay una cosa que no le hace falta hacer a nuestro territorio es promoción. En cambio, sería bueno hacer una intensa sinergia de la industria y de otros sectores productivos. Mientras tanto, seguiremos siendo eso, una región de vacaciones en la que los lugareños seremos meros sujeta velas y pagafantas de los turistas.