Opinión

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La CEV y el síndrome de Estocolmo empresarial

Publicado: 30/09/2025 ·06:00
Actualizado: 30/09/2025 · 06:00
  • Vicente Lafuente, durante la rueda de prensa de este viernes.
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Llevan tiempo llamándome la atención las pugnas en las diferentes entidades empresariales. No me acuerdo quién dijo, que más de un conflicto se solucionaría con un buen café (o con un té matcha, discúlpenme ustedes). En el caso de la riña de gatos ejecutivos no dejo de pensar e incluso de confesar en privado a los interesados, que todas esas disputas se arreglarían sentándose a hablar. La diferencia entre tiempos pasados y los de ahora es que antes había cierta voluntad de diálogo, inercia movida por un desprendimiento humilde y liberado de egocentrismos. La pugna empresarial no es más que una réplica de la destrucción de puentes entre los diferentes interlocutores sociales, políticos y financieros. Aunque, como dijo Miquel González, en su columna del domingo, “no hace falta echar la vista atrás para ver cómo acabaron las estructuras que se solaparon con el poder del momento”.

 

Soy más pesimista que él. Lo soy porque creo que habría que conjugar el verbo solapar en presente. Si bien es cierto que los empresarios cada vez han adquirido mayor entidad propia y se han emancipado de la casa común de la institucionalidad, a día de hoy sigue prevaleciendo una mínima subyugación o dependencia emocional del empresariado a los dirigentes políticos. Es natural. De la misma forma que en los seres humanos siguen prevaleciendo  instintos primarios de nuestros ancestros, como destaca Carlos Sánchez en su ensayo Capitalismo de amiguetes. Cómo las élites han manipulado el poder político, en algunos sectores continúa latente la subrogación del poder económico al poder institucional heredada del franquismo. Cuando uno va a una gala empresarial tiene la sensación de que está hecha a medida de los políticos de turno; ya conté en una ocasión cómo se demoró un evento de rigor ante la tardanza de un alcalde.

 

Alguien me dijo que en España seguíamos viviendo en los tiempos en los que todo se regía por la amenaza de “no sabe usted con quién está hablando”. Prevalece una sensación de inferioridad de los empresarios ante los políticos que manejan todo con sus hilos legislativos. Condiciona su independencia a la hora de emanciparse de su regazo, transmite la falsa inseguridad de que sin su beneplácito su influencia se evaporará con el chasquido de los decretos. Los dirigentes saben que en el empresariado hay un pánico colectivo a no agradar al poder existente, juegan con ellos coaccionando todo intento de rebeldía con todo carácter despótico. Cuando vino Iván Espinosa de los Monteros a las Conferencias Circulares de la Cámara de Comercio de Alicante, animó a los empresarios a coger el toro por los cuernos antes de que nos llevara a todos por delante. Mientras los políticos crean confrontación y problemas, el mundo de la empresa busca soluciones.

 

Ese síndrome de Estocolmo que sufren hacia la clase dirigente les corta las alas. Si por ese temor del dios político están cohibidos y aun así llevan a cabo revoluciones que transforman el entorno, imagínense cuando se den cuenta de que tienen más influencia que los políticos a los que tienen tanto respeto. Los presidentes de Gobierno pasarán, sin embargo, Juan Roig prevalecerá. El empresario de la alimentación es un ejemplo de la potencialidad del poder empresarial. De la misma forma que a la Iglesia Católica le iría mejor levantando un cordón sanitario e higiénico con los gobiernos de turno (me horrorizan las complicidades del clericalismo con el poder), a la Confederación Empresarial de la Comunitat Valenciana (CEV) le haría el mismo bien si pusiese distancia con los políticos y trazara su propio camino.    

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