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TRIBUNA LIBRE

Industria en equilibrio: entre lo global y lo local

Publicado: 10/04/2025 ·06:00
Actualizado: 10/04/2025 · 06:00
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Durante años, las pymes industriales europeas han vivido atrapadas entre dos fuegos. Por un lado, la liberalización del comercio internacional las empujó a competir con productos asiáticos imposibles de igualar en precio. Por otro, el nuevo proteccionismo, con Trump como emblema, no solo ha levantado barreras a nuestras exportaciones, debilitando su competitividad en mercados clave como el estadounidense, sino que además desvía flujos comerciales hacia Europa, intensificando la presión sobre nuestras industrias. Ni una opción ni la otra han favorecido a nuestras empresas. Ambas las han dejado al descubierto.

Aprendí de forma personal lo importante que es no confundir términos: liberación (liberation) y liberalización (liberalization) no son lo mismo. La liberalización de los mercados, lejos de ser una liberación, ha sido una fuente de presión creciente para buena parte de nuestra industria manufacturera tradicional. No hay una única lectura: tiene defensores y detractores. Mientras que algunas grandes empresas se han beneficiado de la apertura de los mercados, las más pequeñas han sufrido los costes de internacionalización, que para ellas son proporcionalmente mucho mayores.

La eliminación de cuotas de importación en 2005, especialmente en el sector textil europeo, abrió el mercado a una avalancha de productos de bajo coste. En un estudio que publicamos recientemente, Location, profitability, and international trade liberalization in European textile-clothing firms (Puig et al., 2023), analizamos el impacto sobre miles de empresas en distintos países europeos. La conclusión fue clara: las más pequeñas, menos especializadas y sin una estrategia colectiva fueron las más perjudicadas.

Ni siquiera formar parte de un clúster tradicional sirvió de escudo si este no estaba adaptado a las nuevas condiciones. La proximidad geográfica ya no garantizaba competitividad. En cambio, las empresas grandes, diversificadas, internacionalizadas y con alto valor añadido resistieron mejor el embate.

Con la llegada del proteccionismo liderado por EEUU, la UE no solo ha sido blanco directo de aranceles y represalias comerciales, sino que también ha visto amenazada la competitividad exterior y la supervivencia de muchas de sus empresas industriales. Una auténtica crisis. La política de “America First” impulsada por Trump, presentada como una liberación de la economía estadounidense bajo el lema “hoy América empieza a ser rica de nuevo” tiene un previsible doble impacto para nosotros: por un lado, directo, al dificultar y encarecer nuestras exportaciones; por otro, indirecto, al distorsionar los flujos comerciales globales y desviar parte de la producción asiática hacia nuestro mercado interno. El resultado: una presión creciente sobre nuestras industrias, tanto por la pérdida de cuota fuera como por el aumento de competencia.

Para entenderlo mejor, pensemos en un caso simple. Supongamos que EEUU impone un arancel del 25 % sobre ciertos productos asiáticos. Una empresa de allí que vende una camisa por 10 € en ese país se enfrenta a varias decisiones. Puede:

a) No hacer nada, esperando que el conflicto se resuelva a nivel político.

b) Repercutir el arancel en el precio final, confiando en que el consumidor no reaccione negativamente (y venderla a 12,5 €, con riesgo de perder ventas).

c) Asumir el coste del arancel para mantener el precio competitivo, reduciendo su margen. Si antes ganaba 3 € por unidad, ahora solo obtendrá 0,5 €.

d) Redirigir su producto a la UE, donde no se aplican esos aranceles. Incluso bajando el precio al importador a 9 €, seguiría ganando más que en EEUU bajo penalización arancelaria.

Esta última opción, aparentemente lógica desde el punto de vista del exportador, plantea un desafío para la industria europea: nuestras empresas deben enfrentarse a productos aún más baratos en un mercado que no siempre dispone de herramientas suficientes para equilibrar esa competencia. El mercado europeo se convierte así en un “refugio comercial” para el excedente global, pero no para nuestras pymes.

Frente a este escenario, la solución no pasa por levantar muros ni por confiar en subvenciones puntuales, sino por reorganizar nuestras capacidades de forma colectiva. Hablamos de cooperación económica estructurada, basada en la colaboración entre empresas, agentes públicos, centros de innovación, formación y conocimiento. Apostar, en definitiva, por una estrategia de glocalización inteligente: fortalecer lo local con ambición global.

¿Qué aprendimos en nuestro estudio sobre Location, profitability, and international trade liberalization in European textile-clothing firms? Que no se trata solo de resistir los efectos de la liberalización comercial, sino de reinventarse juntos bajo el paraguas de la colaboración estructurada.

Esa colaboración ya existe en muchas regiones de Europa bajo diversas fórmulas especialmente a través de clústeres económicos. La clave es que las empresas no actúan como islas, sino como nodos conectados en un ecosistema económico que les permite innovar, crecer, especializarse y exportar.

La vitalidad de estos clústeres, sin embargo, no puede sostenerse solo en la cooperación: necesita también de una sana rivalidad entre sus miembros, que estimule la innovación, la mejora continua y la competitividad interna. Sin esa tensión creativa, los clústeres corren el riesgo de estancarse o convertirse en estructuras burocráticas.

En la CV contamos con ejemplos valiosos. Empresas de sectores como el textil, el calzado, el juguete o la madera y el mueble han iniciado procesos de transformación que integran digitalización, diseño sostenible, internacionalización agrupada y colaboración público-privada. Muchas de estas iniciativas se han formalizado como clústeres económicos —agrupaciones estratégicas de empresas e instituciones con vínculos productivos y territoriales— que, en crisis como el la covid o la Dana, han demostrado que la acción en red funciona: movilización de recursos, canalización de ayudas, coordinación entre empresas y respuestas ágiles ante emergencias.

Sin embargo, falta masa crítica, estabilidad institucional y una política industrial más ambiciosa que acompañe y consolide este cambio de modelo. Y cuando hablamos de “más política industrial”, no nos referimos a volver al proteccionismo del pasado, ni tampoco a abrazar sin reservas una liberalización acrítica que deja desprotegido al tejido productivo. Se trata, más bien, de fomentar una glocalización basada en capacidades compartidas: dotar al tejido empresarial de medios colectivos para decidir su futuro en un entorno global incierto, reduciendo vulnerabilidades externas sin desconectarse del mundo.

Eso no significa que Bruselas o el gobierno español no tengan un papel que jugar. Pueden, y deben, establecer medidas compensatorias frente a prácticas comerciales desleales como el dumping, las subvenciones encubiertas o las violaciones de propiedad intelectual, que erosionan la competitividad de nuestras empresas. Como señalamos en nuestro estudio sobre la liberalización comercial en el sector textil europeo (Puig et al., 2023), las políticas industriales, especialmente para los sectores manufactureros, deben ser específicas para cada territorio y contexto. No hay soluciones uniformes para entornos tan diversos: lo que funciona en una región puede fracasar en otra si no se adapta a su tejido productivo, institucional y social. Proteger el mercado local ante estrategias depredadoras no es proteccionismo, es justicia comercial.

En definitiva, la empresa valenciana no solo necesita apoyo institucional, sino también estar mejor organizada y conectada. Solo si dejamos atrás la lógica de la competencia individualista y apostamos por una cooperación económica avanzada —glocal y territorializada— podremos afrontar con éxito un mundo abierto pero fragmentado, lleno de amenazas, pero también de oportunidades.

Porque, al final, si no tejemos redes de apoyo entre empresas, nadie lo hará por nosotros. Y para ello, el liderazgo no puede depender solo de Bruselas. También deben implicarse los gobiernos estatales y, sobre todo, las administraciones autonómicas. La transformación de nuestras economías se juega a pie de territorio, allí donde las empresas existen, se relacionan, innovan y generan empleo.

En definitiva, pensar en lo global, pero actuar desde lo local es hoy más necesario que nunca, no para aislarnos, sino para articular respuestas inteligentes, propias y compartidas. Porque la verdadera liberación de nuestras empresas no vendrá de fuera, sino de dentro, de su capacidad para cooperar, organizarse y construir autonomía estratégica desde el territorio.

Francisco Puig Blanco es catedrático de Organización de Empresas de la Universitat de València, participa en el convenio con la GVA para la estrategia de apoyo a los clústeres económicos valencianos y coordina el grupo de investigación GESTOR (GIUV 2014-205). 

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